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Hablamos de una catedral cavernaria de columnas, lagunas y salas monumentales donde el agua ha creado a su antojo una composición infinita de estalactitas, estalagmitas y cascadas de piedra desde el Pleistoceno. Pues la obra del karst aún no ha terminado, sigue viva. “El verdadero valor diferencial de esta cueva, más allá de sus formaciones, está en la magnitud de sus salas y en la impresión que causa a quienes la visitan”. Así lo explica José Manuel Cuevas, guía de la gruta visitable más grande de España. “Muchos llegan con bajas expectativas y quedan asombrados al descubrir estos espacios subterráneos con dimensiones que no se encuentran en cualquier parte”. 42°54′22″N, 5°33′31″W son sus coordenadas. Ponemos rumbo a la Cueva de Valporquero.
Desde León, tomamos la carretera LE-315 hacia el norte para tratar de descifrar los paisajes de la Montaña Central Leonesa. Es esta una zona de transición entre el clima atlántico y el mediterráneo, entre la Meseta Ibérica y la Cordillera Cantábrica donde el bosque de roble y de haya se mezcla con el encinar. No tardamos en encontrar el valle del río Torío, cuyo curso se va estrechando hasta guiarnos por un entorno agrícola, donde los prados abiertos se intercalan con pequeñas huertas y pueblos como Pedrún, Coladilla o Vegacervera. Mantienen la arquitectura tradicional de montaña, su herencia pastoril y el ritmo de vida que caracteriza a toda la comarca del Valle del Alto Torío y que tanto busca el urbanita. Hacemos una parada en el área recreativa de Vegacervera, en una pradera junto al río atravesado por el puente de piedra, construido en el s. XVIII, donde unos paneles con información invitan al viajero a explorar diferentes rutas de la zona como la del Faedo, la de Valporquero a Valle o la de los Sierros Negros.
Retomamos el coche para ascender por la carretera y seguir el curso del Torío, que ahora avanza encajado entre paredes verticales de caliza que parecen tocarse sobre la carretera retorcida. Son las hoces de Vegacervera, un desfiladero de origen kárstico que convierte el asfalto en la ruta con la que los motoristas sueñan despiertos y que está protegido como parque natural. Este entorno de bosque de ribera está declarado a su vez Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), donde aparecen especies como el alimoche y el halcón peregrino, además de la nutria. Nada más abandonar el desfiladero, en las inmediaciones del pueblo de Felmín, encontramos un antiguo calero, el tradicional horno donde se obtenía la cal de la piedra caliza. Hoy está restaurado como recurso etnográfico y muestra la importancia que tuvo esta actividad en la vida rural de la Montaña Leonesa, donde también tuvo relevancia la minería del carbón en el siglo XIX.
Abandonamos ahora el valle para tomar la carretera de la izquierda a través de la ladera hacia Valporquero de Torío (municipio de Vegacervera). Aquí en las alturas, más allá de los 1.300 metros, se extienden praderas donde pastan vacas y ovejas, muestra de la ganadería trashumante de la zona. Quien haya venido aquí a desconectar está en el lugar adecuado, ya que no hay cobertura en todo el pueblo, tan solo en lo alto de la Atalaya de Valporquero. Es este el mejor mirador del valle del Torío, situado a 1.415 metros de altitud, ideal para contemplar este mosaico de paisajes que van mutando en otoño desde las riberas de alisos y fresnos hasta las encinas y quejigos en las partes solanas pasando por las masas de hayedos en las umbrías. En lo alto de la colina se emplaza aislado el pueblo de Valporquero de Torío, con apenas algunas decenas de casas y de vecinos.
Buscamos la entrada de la cueva de Valporquero, “que no cuevas”, como insisten los guías desde el centro de visitantes. Esta se encuentra junto al pueblo, en un pequeño valle que hace de sumidero del arroyo Valporquero, escondido en las montañas tapizadas de matorral, que conforma un laberinto subterráneo que estamos a punto de descubrir. “La cueva se abrió al público en 1966”, explica José Manuel Cuevas, guía del recorrido y responsable de la iluminación y electricidad de este entramado calcáreo que ha estado explorando desde hace cincuenta años. Este sistema kárstico, con aproximadamente 1,3 kilómetros acondicionados para el público, es el segundo más grande de Europa y está gestionado por la Diputación de León, que ofrece diferentes recorridos para descubrirlo. “Todas las visitas son en grupo y acompañadas por un guía”, explica el equipo de la Cueva de Valporquero. Ojo: “la temperatura en el interior de la cavidad es de 7ºC todo el año”, advierten. Por lo tanto, conviene venir abrigado, ya sea en verano, otoño o primavera, pues en invierno la cueva se mantiene cerrada para los visitantes.
La temperatura en el interior de la cavidad es de 7ºC todo el año. Por lo tanto, conviene venir siempre abrigado.
El “recorrido normal” (6 euros) está centrado en las salas principales y tiene una duración aproximada de una hora con salidas cada 40 minutos. El “recorrido largo” (8,50 euros) abarca las siete salas visitables y tiene 1 hora y media de duración. Valporquero Insólito (18 euros) es el nombre de la otra opción de visita que se realiza en grupos reducidos y a oscuras, tan sólo con luz frontal, mientras el guía va iluminando las salas a medida que se avanza en este recorrido que tiene una duración de 2 horas y media. “La cavidad cuenta con veintidós lagos en total y cascadas de hasta veinte metros de altura además de diferentes descensos en el recorrido”, comenta el guía. “Permite practicar espeleología y es muy completa tanto para quienes quieren iniciarse en esta actividad como para quienes buscan una aventura”, explica José Manuel Cuevas. Otra opción para explorar este entorno subterráneo es hacer el Curso de Aguas, una actividad que eleva la adrenalina y que discurre en paralelo a los recorridos tradicionales para todos los públicos. Empresas de turismo activo de la zona como Tiki Aventura, Naturocio o Leonaventura son las que la ofertan. Nosotros nos decantaremos hoy por la ruta de Valporquero Insólito para conocer todos secretos de la cueva en un recorrido sensorial y a oscuras.
Tras caminar por el pequeño túnel de acceso descubrimos la boca de la cueva, que nos va desvelando las espectaculares dimensiones de la cavidad. Nos adentramos ahora en este mundo subterráneo junto a José Manuel, donde la temperatura desciende de golpe y donde no tardamos en descubrir la primera gran sala del itinerario: Gran Rotonda. Es este un punto de encuentro entre varias galerías y una de las cavidades más grandes de Valporquero, con 100.000 m3 de vacío subterráneo y 20 metros de altura de esta bóveda salpicada por cientos de estalactitas, lagos y columnas. “Geológicamente, la formación de las estalactitas y otras estructuras obedece a un proceso en el que el agua, procedente de glaciares y circulando por dolinas, actúa como un cuchillo que desgasta la roca caliza”, comenta el guía. “La montaña, formada por estratos, se comporta como una esponja que se carga de agua con la lluvia y la nieve. Al filtrarse, el agua va disolviendo la roca y, tras millones de años, origina las formaciones actuales”, añade José Manuel. “El carbonato cálcico puro da lugar a colores blancos, pero la presencia de minerales como hierro y manganeso añade tonos rojizos, oscuros o anaranjados. Así se forma la impresionante variedad que vemos hoy”, detalla Cuevas. “Cuando llueve esto es impresionante”. Según el guía los meses más lluviosos es común que descienda por la cavidad un gran río acompañado por un sonido estruendoso.
La Gran Rotonda actúa como un eje desde el cual se accede a otras salas y galerías, mostrando la complejidad de la cueva y su estructura jerárquica de salas interconectadas. Muy cerca se encuentra Pequeñas Maravillas, un espacio donde los espeleotemas se concentran en una sala más reducida, y el Cementerio Estalactítico, que se distingue por la enorme densidad de estalactitas colgantes, algunas de ellas agrupadas formando auténticas “cortinas” de piedra. Continuamos hacia la Sala de las Hadas, una cavidad donde predominan columnas esbeltas y formaciones de calcita que evocan siluetas fantásticas, de ahí su nombre. En época de lluvias aquí se forma una cascada de 15 metros de altura.
Gran Vía se presenta como una auténtica avenida cavernaria de 200 metros de longitud y 30 metros de altura que conecta varias zonas de la cueva. Bajo este pasillo se esconde el Curso de Aguas, agente modelador de la cueva que ha ido tallando galerías y formando lagos y cascadas internas. “La experiencia de la visita se completa con explicaciones sobre la historia y la geología de la cueva”, comenta el guía de Valporquero Insólito. “Muchos de los primeros avances se deben a pioneros como Felipe Frick, un alemán entusiasta que se unió a un grupo de aventureros leoneses aficionados a la espeleología. Gracias a ellos la cueva empezó a explorarse en serio en los años 40 y 50”, cuenta. “En aquel momento no existían frontales, sino lámparas de carburo, tampoco había neoprenos, descendedores, cuerdas estáticas o dinámicas, solo una soga y un mono azul”, añade. “Con ese equipo, lo que hoy recorremos en una hora a ellos les llevaba jornadas enteras, hasta el punto de dormir dentro de la cueva para continuar al día siguiente”, explica el responsable de iluminación del complejo. “En su avance llegaron a formaciones como la colada hueca, sin saberlo en ese momento, y continuaron porque oían el agua. Eso les condujo a la Columna Solitaria y, finalmente, a la Sala de las Maravillas, la joya de la cueva”, concluye.
Excéntricas, macarrones, abanderadas y todo un sinfín de espeleotemas saturan el ambiente taponando la cavidad. La Sala de las Maravillas pone el broche final al recorrido subterráneo por Valporquero regalando al visitante una composición infinita de estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas y lagos subterráneos que José Manuel ilumina de repente para crear ese famoso efecto “wow” del que tanto se habla y que pocos se esperan aquí. “Esta sala ofrece una visión global de los procesos que han configurado Valporquero, sintetizando la riqueza geológica y estética de todo el complejo y cerrando la visita con un espacio que resume la grandeza y diversidad de la cueva”. Así lo informan desde la Diputación de León que registró en 2024 cerca de 60.000 visitantes en el recinto. Sin embargo, “este número de visitantes, apenas alcanza los niveles necesarios para cubrir los gastos de este complejo”, apunta Cuevas. “Esto puede ser positivo para la conservación geológica”, añade el guía cuyo vínculo con este universo subterráneo trasciende lo profesional para formar parte de su vida. Aquí intentó celebrar su boda y, aunque no lo consiguió, se conformó con bautizar a su hijo en uno de los pequeños lagos donde nos pide una foto de recuerdo. Ya en sus últimos años antes de la jubilación sólo pide que quien le releve en su puesto tenga tanto aprecio y respeto a la cueva como el que ha tenido él. Y que la Cueva de Valporquero tenga el reconocimiento que se merece a nivel nacional. “Aunque sea por puro orgullo leonés”.
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