Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Caravaca se alza en el corazón de una comarca histórica que, pese a pertenecer hoy a la Región de Murcia, ha vivido siempre mirando hacia Granada, Almería y Jaén. Durante siglos, municipios como Vélez Rubio, Guadix o Puebla de Don Fadrique mantuvieron con Caravaca más vínculos económicos, sociales y lingüísticos que los existentes con la Vega del Segura, de modo que buena parte del acervo cultural que el ensayista inglés Gerarld Brenan describe en Al sur de Granada es reconocible en esta zona del noroeste murciano. No es casualidad que según datos de mediados de s. XX, Granada y Murcia fueran las provincias con mayor poblamiento en casas-cueva, rasgo que revela una larga tradición de vida rural y de estructuras defensivas y troglodíticas. Esta comarca montañosa, marcada por cierto aislamiento contemporáneo —acelerado por decisiones administrativas y por la supresión del tren en época franquista— fue durante siglos zona de tránsito y refugio, y frontera activa entre Castilla y el Reino nazarí de Granada. Entre fortaleza y castillo o santuario y basílica no hay que decidirse: aunque el edificio religioso queda dentro de los límites amurallados de los primeros, es posible referirse a esta estructura con al menos doce siglos de antigüedad de cualquiera de las cuatro maneras.
Orencio Caparrós, historiador, profesor de arte y antiguo concejal de cultura de Caravaca de la Cruz lo tiene claro: si se excavara bajo lo que hoy se conoce como santuario, aparecerían restos romanos como los que recientemente se han encontrado junto a Barranda, donde hubo un fuerte construido durante la guerra civil que enfrentó a Julio César contra Pompeyo. Pero como esas excavaciones (que quizá también hallarían vestigios iberos —es otra hipótesis—) no se han llevado a cabo, Caparrós explica que sobre lo que sí que existe absoluta certeza es sobre la existencia y el aprovechamiento de una muralla almohade del siglo XI. “Los restos se han restaurado muchas veces y, por lo tanto, los tapiales que vemos hoy varían sustancialmente. Pero en la base sí que hay restos de esa edificación almohade inicial”, confirma el historiador.
Tras la conquista castellana del Reino de Murcia en 1243, la Corona entregó lugares estratégicos a las órdenes militares. Entonces, Caravaca pasó a manos de la Orden del Temple, que reorganizó las defensas y habilitó torres para custodiar bienes litúrgicos y militares. Como, según la leyenda, la Cruz habría aparecido décadas antes, mientras estas tierras todavía quedaban bajo dominio almohade, los templarios fueron los encargados del primer resguardo de la reliquia de la cruz —una astilla conocida como lignum crucis— dentro del castillo. Lo que cuenta la leyenda es que la vistosa Cruz, con la reliquia en su interior, fue entregada por dos ángeles cuando, en 1232, un sacerdote que predicaba en territorio musulmán se disponía a decir misa frente a un noble musulmán. El milagro, claro, obró la posterior conversión de todos los presentes al cristianismo.
En su interior se guarda la reliquia de la Vera Cruz. Foto: María Caparrós
En cualquier caso, las investigaciones más recientes indican que la Cruz pudo ser traída por los Templarios (quizá proveniente del saqueo de Bizancio durante la Cuarta Cruzada) para dotar a su nuevo emplazamiento de un mito legitimador. Gracias a la Cruz y a su leyenda (convertida, en palabras de Caparrós, en toda “una puesta en escena barroca” durante el s. XVI) aquella fortaleza fronteriza se transformó en un santuario de alcance espiritual y político, atractivo para la nueva población cristiana que necesitaba, en una zona todavía peligrosa, un icono al que encomendarse.
Desde luego, los siglos XIII y XIV no fueron tranquilos en la ciudad y es que a la revuelta mudéjar (especialmente intensa en la cercana Bullas, que se divisa desde las murallas) le siguió la epidemia de peste de 1348, que diezmó a los nuevos pobladores que procedían, mayoritariamente, de Aragón y Navarra. Además, la Orden del Temple fue disuelta en 1312, aunque muchos de sus miembros se incorporaron a la Orden de Santiago.
La fachada de la Basílica (realizada durante el s. XVIII con mármoles de Cehegín) da testimonio, con sus características conchas, de la pertenencia de la ciudad y el santuario a la Orden de Santiago, que las gestionó como encomienda desde la disolución del Temple hasta su propia supresión en 1873. Esta fachada principal también tiene mucho que ver con la expulsión de los moriscos en 1613 y es que su construcción se financió, en parte, con las riquezas que se les requisaron. Los dos dragones derrotados en la base de sus columnas simbolizan la victoria definitiva frente al islam y recuerdan que la historia de la Basílica es la de toda la Reconquista.
En 1576, Santa Teresa llega a la ciudad para fundar un convento de carmelitas descalzas y, pronto, tras ella, se instalan otras órdenes religiosas. La irradiación global de la Cruz de Caravaca comienza gracias a los conventos y colegios que desde el siglo XVI sembraron la ciudad: franciscanos, clarisas, carmelitas y especialmente jesuitas. Estos últimos fundaron en Caravaca el colegio más importante de la provincia, centro desde el cual partieron misioneros hacia América. Allí, entre indígenas guaraníes, en México, en el Caribe, en Perú o incluso en las misiones de California, la cruz —portátil, reproducible y protectora— se integró en rituales contra sequías, tormentas y epidemias.
“Fray Junípero era franciscano y llevó la Cruz a Texas”, recuerda Caparrós que también menciona que, hasta hace poco, era habitual encontrar pedazos de cruces de Caravaca en las playas de todo el mundo, puesto que su poder se vinculaba con las tormentas y era habitual que los marineros las arrojasen al mar por la borda en los momentos de más peligro. Pero la devoción por la Cruz de Caravaca no se extiende solo por América (como atestiguan réplicas como la de Guanajato, México), sino que alcanza también el centro y el Norte de Europa. Gracias a los viajes de jesuitas educados en la ciudad, el icono se popularizó en Baviera, Cracovia o Zagreb.
Cuando terminó la Guerra de la Independencia, después de que los ejércitos napoleónicos colocasen piezas de artillería sobre la fortaleza, parecía que ya todo iba a ser tranquilo para el Santuario. Sin embargo, en 1934, una noticia revoluciona Caravaca: la Cruz ha sido robada. En un episodio tan sospechoso como desconcertante, la venerada reliquia desaparece en plenos carnavales. El suceso generó desde el primer momento un profundo impacto emocional y social, porque la versión oficial —un robo nocturno ejecutado mediante la apertura de un pequeño butrón— resultaba poco creíble para los vecinos. Las pruebas parecían preparadas y el principal responsable, el capellán Ildefonso Ramírez, era ya un personaje controvertido cuya negligencia alimentó sospechas inmediatas. La tensión llegó a tal punto que una multitud, convencida de que el cura sabía más de lo que estaba dispuesto a decir, intentó lincharlo.
Con el paso de los años y la publicación de ensayos como El increíble y misterioso robo de la Vera Cruz de Caravaca, de Antonio Alcaraz, se fueron configurando tres hipótesis principales. Una, muy arraigada en la memoria colectiva, sostiene que la Cruz nunca llegó a marcharse de Caravaca y que fue ocultada deliberadamente para evitar su destrucción durante la inminente Guerra Civil. Otra es la que defiende la versión judicial -que el robo había sido obra de un grupo local de partidarios de la República-, pero la tercera resulta la más compleja y sugerente (aunque tampoco existen pruebas a su favor). Esta última versión tiene todos los elementos de un best-seller conspiranoico y plantea que la propia jerarquía eclesiástica pudo alentar el robo para poner la reliquia a salvo y trasladarla discretamente fuera de España, quizá hasta Roma. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que con la llegada en 1940 de una nueva reliquia y de una réplica de la Cruz original, la ciudad reconstruyó su vínculo espiritual y, con el tiempo, dejó atrás la herida. Eso sí: la relación extraordinariamente cordial que la Iglesia mantiene desde entonces con Caravaca, incluyendo la concesión de varios Años Jubilares, contribuye a que el misterio crezca, aunque entre vecinos esta es una de esas cuestiones de las que es mejor no hablar.
Como no podía ser de otra manera, los Caballos del Vino, declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO y momento culminante de las fiestas celebradas entre el 1 y el 5 de mayo, tienen lugar en el Santuario. O más bien en la empinada subida hasta él. Es allí donde los caballos pertenecientes a las cincuenta y ocho peñas que los enjaezan, corren a toda velocidad por la difícil cuesta, en una carrera cronometrada que, en algunas ocasiones, no alcanza los ocho segundos. Antes se celebran concursos de caballos a pelo y de enjaezamiento (se comparan sus vestimentas), y el día 3 tiene lugar el Baño de la Cruz en el Templete, rito con el que se bendicen aguas, campos y personas.
La tradición vincula la carrera con un episodio legendario: un grupo de jóvenes que, durante un asedio medieval, habría logrado introducir vino en el castillo para salvar a los sitiados. El relato se mezcla con la memoria fronteriza del lugar, con las procesiones y con los desfiles de moros y cristianos. El resultado es una fiesta que cada año recuerda que el corazón de Caravaca está en una fortaleza que es también un santuario.
En general... ¿cómo valorarías la web de Guía Repsol?
Dinos qué opinas para poder mejorar tu experiencia
¡Gracias por tu ayuda!
La tendremos en cuenta para hacer de Guía Repsol un lugar por el que querrás brindar. ¡Chin, chin!