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El hotel Santa María de Briones se apoya sobre los restos de la muralla medieval que cerraba el casco viejo de Briones. Donde antes estaban las almenas, ahora hay una cafetería-mirador que se asoma a un mar de viñedos. Este pueblo disputado por castellanos y navarros ya era un destino turístico gracias a su iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y al museo Vivanco de la Cultura del Vino, pero tras la apertura del hotel, Briones ahora también es campamento desde el que asaltar La Rioja Alta.
La madera es clave en la calidez de este hogar para viajeros. Otra es la decoración: se nota que no es impostada. Javier Ruiz, propietario, cuenta que cuando sus hermanas vinieron por primera vez se echaron a llorar al ver el reloj al que su padre daba cuerda a diario. Todo tiene una historia: los cuadros de su abuela pintora, Marina Anta, su colección de cámaras de fotos, un trombón que compró por la calle en Nueva York, una maqueta del avión en el que se conocieron él y su mujer (la Santa María), o una figurilla de Tintín con una maleta que tan bien le representa.
Charlamos en un salón encantador construido encima de un aljibe que formaba parte del castillo de Briones, y sobre el que la muralla se desploma. Además del murallón, se conservan un lagar y una bodega medievales, visibles bajo el restaurante. Eso es todo lo antiguo. El resto es pura novedad: la materialización de la idea de hotel perfecto que los Ruiz llevaban décadas diseñando en una libreta mientras se alojaban en hotelitos con encanto. Y parece que en algo han acertado a juzgar porque ostentan la primera y única llave Michelin de La Rioja, concedida en 2024.
Con un ojo puesto en la sostenibilidad y otro en el capricho, las habitaciones se adaptan al huésped: la intensidad de la iluminación es regulable, los espejos del baño orientables, se puede poner la calefacción y el aire acondicionado todo el año… Además han mimado cada detalle, como la iluminación de los armarios, con perchas con pinzas, el doble lavamanos, el escaloncito en la ducha para que no salga agua, las persianas y cortinas eléctricas… Pero lo que de verdad enamora son las calidades: “Las inversiones más bestias han sido en piedra y madera”, resume Javier.
Lo que no estaba en la libreta de los Ruiz era hacer un hotel gastronómico, pero Santa María de Briones claramente ha tomado esa senda. El responsable es Juan Cuesta, un chef que, después de casi una década aprendiendo de los mejores fuera de casa, se dio cuenta de que echaba demasiado de menos La Rioja, y cuando los Ruiz le propusieron ponerse a los mandos del 'Allegar', no lo dudó un momento. “Allegar es un riojanismo que significa rebañar el plato con pan”, cuenta este riojanísimo que se nutre e inspira en su tierra y nos plantea un viaje por ella, pero a través de un menú moderno.
Sobre cada mesa, junto a la minuta del menú degustación, hay un mapa de la provincia con los productos que trabaja de cada región. “Es como dar una vueltita por La Rioja”, cuenta Cuesta, que disfruta diseñando platos complejos pero “ante todo quiero tratar el producto como se merece”. Como los Ruiz, también es un detallista: ahí está su colección de platos, hechos a mano por un cantero asturiano, cada uno para una receta, como el que tiene forma de seta para su ravioli de trufa con angula de monte.
El menú de hoy arranca con una declaración de principios: Atún, sarmiento y wasabi, un pescado que marina con un aceite infusionado durante 36 h con brasas de sarmiento, serfvido sobre un bocabit de tinta de calamar. Lo sacan junto al Pimiento riojano en crema helada, con el que forma una dupla deliciosa. Panceta, calamar y sarmiento es un plato del que está especialmente orgulloso: “Es como una carbonara pero de calamar”. Hace virtud de la sencillez con su Huerto riojano y cierra con dos platos con los que por fin se puede allegar: un espectacular Rodaballo e hinojo y un sabrosísimo Cordero meloso y crocante sobre migas y pil pil de boniato.
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