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'La Casa del Limonero' guarda entre sus muros el paso de los siglos.

Hotel 'La Casa del Limonero' (Sevilla)

Arte contemporáneo y silencio andalusí en una hospedería de lujo

02/09/2025 –

Actualizado: 29/08/2025

Fotografía: Javier Sierra

En el barrio de Santa Cruz de Sevilla, en pleno casco histórico, late un edificio del siglo XV convertido en una casa de huéspedes íntima, con 14 habitaciones, un jardín secreto y piscina. Entre los muros de la 'Casa del Limonero', una colección de arte moderno y contemporáneo que lo transforma en una galería viva. Figura como hotel, pero es otra cosa.

Sevilla arde. Aun así, los viajeros se pierden por las callejuelas del barrio de Santa Cruz, entre edificios calados e iglesias. Retumban las ruedas de las maletas contra el empedrado como pequeños tronos de Semana Santa. Se cruzan grupos vestidos con el uniforme de los solteros. Vociferan. Es atravesar el pesado portón de madera de la 'Casa del Limonero' y hacerse el silencio. El aire cambia, huele a piedra fresca. Afuera, Sevilla bulle; aquí dentro, en cambio, el tiempo se empeña —afortunadamente— en ir más lento.

Martina Cam, directora del hotel.
Martina Cam, directora del hotel.

Parece un hotel, pero es otra cosa. La placa con dos estrellas que luce su fachada no le hace justicia. "Esto es una hospedería. Es una pena que no exista esa nomenclatura en turismo, porque no queremos ser un dos estrellas: somos una casa de huéspedes de lujo. Es lo que somos, pero no nos podemos llamar así", se lamenta Martina Cam, la directora de este alojamiento que abrió en febrero de 2025 en la capital hispalense. Es francesa, pero lleva treinta años viviendo en Sevilla. La conoce como la palma de su mano, igual que a este edificio.

El hotel cuenta con 14 habitaciones.
El hotel cuenta con 14 habitaciones.

'La Casa del Limonero' guarda entre sus muros el paso de los siglos. De su origen en el XV se conserva su estructura, con la casapuerta, el zaguán y el apeadero, además de un amplio patio central rodeado de galerías porticadas con arcos mudéjares de medio punto. También un emocionante alfarje que da la bienvenida en la recepción con colores como cromos antiguos. Azulejos con añada procedentes de talleres valencianos y sevillanos se esparcen por aquí y por allá, y algunos forman los tableros de las mesas en un ejercicio de memoria. A cada nueva familia que la ocupaba —marqueses, gobernantes— la casa absorbía sus gustos, las tendencias de la época. La mezcla está en su ADN.

Detalle de uno de los baños del hotel.
Detalle de uno de los baños del hotel.

En sus pasillos, solo el rumor de una fuente. Acompaña de manera omnipresente los paseos por las diferentes estancias comunes y recuerda, aunque haya sido un último añadido, que la hispanoárabe es también una arquitectura del agua. "A veces me siento como en un convento y que yo soy la madre superiora", bromea Martina. Es cierto que hay algo conventual. Tanta calma podría parecer ilusoria, pero aquí es sólida como una piedra —antigua—. "El lujo real hoy es la paz, el silencio y la belleza", sentencia quien dejó su país con una maleta en la mano y Andalucía por delante.

Un jardín único

Y de pronto, el péndulo de Ingo Maurer sobre mí; la extravagante silla Alligator de los Campana Brothers; un extraordinario tapiz violáceo de Olga de Amaral en una escalera; las hamacas Mies de los 60 de Archizoom Associati a la vuelta de la esquina; la cómoda Odyssée de Mattia Bonetti —pieza única subastada por Sotheby’s— en un salón; los ojos de muñeca de Guillaume Gene observándome en un descansillo; un tótem de Ettore Sottsass dando vida a un rincón. Todo esparcido con total naturalidad, como si de tanto valor no importara. No llevan placas identificativas, no hay guardas de seguridad que las vigilen, no hay horario de visitas.

El rumor de la fuente, omnipresente en el hotel.
El rumor de la fuente, omnipresente en el hotel.

La fantasía artística y decorativa prosigue en cada una de las 14 habitaciones con las que cuenta la casa. Cada una de ellas es un microcosmos con personalidad propia. Una de estilo italiano, otra mudéjar, otra dedicada al mundo taurino. La llamada Verde agua, más mediterránea, con pañuelos casi centenarios de Hermès enmarcados, cuenta con una cama antigua restaurada y mobiliario de Pucci de Rossi. Desde sus ventanales se ve la Giralda, impertérrita, en lo alto. También la piscina, quieta, un regalo para quien tenga la suerte de alojarse aquí. Y el jardín. Porque en la 'Casa del Limonero', a diferencia de la mayoría de hoteles de la ciudad, el corazón no es el patio central, sino este frondoso vergel.

El patio y la piscina del hotel, dos rincones para perderse.
El patio y la piscina del hotel, dos rincones para perderse.

"Marie, la propietaria, estuvo un año buscando un edificio. Quería algo más pequeño que esto, que tiene 3.000 metros cuadrados, pero al final el arquitecto la convenció", comenta Martina. En realidad, el jardín ya la había enamorado. "Una casa tan cerca de la catedral, en pleno casco antiguo, con un jardín, ¡y una piscina al lado! La construyeron en los 60 los Moreno de la Cova, los últimos dueños. El abuelo fue alcalde de Sevilla. Era la única de la zona. Ha venido gente del barrio contándome que de niños les dejaban bañarse en ella".

Marie y su sombra

Pocos saben quién es Marie. En cualquier otro hotel, en cualquiera de tantos, nadie se lo cuestionaría siquiera, pero aquí es la pregunta que te persigue desde que el portón se cierra a cal y canto a tu espalda. Si dentro todo es luz, Marie es una sombra. "Ella no quiere ser la protagonista", responde Martina; "la protagonista es la casa". Sin embargo, la casa es ella.

Obras de arte contemporáneo se reparten por doquier.
Obras de arte contemporáneo se reparten por doquier.

Marie está en cada detalle de una obra que ha durado casi una década: en la rehabilitación de la estructura original, en la elección de los materiales, en cada pequeño mosaico conservado; en todas las piezas del mobiliario que ha buscado en rastros, tiendas de antigüedades, casas de subastas; en cada estantería, cada espejo único. Y, sobre todo, en cada una de las obras de arte contemporáneo que se reparten por doquier. Es una hospedería, pero también una galería viva.

Lámparas de Artemide y de Lucas Zito cuelgan de los techos.
Lámparas de Artemide y de Lucas Zito cuelgan de los techos.

Al insistir, Martina da pistas: "Es del sur de Francia, pero ha vivido toda su vida en París. Su padre era un empresario de éxito y ella tuvo los medios para dedicarse al arte. Durante una época fue fotógrafa. Después comenzó a coleccionar arte contemporáneo, a buscar piezas, a acudir a ferias de arte por Europa. Es una mujer con una sensibilidad especial, tiene mucha intuición y un ojo impresionante".

Cada una de las estancias es un microcosmos con personalidad propia.
Cada una de las estancias es un microcosmos con personalidad propia.

Alguien podría imaginársela como la Fedora de Billy Wilder, oculta tras su sombrero y sus gafas de sol, paseando por la Place Vendôme. Esa imagen se evapora al recorrer cualquiera de los pasillos y salones de la primera y la segunda planta. Sillas de Arne Jacobsen, lámparas de Artemide y de Lucas Zito. Es darse de bruces con uno de los osos de Gilles Cenazandotti, elaborado con la basura que llega a las playas, o con una fotografía de impresión lenticular del coreano Bae Joon Sung y, de pronto, Marie tiene el pelo rojo, es más joven, un alma libre.

El péndulo de Ingo Maurer.
El péndulo de Ingo Maurer.

Tuvo un hostal en Tarifa, el 'Diez y Seis'. En un paseo queda claro que África le apasiona: hay tapices de Ange Dakouo y de Abdoulaye Konaté, fotografías —estupendas— de Malick Sidibé. De un anticuario sevillano son varios bargueños que invitan a abrir cajones, buscar llaves, descubrir secretos como un niño. De ahí que no permitan la entrada a menores de 14 años: sería un parque de atracciones de cuento, instructivo, analógico.

Una mesa sencilla

Gonzalo, Junko y Eduardo animan el desayuno frente al jardín. Gonzalo, cántabro en el sur, parece un maestro de ceremonias: da charla a los huéspedes, aprovecha cada instante para contar algún secreto del edificio y ofrece platos como caprichos a quienes se sientan ante un solitario café. Junko, japonesa, trastea en la cocina, prepara huevos en distintos formatos y repone fruta, panes y embutidos con ahínco. A veces elabora ella misma el pan, las mermeladas —con los frutos de los árboles de la casa— y hornea pequeñas pastas de limón que pronto se convierten en antojos.

No hay cocina, pero sí un picoteo sencillo con queso, jamón ibérico, alguna ensalada y una discreta carta de vinos.

No hay servicio de restaurante, pero sí un picoteo sencillo con queso, jamón ibérico y alguna ensalada.

Eduardo cuida del frondoso jardín que él mismo ha plantado, en el que permanecen algunos ejemplares de la antigua casa, como el limonero que da nombre al alojamiento. Lo hace con el cariño de quien ha visto a alguien crecer, sin apenas hacer ruido, apareciendo y desapareciendo tras las hojas. «Marie no quiere flores. Solo le pidió que todo fuera verde». Martina y él se conocieron trabajando en 'Hacienda Benazuza', aquel oasis a las afueras de Sevilla con el sello de 'elBulli'.

Cada espejo y objeto decorativo es único.
Cada espejo y objeto decorativo es único.

Marie consiguió que la actual directora dejara los cinco estrellas de la ciudad —las 'Casas de la Judería' y 'Palacio de Villapanés'— y la involucró en este proyecto. Cenaron juntas, se hicieron amigas. Una desea compartir mesa con ellas. El trato de Martina, cercano, sin protocolos ni aspavientos, hace que incluso parezca posible. Y es que han conseguido transformar el concepto del lujo. Ellas lo saben: "No hay bling-bling, no hay ostentación". Solo exclusividad, discreción.

La Giralda desde una de las habitaciones.
La Giralda desde una de las habitaciones.

No tienen servicio de restaurante. No quieren que entren quienes no se hospeden en la casa. Hay disponible un picoteo sencillo con queso, jamón ibérico, alguna ensalada, una discreta carta de vinos para quien no quiera dejar este silencio, solo roto por el rumor del agua, los gorriones y alguna campana lejana, de vuelta a esa Sevilla que arde, bulle y vocifera. La casa —la llaman del Limonero, pero es de Marie— parece construida para demostrar al viajero escéptico que todavía, en estas urbes sobreexcitadas, existen los refugios. Y el buen gusto.

'LA CASA DEL LIMONERO'. Calle Guzmán el Bueno, 4. Sevilla. Te. 955440070

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