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El Tajo de Ronda es el desfiladero que parte en dos a la ciudad: de un lado la vieja y del otro la nueva. Cuesta entender que el agua no encontrara otro camino más que cortar por lo sano este pequeño altiplano. Las aguas del arroyo de las Culebras y el río Guadalevín se juntan para esculpir una estrecha garganta de apenas medio kilómetro de largo, pero con paredes verticales de 100 metros que parece que se fueran a desplomar unas sobre otras. De toda la vida, la estampa se ha visto desde el Puente Nuevo y los miradores aledaños, pero ahora te puedes meter en la “boca del lobo” gracias a las pasarelas del Desfiladero del Tajo, un nuevo producto turístico de Ronda que, tras estrenar su primer tramo en la primavera de 2024, está previsto que la ruta al completo abra a visitantes a finales de 2025, colándose por fin por los tramos más espectaculares del Tajo.
Por mucho que el Tajo sea un milagro de la naturaleza, su pieza más fascinante es de factura humana. El Puente Nuevo, de hecho, es una de las postales que mejor vende a España en el exterior. Parece que formara parte del desfiladero, como si lo hubieran cincelado en una pared de roca que impedía el paso del agua. Pero se construyó apilando ingentes cantidades de roca durante tres largas décadas. El resultado fue el equivalente a un edificio de 30 plantas… del siglo XVIII. Cuando se concluyó en 1793, algunos acusaron a su arquitecto, José Martín de Aldehuela, de haber utilizado una solución demasiado conservadora que empleaba más material del necesario, pero su puente para la eternidad se convirtió en una pieza esencial para que Ronda pasase a ser el ojito derecho de tantos viajeros románticos.
Por mucho que el Tajo sea un milagro de la natural Ronda, parece flotar sobre una hoya. Frente al paisaje abrupto del Tajo, la ciudad se sitúa sobre un terreno llano, como en una atalaya natural con panorámicas extensísimas hacia las sierras de Grazalema y de las Nieves. Los que busquen las vistas del desfiladero y su puente, preferirán el mirador de Aldehuela, el más populoso del casco viejo; enfrente, los jardines de Cuenca ofrecen vistas tan buenas, pero en un entorno más íntimo. Otro mirador famoso es la Alameda del Tajo, un elegante jardín botánico del siglo XIX que se asoma a la hoya de Ronda desde un precipicio de 100 metros de altura, con un balcón apodado por los locales como el “balcón del coño”, en referencia a la exclamación que provoca el vértigo de quienes lo visitan. El mirador del Puente Nuevo, situado en la bajada hacia la hoya, es una bonita opción para ver el puente desde abajo, quizá mientras se pone el sol.
La Ronda musulmana se defendía con un cinturón de murallas del que todavía quedan algunas puertas como la Puerta de Almocábar, del siglo XIII pero rehecha en tiempos de Carlos V, o la del Cíjara. Las puertas nos introducen en un casco de callejuelas empedradas, caóticas y encantadoras, entre las que emerge la monumental Colegiata de Santa María la Mayor, que ofrece una lección del arte de transición del gótico al Renacimiento, y cuyo campanario es un mirador privilegiado al casco viejo. Cerca se encuentra el Palacio de Mondragón, un buen exponente de los muchos otros que hay por el casco viejo, algunos reconvertidos en hoteles o restaurantes. Este combina patios mudéjares y salones nobles con jardines colgados que se asoman al Tajo, y se los ofrece al Museo de Ronda para divulgar la historia local en un entorno excepcional.
Otro palacio que merece la pena es el del Marqués de Salvatierra, o al menos su fachada, que es lo único “abierto” a viajeros. Se ubica junto al Arco de Felipe V, que marca el camino hacia la junta del arroyo de las Culebras y el río Guadalevín, donde se encuentran los Baños Árabes, uno de los hammames mejor conservados de la Península. Datan de los siglos XIII y XIV, y presentan una sala fría, templada y caliente, hipocausto, caldera y lucernarios estrellados que filtran la luz sobre las bóvedas. Este espacio de higiene, rito y sociabilidad nos permite acercarnos a la grandeza de esa Ronda musulmana de la que apenas quedan vestigios.
La Casa del Rey Moro, en proceso de rehabilitación, es uno de esos palacios del casco viejo que nos gustaría ver abiertos. Por ahora, que no es poco, podemos disfrutar de sus jardines suspendidos sobre el precipicio, proyectados por el célebre paisajista francés Jean Nicolas Forestier en 1912. Pero este terreno aterrazado depara todavía una sorpresa mayor: la Mina de Agua, una obra maestra de ingeniería hidráulica de época nazarí situada en la parte baja del desfiladero. Descendiendo los 230 escalones que nos acercan a la mina, podemos leer el cañón que hemos visto desde los miradores a ras de la roca. Y una vez abajo, conseguir unas vistas increíbles, parecidas a las que ofrecerá el Desfiladero del Tajo cuando se concluya. Parece ser que los ejércitos cristianos conquistaron Ronda atacando por aquí, o sea, por el suministro de agua potable a la ciudad.
Antes quedó por mencionar uno de los miradores más famosos, el de los Viajeros Románticos, pero porque más que un mirador, es un panel que recuerda cómo esta localidad malagueña se convirtió en objeto de culto romántico. Frente al convento de Santo Domingo, rinde homenaje a quienes fijaron en Europa la imagen de una Ronda sublime y algo salvaje. Figuras como Washington Irving o Prosper Mérimée encontraron aquí una “ciudad de sueños” con puentes imposibles y sierras con bandoleros. Luego el mito fue creciendo y siguieron llegando figuras como Ernest Hemingway, que aspiraba a escribir como se toreaba en Ronda, u Orson Welles, que quiso ser enterrado aquí tras decir que “un hombre no es de donde nace, sino de donde elige morir”.
Felipe II fundó la Real Maestranza de Caballería de Ronda en el año 1572 como escuela de entrenamiento ecuestre. Luego, en 1785, José Martín de Aldehuela se desquitó de su fama de arquitecto “pesado” con el diseño de una plaza de toros hermosa y ligera como el viento. Hoy ya no se celebran corridas en su interior, pero la visitan cientos de turistas atraídos por la belleza de su factura y por el museo que alberga, dedicado a la tauromaquia desde un punto de vista muy original y para nada pro-taurino. Tanto, que tiene un buen apartado dedicado a la historia del movimiento anti-taurino, y a las implicaciones políticas o religiosas que tiempo atrás tenían estos festejos. Y entre trajes y cartelería histórica, descubrimos que jugar peligrosamente con toros bravos es una práctica que arrastramos desde la época sumeria.
Frente a la plaza de toros, el hotel Catalonia Ronda es una de las mejores ubicaciones desde las que lanzarse a visitar la ciudad. A escasos metros del Puente Nuevo, no ofrece ese encanto romántico que tienen los alojamientos de la ciudad vieja, pero tiene un skybar y una piscina en la azotea con vistas a la plaza de toros con la sierra de fondo. Se ubica en un edificio modernista de principios del siglo XX que durante décadas fue una sede de la Caja de Ahorros de Ronda. Tras su última rehabilitación de 2017, “ganó” una de las azoteas más privilegiadas de la ciudad, que no es poco en esta ciudad eminentemente panorámica.
Antes de echarse a dormir, nos acercamos a probar algo de la gastronomía local en el 'Sensur Gastrobar', también a tiro de piedra de la plaza de toros. Alejado de esa imagen de la Ronda romántica idealizada, tiene unos salones que son perfectos para descansar de la estética tradicional y así luego volver a tomarla con ganas. Y en paralelo a la decoración, nos sirven delicias como un canelón de pollo con demi-glace y bechamel de aromáticos, un salmón a la brasa con emulsión de coco e hinojo, o una presa ibérica a baja temperatura con puré de boniatos.
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