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Apenas son 70 kilómetros de recorrido, pero el cauce del río Ara es todo un símbolo de los Pirineos de Huesca por ser el último de los grandes ríos de la cordillera que se considera salvaje. ¿Qué significa eso? Que no hay embalses que regulen ni su caudal, ni su discurrir desde el municipio de Torla hasta su desembocadura en el río Cinca, a los pies del caserío medieval de Aínsa.
Sin embargo, que no existan grandes presas ni pantanos, no significa que no posea tramos de aguas sosegadas. Tiene unos cuantos remansos de cierta profundidad y sin apenas corriente, convertidos desde hace tiempo en codiciadas piscinas naturales. Sea en forma de pozas, de balsas o de gorgas, tal y como se dice en el Alto Aragón, estas zonas ideales para el baño nos aguardan durante todo el recorrido del Ara por el valle de la Solana. ¡Vamos a zambullirnos en ellas!
El río Ara nace en la ladera del Vignemale, cuya cumbre se eleva casi hasta los 3.000 metros. Por ella desciende este torrente de montaña, hasta que pronto se convierte en río con sus propios afluentes como el Otal, que viene del valle de Bujaruelo, y el Arazas, que desemboca tras esculpir el Cañón de Ordesa. Pues bien, a un paso de este parque nacional se encuentra el primer lugar donde sumergirnos en el río Ara. Es la Poza del Molino.
Nos espera aguas arriba del pueblo de Torla. Para llegar a ella, seguimos la carretera que asciende a la pradera de Ordesa y, apenas salimos de la población, tomamos el desvío descendente hasta el puente de la Glera. Ahí, además de dejar el coche, también podríamos darnos un chapuzón. No obstante, decidimos alcanzar la Poza del Molino por el camino que remonta el río y en un cuarto de hora descubrimos un paraje que se ha descrito como el mejor jacuzzi natural de España. ¿Exageración? Quizás. Pero es innegable que bañarse contemplando el relieve de la montaña de Mondarruego a la entrada a Ordesa no tiene parangón.
Hasta el caserío de Fiscal, en el tramo medio del Ara, ya llega un río adulto y ancho que se ha nutrido de varios afluentes a su paso por pueblos como Broto o Sarvisé. Sigue siendo un río de montaña, pero tiene un porte y entidad de lo más fotogénica. Y, por supuesto, zonas donde bañarse. Hasta hace poco, la principal era la conocida como gorga del Cura. Una poza que antaño sería muy frecuentada por algún mosén, que aquí se aliviaba del rigor de la sotana. Si bien, ahora sólo sirve para el chapuzón diario de los usuarios de un camping vecino.
En cambio, son muchos más los bañistas que acuden a una nueva balsa, creada apenas 200 metros aguas abajo. En concreto entre los dos puentes de Fiscal, el de hormigón de la carretera N-260 y el de piedra, originado en tiempos góticos, pero reconstruido tras la Guerra Civil. Esta poza es tan nueva que carece de nombre oficial, aunque posee uno popular. Es la Poza del Asador, ya que a su vera están las mesas del recomendable ‘Asador de Fiscal’ (Solete Guía Repsol), especializado en producto local y en brasas para cocinar tanto pescados como carne, sobre todo de origen pirenaico.
Hace unas cuantas décadas el carácter salvaje del Ara pudo perderse. En el frenesí por la creación de embalses que hubo en los años de la dictadura, se llegó a proyectar uno aquí. Se pretendía aprovechar la amplitud del valle de la Solana y el cañón que se genera de forma natural a la altura de Jánovas. Aquel proyecto nunca se materializó, aunque si se expropiaron los campos de la zona y pueblos como Lacort, Javierre o el propio Jánovas se abandonaron por completo.
Por fortuna, paulatinamente se ha revertido la situación y las casas han vuelto a sus dueños. Y también ha sido una suerte para quiénes buscamos lugares como el desfiladero de Jánovas, enclave precioso e ideal para remojarse. La construcción de una presa en este paraje hubiera acabado con su gran poza, encajada entre la verticalidad del roquedo a un lado y la playa de guijarros al otro. Y también hubiera sido el fin para el puente colgante que, desde 1881, sobrevuela el cauce del Ara y todavía vibra con nuestros pasos cuando vamos camino del refrescante baño.
La construcción de una presa en este paraje hubiera acabado con su gran poza, encajada entre la verticalidad del roquedo a un lado y la playa de guijarros al otro. Y también hubiera sido el fin para el puente colgante que, desde 1881, sobrevuela el cauce del Ara y todavía vibra con nuestros pasos cuando vamos camino del refrescante baño.
Seguimos hablando de infraestructuras, ahora de la carretera N-260 que recorre la ribera del Ara y que, en una de sus últimas modificaciones, incorporó los túneles de Balupor para salvar uno de los tramos más angostos de la vía. De este modo, el asfalto de la vieja carretera abandonada se ha transformado en un improvisado parking para quienes descienden hasta el río y disfrutan de las pozas que llevan el nombre de los túneles.
Al igual que en el desfiladero de Jánovas, aquí también una orilla es inexistente al ser un paredón de roca. Mientras que, al otro lado, se despliegan playas de guijarros. Y también como en Jánovas, aquí gozamos de aguas extraordinariamente cristalinas y puras, pese a que el nacimiento del río está a más de 50 kilómetros. Sin duda esa calidad se debe a la inexistencia de embalses y represas artificiales, pero todos debemos colaborar en su mantenimiento. Ninguna de estas pozas está equipada con servicio de basuras, ni contenedores, así que cada uno de nosotros debe llevarse sus residuos. Y, ya puestos, usad cremas y productos naturales para evitar, en lo posible, la contaminación de esas aguas.
Completa el repóquer de pozas del Ara la gran gorga de Boltaña. Posiblemente sea una de las zonas fluviales más visitadas de todo el Pirineo oscense. Y las razones son obvias. Su facilidad de acceso, ya que está junto a las calles del pueblo. Por lo tanto, dispone de diversos servicios a un paso, como un camping y bares y restaurantes muy próximos. Además, la zona de baño tiene un tamaño considerable. Y, desde luego, la calidad de sus aguas es extraordinaria. Así que no extraña que muchos veraneantes vengan hasta aquí. A veces son tantos que el municipio tiene que restringir el aforo para evitar problemas.
Porque no hay que olvidar que, pese a su belleza y la habitual amabilidad de estas aguas, esto no es una piscina. Se trata de un río, un río de montaña y, a estas alturas, ya sabemos que un río salvaje. Es decir, tiene un carácter cambiante. Tan pronto puede bajar muy poquita agua, como crecer rápidamente su caudal. Aquí no hay socorristas, ni banderas de colores. Una tormenta inesperada o un tropiezo puede suponer un susto, cuando no algo peor. Y sería una pena que estos lugares tan maravillosos se convirtieran en un mal recuerdo. ¡Gozad de la naturaleza, pero con respeto y también con precaución!
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