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Enric con su nieta y en pleno bot con Vudú.

De caballos y jaleos en Menorca

Domando sementales para seguir la tradición

Actualizado: 20/06/2017

Fotografía: Antonio Xoubanova

¿Has oído hablar de esos caballos azabache paseando encabritados entre hordas de gente en bonitos pueblos calados en blanco? Son los jaleos, una de las mayores y más famosas tradiciones menorquinas que arrancan el 23-24 de junio, en San Juan. Nos colamos en una de las ganaderías más destacadas de la isla para conocerlos.

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"A mí antes no me gustaban los caballos". Sorprende esta frase en un chico de apenas 17 años al que acabamos de ver tranquilamente a lomos de un enorme ejemplar, manejando sus pasos y botes a su antojo. Es Luis Coll Pons y le hemos seguido a través de las cuadras de Son Martolleret bajo la atenta mirada de una hilera de relinchos y curiosas cabezas negro tizón. Hace como cuatro años, cambió de opinión con respecto al animal que ha calado más hondo en el alma de los menorquines y ahora le gusta, le gusta tanto como para acercarse a montar tres días a la semana en invierno y cuando puede en verano.

"Fue por mi abuelo. Soy su único nieto", nos dice, y para él no hace falta más explicación. Desde luego, aproximarse al mundo del caballo en Menorca, marcado por la tradición y el esfuerzo en el que llevan décadas embarcados para recuperar la casi extinta raza menorquina, es entrar en una zona donde familia y emoción se mezclan sin pudor alguno. Se les nota en la cara al preguntar, a todos ellos, tanto a los trabajadores del centro hípico, como a casi cualquier isleño al que sorprendes con el tema.

Cabezas azabache y, al fondo, el único caballo español del establo de Son Martolleret.
Cabezas azabache y, al fondo, el único caballo español del establo de Son Martolleret.

"Naces y tu padre tiene caballo y vas subiendo y montando. Cuando lo haces en casa te tira más. Es como el que nace con una moto", nos cuenta Juan Pons, de 29 años y trabajador fijo del centro ecuestre. "En Menorca casi toda la gente tiene un caballo", añade, y si no lo tiene, monta el de otros.

La idea se repite entre la cuadrilla de jóvenes que, al igual que Luis, trabajan de forma esporádica en el picadero, en el espectáculo ecuestre, montado a partir de leyendas y tradiciones de la zona, que 'Son Martolleret' ofrece tanto en invierno como en verano.Mientras calientan en una pista de tierra ya engalanadas para la actuación de esta tarde, Valeria Pons, de 23 años, nos cuenta que lleva encima de un caballo desde los seis años. Maite Bonet, de 27, desde los nueve. Como resultado, suponemos, manejan a los animales casi como una extremidad más de su cuerpo.

Entrenando en la pista de tierra, listos para comenzar el espectáculo.
Entrenando en la pista de tierra, listos para comenzar el espectáculo.

Jaleos por las calles de los pueblos

Todos ellos, menos los empleados fijos de la ganadería, describen su ocupación como hobbie que requiere desplazarse hasta el centro ecuestre y que compaginan con estudios y trabajos. Además de montar, ayudan en la limpieza y cuidado de los animales, que salen impecables hacia el espectáculo.

Luego, claro está, están los jaleos de las fiestas patronales, una tradición que tiene su origen en el siglo XIV, con los caballos y sus jinetes (los caixers) como protagonistas, cuyo pistoletazo de salida es el 23 y 24 de junio en Ciutadella, con la celebración de San Juan. A partir de ahí, cada pueblo celebra el suyo cuando toca, sumando once en total.

Vudú nos enseña los movimientos del jaleo en la pista exterior.
Vudú nos enseña los movimientos del jaleo en la pista exterior.

Los caixers del centro, por supuesto, no perdonan sus respectivos jaleos. Enric Barber, el encargado, que lleva décadas criando, domando y actuando con los caballos de 'Son Martolleret', no es una excepción.

"Aquí en Menorca el 80 % de la gente monta a caballo", nos cuenta Enric, también criado entre estos animales, mientras paseamos por las instalaciones del picadero entre repiqueteo de cascos, algún que otro relincho, olor a caballo y a cuero de guadarnés.

Rosa presenta a la tranquila yegua a su nieta.
Rosa presenta a la tranquila yegua a su nieta.

Una pista cubierta con gradas para el espectáculo, tres pistas descubiertas, y varias parcelas donde seis yeguas y sus potrillos pasean libres, bien alejadas de la cuarentena de sementales que pueblan las cuadras, caladas en amarillo. De ellos, los dos o tres mejores, seleccionados por carácter y morfología, son los responsables de la siguiente generación.

Unos cuatro o cinco potros nacen al año en esta ganadería que acumula premios en las muestras de pura raza menorquina. Algunos serán vendidos y otros se quedarán en casa donde comienza su doma a los tres años de edad.

Los potrillos comienzan su doma a los tres años.
Los potrillos comienzan su doma a los tres años.

"La raza menorquina se había perdido. Hace unos 25 o 30 años comenzó la recuperación. Vinieron veterinarios para marcar pautas y se empezó a criar. Solo se certifican caballos de capa negra. Si sale halazán, no. Está permitido algún lucero o extremidad blanca pero hay penalización para criar o calificar en una muestra. Cuanto más negro y más azabache, mejor", nos cuenta, mientras observamos a las yeguas pastar plácidamente ignorando los ladridos de la pequeña perra pinscher de Enric, que al parecer trata de pastorearlas saltando entre hierbas que la superan en tamaño. En otra parcela, un semental corre tranquilo en su día libre. "No siempre va a ser trabajar".

El A B C del jaleo

Aplicándose el cuento, Enric participa religiosamente en el jaleo de su pueblo, Ferrerías. Los caixers, engalanados con el traje tradicional en blanco y negro, se pasean orgullosos por el pueblo con sus caballos enteros (sin castrar) para terminar en la plaza, donde dejarán pasmado al personal bailando y botando al son de la música tradicional.

Entrenando el bot una y otra vez.
Entrenando el bot una y otra vez.

Son jornadas maratonianas. Un jaleo puede durar unas seis horas y hay dos al día, en las que la gente se vuelve temeraria y se acerca al caballo olvidando temporalmente lo que impone un bicho de 500 kg pegando brincos. El año pasado en Mahón se reunieron unas 40.000 personas en un jaleo en el que salieron 120 jinetes.

Por lo general, los jaleos solo están permitidos a jinetes del municipio y los principales estamentos del pueblo deben estar representados. A partir de ahí, cada pueblo tiene su protocolo. A lomos de Vudú, un bello ejemplar de 11 años negro como el carbón, Enric nos repasa las normas en Ferrerías, donde la junta de la organización está formada por el cura, el alcalde (que puede delegar en un concejal), el casado, el palles (el que trabaja en el campo) y el que lleva la bandera con el patrón, que ha de ser chico, soltero y menor de 35 años.

Cada pueblo, su protocolo

"En 2016, en Ferrerías participaron 86 caballos. Hay cuatro o cinco puntos de encuentro. A los de la junta les vas a buscar a casa, al resto en los puntos de encuentro. Cuando estamos todos, damos una vuelta y luego vamos a la plaza, donde se hace el jaleo. Hay una banda de música y entramos de dos en dos", nos dice.

En las puertas y en las pistas del picadero, listos para el espectáculo.
En las puertas y en las pistas del picadero, listos para el espectáculo.

Bajo la atenta mirada de su mujer Rosa, también amazona y trabajadora del espectáculo hasta el año pasado, y su nieta, Vudú y él pasan a la acción. Porque el jaleo tiene sus movimientos: semicírculos, ochos, un trote cruzado con las patas traseras que ayuda a apartar a la gente de atrás y hacer sitio para el famoso bot menorquín, cuando el enorme caballo se eleva sobre sus cuartos traseros y avanza unos cuantos pasos. Impresionante.

Pese a no estar castrados, el carácter de estos animales, que pronto danzarán y harán cabriolas entre miles de personas, es sorprendentemente tranquilo.

En parte viene de fábrica, nos explica Enric, y en parte es fruto de un buen entrenamiento. "Un caballo es como una persona. Lo que no ha aprendido de los tres a los ocho años, difícilmente lo aprenderá. Los hay que aprenden más o menos lento, depende mucho del domador. Un buen domador requiere mucha paciencia y constancia".

Vudú, un semental negro azabache, en la pista de césped, con Luis.
Vudú, un semental negro azabache, en la pista de césped, con Luis.

Vudú, con todo su poderío a cuestas, es buen ejemplo de ello. Un animal de pura raza menorquina, negro azabache como marcan los cánones, con largas crines y paso elegante que divide su tiempo entre entrenar, pastar de vez en cuando, pasarse el verano levantando pasiones y, por supuesto, poner de tanto en tanto su granito de arena para asegurar el futuro de la raza.

No parece mala vida para este bello semental. Él, tranquilo tanto en su cuadra como en la pista de césped donde presume de doma tanto clásica como menorquina, probablemente esté de acuerdo.

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