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Esta comarca se sitúa en la transición entre la meseta del Duero y las primeras estribaciones de la Sierra de la Culebra, un entorno que poco a poco se ha ido recuperando de los terribles incendios de 2022 que quemaron cerca de 65.000 hectáreas de bosque. Planteamos un viaje por carretera por esta comarca que se despliega al oeste del río Esla. ¿Cómo llegar? Tomaremos la salida 261 en la autopista A-66, la Vía de la Plata, a la altura del pueblo de Montamarta. Los viajeros que frecuenten la A6 (A Coruña-Madrid) también pueden desviarse en Tordesillas y continuar por la Autovía del Duero hacia esta localidad.
Montamarta se encuentra a unos 24 km al noroeste de la ciudad de Zamora, en un punto de transición entre las praderas del Esla y la llanura tabarense, donde las suaves colinas descienden hacia el embalse de Ricobayo. Aquí dibuja uno de sus brazos más amplios, que envuelve un área de autocaravanas ideal para una pernocta camper con vistas al río Esla. Durante la Edad Media, esta localidad perteneció al alfoz de Zamora y posteriormente a la Orden del Temple, que controlaba el paso sobre el Esla y las rutas hacia Galicia y León en este enclave estratégico de la ruta jacobea. El camino pasa aquí por lugares como la iglesia de San Miguel Arcángel (s. XVI) o la ermita de la Virgen del Castillo, situada sobre la loma y a orillas del pantano de Ricobayo cuya creación, en 1933, dejó anegados los restos del antiguo templo del Cristo de la Vega.
Continuamos por la carretera N-631 a través de llanuras cerealistas, colinas de pizarras y los meandros del embalse, el cual cruzamos por el puente de la Estrella para llegar al pueblo de La Encomienda. En las orillas del pantano anidan garzas, somormujos y cormoranes, lo que convierte la zona en un buen punto de observación de aves. Entramos en la Tierra de Tábara.
Entre pequeñas dehesas y campos dorados aparece en la llanura Pozuelo de Tábara. Su núcleo urbano conserva la arquitectura tradicional tabarense, con viviendas de piedra parda, cubiertas de teja árabe y amplios portones de madera que dan acceso a corrales y pajares. Su iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista, conserva un retablo barroco y algunos elementos románicos que nos trasladan a la Edad Media. En los alrededores se reparten varias cabañas de pastores construidas en piedra seca, vestigio de la herencia ganadera de la zona. La carretera ZA-2443 conecta Pozuelo con los pueblos de Moreruela y Santa Eulalia de Tábara. Simbolizan también este viaje continúo al medievo de la comarca, o este parón en el tiempo, pues las cosas aquí suceden muy despacio. Quien quiera huir del estrés metropolitano, este es su lugar. Según sus vecinos, siempre ha sido así.
En Moreruela de Tábara sobresale la iglesia de San Miguel Arcángel, en mitad del pueblo, de estilo románico, construida entre los siglos XII y XIII con elementos como el rosetón tapiado y los capiteles ornamentados. En Santa Eulalia de Tábara aparcamos el vehículo a orillas del Esla, escondido aquí entre los juncales, para acercarnos a su templo parroquial, que combina elementos románicos con reformas posteriores. Una familia de gatos parecen los únicos habitantes del pueblo durante la mañana temprana, hasta que aparece algún que otro paseante y una señora que nos pide que no pisemos las flores del jardín junto al cementerio solitario. A las afueras del pueblo se encuentra el castro del Castillón, un asentamiento de la Edad del Hierro que controlaba el curso del río Esla. Este yacimiento, sin embargo, se halla en una finca privada, por lo que su acceso es restringido.
La villa de Tábara está enclavada en el corazón de su comarca homónima y se presenta al viajero como el principal núcleo urbano de la zona con apenas 700 habitantes. Este emplazamiento, en el centro de la depresión tabarense, la convirtió desde el Edad Media en un punto estratégico y lugar de paso obligado para peregrinos. Hoy mantiene ese espíritu acogedor para los que siguen frecuentando el Camino Mozárabe-Sanabrés de Santiago, cuya primera etapa concluye aquí antes de continuar hacia tierras sanabresas.
Indagamos por el entramado urbano de Tábara, de calles estrechas y plazuelas que aún conservan su traza medieval. Un buen ejemplo son su palacios, antiguos conventos, restos monásticos y elementos etnográficos como los corrales de piedra, los molinos y las cortinas, o hileras de piedras clavadas en el suelo que marcaban los límites de las fincas. Aparcamos junto a la iglesia de Santa María, levantada sobre los restos del antiguo monasterio de San Salvador. El templo, del siglo XII y estilo románico, es uno de los grandes centros culturales del medievo leonés. En su scriptorium se elaboró el célebre Beato Tavariense, códice miniado de extraordinario valor que hoy se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. La torre del campanario domina todo el entorno rural que envuelve la villa y se ha convertido en símbolo de la localidad.
“Manolo”, como le gusta que le llamen, nos invita a un paseo por el pueblo guiado con historias, anécdotas e incluso alguna que otra poesía que recuerda. “La vida ha cambiado mucho aquí. Cada vez queda menos gente, antes se dedicaban todos a la agricultura pero ahora es muy difícil porque está mal pagado”, comenta Manolo Román que nos muestra lugares como el edifico de las antiguas escuelas, hoy local social, los lavaderos donde las mujeres acudían a lavar la ropa, las fuentes de piedra que abastecían al vecindario y los antiguos corrales de ganado. Acompañamos a Manolo hasta su casa, construida por él mismo, con una pequeña huerta y corral típico, donde su mujer continúa haciendo punto de cruz, como siempre ha hecho.
De vuelta al coche, conducimos rumbo oeste en busca de las ruinas de la ermita de San Lorenzo. Estas aparecen en el extremo más antiguo de la localidad, en lo que antaño fue el barrio judío. De la ermita se conserva parte de la espadaña de mampostería, erigida con la piedra local y el recuerdo, una vez más, de un pasado medieval diverso de Tábara, donde convivieron comunidades cristianas y judías hasta la expulsión de finales del siglo XV.
La villa de Tábara es la puerta de entrada a la Sierra de la Culebra, que se extiende desde aquí a Puebla de Sanabria. Conducimos rumbo a esta reserva de caza de 60.000 hectáreas con una parada previa en el área recreativa de La Folguera. Este espacio cuenta con mesas de piedra y madera, barbacoas y una fuente rodeada de encinas y robles. Es un punto de partida o de descanso de referencia en las rutas senderistas y cicloturistas que recorren los alrededores del municipio, atravesando campos de cereal, dehesas y caminos rurales. Seguimos uno de ellos para asomarnos a este territorio salvaje.
“La Sierra de la Culebra es uno de los principales reclamos de la Tierra de Tábara”. Así lo explica Pedro Gómez, propietario de la empresa Naturaliste que propone recorridos por la reserva. “Atrae todos los años, y cada vez más, a muchísimos naturalistas, especialmente con el objetivo de observar el lobo ibérico en uno de los mejores sitios de la península para realizar esta actividad”, añade el guía. “También vienen muchos a finales de verano y principios de otoño atraídos por la berrea del ciervo, que aquí cuenta con los mayores ejemplares de España y Portugal”. La Sierra de la Culebra forma a su vez parte de la reserva de la biosfera Meseta Ibérica, un área protegida transfronteriza que se extiende desde las montañas que flanquean Sanabria hasta el margen sur del río Duero, entre Bragança, Salamanca y Zamora.
Nos olvidamos un rato del coche para ascender caminando hasta el mirador de la Pedrizona. Este balcón natural se localiza en una pequeña plataforma de pizarra y cuarcita que corona las laderas de encina y matorral. Una manada de ciervos huye nada más apreciar nuestra presencia en este paraje solitario y sereno. Desde el mirador se aprecia toda la comarca con la depresión de Tábara, el mosaico de los campos de cereal y pastizales, los bosquetes de encina y roble y las cumbres de la Sierra de la Culebra, al oeste. La Pedrizona cuenta con un pequeño aparcamiento, un puesto de vigilancia en una cabaña y otro para observación de la fauna. No es raro aquí avistar aves rapaces, como milanos, cernícalos o águilas reales, que sobrevuelan la zona en busca de presas.
Nuestro roadtrip por la Tierra de Tábara finaliza en el monasterio de Santa María de Moreruela, declarado Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico-Artístico. Se esconde al otro lado del río Esla, lo que nos invita a completar un recorrido circular por toda la comarca. Cruzamos una vez más el gran embalse de Ricobayo por el puente Quintos, situado entre Santa Eulalia de Tábara y Otero de Centenos, para continuar por la carretera ZA-123 y por el estrecho camino que conduce hasta las ruinas del cenobio.
Al atardecer este monumento presenta un aspecto abandonado, casi tétrico, elevado con las últimas luces del día y por la única presencia de una decena de cigüeñas que descansan sobre sus muros y rompen el silencio con su crotoreo característico. Su hogar es este monasterio cisterciense del siglo XII y XIII, que fue uno de los primeros de esta orden en la Península y hoy la principal joya patrimonial de la comarca de Tierra de Tábara.
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