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Desde los años 60 y hasta inicios de los 80 del pasado siglo XX, el anticuario y ladrón de arte Erik el Belga campó a sus anchas por media España. Y tras sus años más intensos de robos legendarios, detenciones y hasta colaboraciones con la policía decidió jubilarse al calor de la Costa del Sol. Pero antes había desvalijado iglesias en Castilla y León, Aragón, Cataluña, Navarra o La Rioja, y vendido miles de objetos artísticos sustraídos a museos y colecciones de medio mundo. Y entre sus expolios más sonados está el cometido en diciembre de 1979 en Roda de Isábena.
¿Qué había en esta población pirenaica que pudiera interesarle? Ni más ni menos que el patrimonio que alberga una catedral. Sí, porque Roda de Isábena acoge un templo con rango de catedral pese a ser un lugar con menos de 50 habitantes censados. Y aunque eran unos pocos más en tiempos del bandido belga, lo cierto es que esta iglesia por aquel entonces estaba algo dejada de la mano de Dios. Así que le fue relativamente fácil llevarse tesoros como el tapiz de Roda que se tejió en los Países Bajos del siglo XVI o la silla de San Ramón, el mueble medieval más antiguo conservado en Europa.
Hoy no sería tan sencillo tal saqueo ya que se tiene más conciencia de la riqueza que supone. De hecho, el monumento es el gran reclamo para acudir al valle pirenaico del río Isábena. Un territorio no demasiado visitado pese a que no carece de atractivos, tanto en lo cultural como en lo paisajístico, tal y como demuestra el núcleo de Roda de Isábena convertido en fabuloso mirador sobre el entorno de montañas ribagorzanas.
¿Cómo un pueblecito de menos de 50 habitantes presume de catedral? La razón se halla en los orígenes del Reino de Aragón, incluso un poquito antes. Allá por los siglos IX y X, cuando el actual Pirineo oscense se dividía en tres señoríos cristianos independientes que habían resistido a la expansión de Al-Andalus. Y uno de esos territorios era el Condado de Ribagorza cuyo centro geográfico era el valle del Isábena. Esa centralidad hizo que se levantara una primera catedral para el condado. Si bien de ese templo, solo quedan las crónicas, ya que a inicios del siglo XI fue arrasado durante un ataque perpetrado por los musulmanes del sur. Sin embargo, una vez que volvió la calma, se decidió su inmediata reconstrucción y ese es el edificio que hoy se visita.
Aquí ejercieron hasta 14 obispos, incluyendo a San Ramón. Un personaje originario del Pirineo francés pero que llegó a esta sede episcopal en 1104 y se empeñó en darle brillo con numerosos templos. Y lo hizo consagrando por ejemplo la cripta de Santa María de Alaón en el municipio aragonés de Sopeira o promoviendo muchas de las iglesias de Taüll en la actual Lleida. Además de llevar a sus momentos más gloriosos a su catedral de Roda. Pero aquel esplendor se perdió hace mucho. A mitad del XII la frontera con los musulmanes se situaba mucho más al sur, el Reino de Aragón había absorbido la Ribagorza y además se había unido con el Condado de Barcelona. De manera que se decidió despojar al templo de Roda de su obispo. A partir de entonces su importancia decreció progresivamente y se convirtió en una abadía canónica, de ahí el precioso claustro que hoy forma parte de esta iglesia parroquial.
Aunque ahora se trata de una parroquia, desde que se entra a su interior se palpa que es más que una iglesia de pueblo. Por sus dimensiones, por la calidad del arte que cobija y también por sus peculiaridades. En especial por ser un espacio de varias alturas. Una vez que se atraviesa el umbral abocinado del portalón románico y se pone el pie en las naves pronto se aprecia la luz del altar mayor en las alturas y abajo un ambiente más tenebroso. Todo queda a la vista e invita a un sube y baja para recorrer ese pequeño laberinto.
Apetece descender hacia el misterio de la oscuridad. Desde la enorme pila bautismal del siglo XVI unos pocos escalones y tres arcos de medio punto marcan el camino. Y una vez en la cripta toca mirar su arquitectura abovedada, rústica y bella al mismo tiempo. Este ambiente alberga la tumba de siete obispos, entre ellos San Ramón, cuyo sarcófago románico permanece aquí y se usa como altar. Porque salvo en grandes ceremonias celebradas en la parte superior, la eucaristía de sábados, domingos y fiestas de guardar se oficia en la intimidad subterránea.
No es la única cripta. A su lado hay otra más angosta pero con su propio tesoro artístico. Se trata de las pinturas del siglo XIII que decoran la bóveda. Son unos murales dominados por la figura de Cristo en Majestad rodeado por el Tetramorfos, o sea, los cuatro símbolos de los Evangelistas. Y debajo de ello se descubre un calendario agrícola plasmando las faenas del campo en la Edad Media. Hay una tercera cripta, transformada en sacristía. Pero ya es hora de subir de nivel para reaparecer en la nave central y ver al fondo la sillería del coro, algo absolutamente inesperado para una parroquial. Al igual que es extraño darse la vuelta y comprobar que el altar está muy elevado, sobre la nave. Además las paredes de ese espacio aparecen demasiado desnudas para lo que es habitual, tan solo una cruz en el centro y dos retablos en los costados. Por cierto, en uno de ellos se distingue una talla de San Juan que es lo único que se salvó del Calvario románico incendiado en el fragor de la Guerra Civil.
Para estimar todos esos elementos como merecen hay que subir unas escaleras por la nave de la izquierda, es decir, la de la Epístola. Pero estas escaleras no solo llevan a la cabecera del templo, también se llega al claustro. ¡Otra joya del lugar! No es grande, ni mucho menos. Pero ahí radica su encanto. Sus arquerías son pequeñitas y los capiteles que lo recorren alternan la geometría con las formas vegetales y animales. Muchos no son los originales y se han rehecho con el tiempo. Pero no les resta sabor antiguo. Y si así fuera, para compensarlo basta con leer las numerosas inscripciones funerarias repartidas por este espacio.
Del fatídico robo en 1979 a la actualidad han cambiado muchas cosas. Podemos imaginar que cuando llegó el famoso ladrón, el patrimonio eclesiástico y litúrgico estaría a medio almacenar, criando polvo y sin apenas control, ahora no es así. Y lo bueno es que algunas de las piezas saqueadas han regresado, al menos parcialmente. Así pasa con la silla de San Ramón labrada en el siglo XII con la representación de animales fantásticos de inspiración nórdica. Un mueble de valor incalculable, pero se troceó para venderlo por piezas y solo se han podido recuperar partes del mismo.
Entre lo robado también estaba el ajuar fúnebre de San Ramón. Es decir, las prendas que vestían sus restos dentro del sarcófago. Unos ropajes que con el tiempo han regresado. Ahora se exhibe bien protegida su mitra, los guantes y hasta las sandalias. Del mismo modo que se expone una colección textil extraordinaria con sudarios de origen persa o egipcio, una capa, una dalmática y otros restos de telas de los siglos XI y XII.
Pero todo lo robado no ha vuelto. Por ejemplo, se llevaron el Tapiz de Roda y se le perdió de vista. Durante años estuvo en paradero desconocido, pero en 2012 emergió a la superficie en Estados Unidos. De modo que se reclamó por parte de las autoridades hasta recuperarlo. Sin embargo no está en la catedral, sino en el Museo de Huesca. A cambio, el templo de Roda se ha convertido en el refugio para la talla gótica de la Virgen de Estet, la cual estaba en una ermita cercana. Pero como ese edificio amenazaba ruina, se decidió trasladar la imagen al interior catedralicio. ¿Quién sabe si para calmar los ánimos de emuladores del codicioso malhechor belga?
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