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Ribamontán al Mar

Un paraíso para los sentidos

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Si le hubieran dado a Heidi la posibilidad de elegir un lugar hubiera 'pasadode los Alpes y se hubiera mudado con Niebla, Pedro y el abuelo a Ribamontán al Mar. Allí, rodeada de las praderas que se deshacen con el mar, hubiese deseado que nunca nadie supiera de ese precioso lugar, para que no se lo quitaran. Los ojos se pierden en el horizonte, entre la recta del mar y la línea terminada en puntas, que parece dibujada por un niño, aunque en este caso es por los Picos de Europa. Un contraste que dibuja un paisaje inimaginable para aquel que lo ve por primera vez. Ribamontán es sinónimo de tradición y cultura alfarera, rica en diferencias que se dan sobre un mismo valle en el que se asientan hasta siete localidades. Desde lo alto parece un manto de praderas salpicadas de casitas pintadas de colores que nos guían hasta el mar. Éste, recoge el testigo del valle para fundirse en los enormes arenales de las playas, como la de Somo, una lengua de arena que se inmiscuye en la bahía de Santander; la de Louredo, con un Derbi en el que vuelan los caballos; o Langre, la preferida por los surfistas. Las praderas a veces se 'despeñan' en Ribamontán por los acantilados de Galizano, en la playa Arenillas; o guardan en su interior el sabor típico de las aldeas montañesas, como la de Carriazo. Lugares de cuento, con tantos contrastes que se instalan para siempre en los sentidos de aquel que las visita.

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