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A poco más de cincuenta kilómetros de la ciudad de Murcia, Bullas aparece enseguida cuando se viaja en coche o autobús por la RM-15. Una vez en el pueblo, no es difícil llegar hasta el aparcamiento de tierra gratuito del que parte el acceso principal al Salto, donde también se sitúa la caseta de control de acceso. Es necesario realizar una reserva online con 24 horas de antelación para acceder a él entre el 1 de julio y el 14 de septiembre, y hasta el 12 de octubre en fines de semana y festivos. El coste de la reserva es de solo un euro. Existe, además, un aparcamiento todavía más cerca del paraje que permanece abierto solo cuando el punto de control funciona. Su coste es de cinco euros y es únicamente recomendable para personas con movilidad reducida, pues el paseo desde el parking anterior es corto, sencillo y disfrutable.
La bajada desde el aparcamiento gratuito hacia las pozas se hace con la cara Norte del Monte Castellar al frente y rodeado por vides o por huertos con frutales como melocotoneros o albaricoqueros. La pendiente es suave, por la carretera apenas hay tráfico (el paso está cerrado salvo para quien se dirija a su finca) y es un buen momento para discutir sobre si el origen del topónimo “Bullas” es el que parece: del latín bullae, que significa burbujas y que podría referirse a la abundancia de fuentes y manantiales en la zona. En cualquier caso, aunque la etimología de Bullas no está del todo clara, lo que está demostrado es que el subsuelo de toda la zona está lleno de acuíferos. De hecho, cuando se dan lluvias torrenciales, el nivel freático sube tanto que cambia la morfología de las pozas y las propias Fuentes del Río Mula (algo más arriba, en el Castellar) rebrotaron hace poco, tras el cierre de varios pozos ilegales.
Por aquí llaman baeras a las pozas y la primera que aparece, tras un giro de la carretera, es el Pasico Ucenda. En este lugar ya se comprende la insistencia en el calzado cómodo y -sobre todo, con buenas suelas-, aunque el acceso no es complicado y el primer tramo se hace mediante escaleras, poco después hay muchos puntos donde es posible resbalar con las rocas húmedas, especialmente en las zonas de umbría. El Pasico Ucenda es casi un aperitivo, pero qué aperitivo: el agua ya fluye cristalina, los álamos, quejigos y sauces rodean la hondonada y al fondo hay ranas entre musgos y helechos.
Para continuar, es necesario cruzar un estrecho puente de hormigón que queda sumergido en los momentos de crecida. Ir más allá del Pasico ya puede requerir de escarpines con suela de goma o de unos pies duros y acostumbrados a caminar entre guijarros. Es posible que haya que mojarse (entre los tobillos y la rodilla) y, si se lleva mochila o cámara de fotos, más vale tener buen equilibrio. Pero el cruce merece la pena: en pocos metros y entre altas paredes de roca que pueden servir como apoyo y hasta como asiento (nunca como trampolín), aparece el Salto propiamente dicho. La oquedad está cerrada por grandes paredes y bloques de travertino (una roca carbonatada por cuyo interior circula el agua, dando lugar a formaciones caprichosas) y la piscina, hogar de algunos barbos y que alcanza los cinco metros de profundidad, llega, bajo la bóveda, hasta la cascada. En todas las paredes se observan culantrillos (un pequeño helecho con propiedades medicinales) y lo único que se escucha es la caída del agua, al fondo, invitándonos al baño.
Los locales insisten mucho: esto no es una playa a la que venir a pasar el rato. Aquí uno llega, se sumerge durante unos minutos y regresa, camino arriba, revitalizado para todo el día (o el mes). Tiene sentido y es que el espacio es limitado y podría hacerse incómodo para grupos de más de ocho o diez personas (falta sitio, por ejemplo, para secarse al sol: mejor traer toallas y retirarse enseguida tras el baño). La temperatura del agua es muy baja durante todo el año, así que es necesario meterse con decisión. De nuevo: conviene llevar escarpines.
Y también aguantar el frío, porque es en el interior del Salto, allí donde ya no se hace pie, donde más se disfruta: la cascada, la vegetación y la sensación de estar en una cueva (aunque no lo sea del todo) hacen de este chapuzón un momento inolvidable. Por supuesto, con un castillo cerca y en una zona dominada por los musulmanes hasta el s. XIII, en el Salto del Usero no falta una leyenda que alude tanto a un príncipe cristiano como a una “princesa mora”. Esta leyenda cuenta que la princesa y el príncipe, trágica e inevitablemente enamorados, se encontraban en el Salto. Una noche los descubrieron: mataron al príncipe cristiano y la Mora se suicidó arrojándose al agua. Por eso, cada noche de San Juan, el fantasma de la Mora baja repitiendo aquel ritual. La leyenda se ha convertido hoy en una representación que reúne a todos los bulleros en el paraje. Entonces, la Mora (interpretada por un vecino del pueblo) desciende con un cántaro, entra en la poza, y lo llena de agua con la que luego salpica al público. Se dice que ese agua da juventud o belleza y, aunque tal cosa no está del todo comprobada, es cierto que, al menos, deja el pelo suave.
Más allá del Salto se encuentran otras pozas como el Molino de abajo o aquellas que, con ingenio, los vecinos han llamado el pequeño Benidorm y La Playica. Aquí, entre las zarzas, también es recomendable el baño, pues el agua se remansa y apenas hay saltos o corrientes. La ruta podría continuar, aguas abajo, hasta llegar a Fuente Caputa o el Embalse de la Cierva, pero eso ya supondría una caminata de más de quince kilómetros y una de los atractivos del Salto es, precisamente, la comodidad con la que se accede a él. Así que lo mejor es volver carretera arriba, de regreso al coche, durante el rato exacto que una melena tarda en secarse y hacer balance: casi nunca un esfuerzo tan pequeño obtiene una recompensa tan grande.
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