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Para aquellos que empiezan a darse cuenta que con el triunfo de la IA todo parece recreación y simulacro y para los saturados de ‘exposiciones inmersivas’ existe una alternativa, la cura definitiva al empacho de decorados 3D: una experiencia de lo real y lo auténtico. Porque poder entrar a los estudios de los grandes artistas de este país y ver donde crearon algunas de sus obras, es acceder a lo original y a lo único. Un tesoro en estos tiempos de fabricación en serie de bienes de consumo.
Cuatro lugares a los que habría que ir con actitud de peregrino para admirar unas reliquias poco comunes. Son sitios y cosas cargados de carisma y de anécdotas sobre sus extraordinarios dueños. Verdaderas cámaras de las maravillas para degustar con los cinco sentidos. Eso sin contar que cada uno de los edificios merecería una visita sólo por su interés arquitectónico.
Este es sin duda el caso del Taller de Joan Miró en Mallorca. Con una historia singular, fue proyectado por su amigo el arquitecto Josep Lluis Sert, mientras éste era decano en Harvard y no podía ejercer en España. Construido entre 1954 y 1956 basándose en un intenso intercambio de ideas por carta y siguiendo las indicaciones de Sert a distancia, dicen que Miró quedó entusiasmado con aquel taller soñado.
Está considerado una joya del Movimiento Moderno. Inspirado en la arquitectura mediterránea, es casi una escultura. Por fuera combina la cerámica con carpintería de colores. El interior muy luminoso, tan necesario para pintar. Es fácil imaginar al pintor asomándose al altillo abalconado para observar la evolución de las obras de gran formato.
Allí están sus herramientas y las mesas de trabajo con los artilugios para sujetar los pinceles y las brochas de pie en cada color. También su butaca, dispuesta para sentarse a reflexionar. Muchos de esos muebles fueron diseñados por Sert, como las estanterías y vitrinas. Pero quizás lo más emocionante es poder husmear en la colección de objetos variopintos que pueblan todo el espacio: postales y recortes pegados en la pared, piedras, conchas, semillas o insectos junto con figuritas de belén, máscaras de Oceanía, objetos de artesanía mallorquina, etc. Lo que para el artista era una indispensable fuente de inspiración con la que necesitaba convivir, se torna para el visitante en un manual de instrucciones de cómo nutrir un entorno creativo.
TALLER SERT DE JOAN MIRÓ - C/ de Saridakis, 29. Palma (Mallorca).
Además de coincidir en su ubicación insular, hay muchos otros paralelismos entre el estudio que el pintor canario César Manrique se hizo en Lanzarote y el de Miró en Mallorca. Ambos rondaban los sesenta años cuando acometieron la planificación de lo que sería su último lugar de trabajo. Los dos anhelaban el contacto con la naturaleza que tanto les inspiraba y querían poner en valor las formas de vida y artesanías locales. Y lo consiguieron construyendo unos edificios en los que tradición e innovación dialogan para adaptarse a la geografía y paisaje de su entorno.
Manrique convirtió las ruinas de una antigua casa de labranza situada en mitad de un exuberante palmeral al norte de Lanzarote en una personalísima vivienda-taller donde se instaló en 1986. Recorrer sus estancias es un viaje total a la intimidad del creador. La ropa en sus armarios, los discos que escuchaba, su biblioteca, los cacharros de la cocina o sus colonias y jabones en el baño. Igual que Miró, el artista vivía rodeado de detalles tuneados por él, colecciones de artesanía local, obras y recuerdos de amigos y colegas.
Hay que cruzar el jardín rodeado de vegetación para acceder al estudio. La luz entra a raudales a través de ventanas corridas a los dos lados de la estancia. Es un lugar donde el tiempo se ha detenido, con lienzos inacabados, los pigmentos y utensilios habituales, el mono o los zapatos de pintar que parecen esperar a que su dueño regrese para usarlos. También hay pósters y catálogos de sus artistas favoritos. Entre todos los objetos destacan la gran diana de tiro y un maniquí de escaparate pintado de rojo, que dan testimonio de la faceta más moderna y experimental del canario. Resulta fácil imaginarle concentrado en su arte en este recóndito refugio.
CASA DE CÉSAR MANRIQUE - C/ Elvira Sánchez, 30. Haría (Lanzarote).
También Salvador Dalí quiso establecerse en un lugar que le fascinaba e inspiraba. Él y Gala transformaron a lo largo de cuarenta años unas barracas de pescadores en una laberíntica estructura desde las que se domina la Bahía de Portlligat (Cadaqués) que tantas veces apareció inmortalizada en sus pinturas.
La casa taller y su jardín no defraudarán al visitante con ganas de cotillear cómo transcurría la vida del genial artista y su musa. Desde el enorme oso polar que recibe al entrar hasta la escultura huevo en la que uno puede meterse y emular al surrealista. Toda la vivienda está abarrotada por una mezcla de sus creaciones con curiosidades estrambóticas como animales disecados o piezas de mobiliario kitsch, además de cantidad de fotos personales y extravagantes artículos que el matrimonio usaba a diario.
Por supuesto, el artista eligió la habitación más luminosa y con las mejores vistas al Cabo de Creus para poner su estudio. Llama la atención que no es un espacio muy grande, quizás a diferencia de Miró, Dalí no necesitaba ver los cuadros de lejos, de hecho se había ingeniado un sistema de poleas que subían y bajaban los lienzos para poder pintar muy cerca sentado en un sillón. Aquí también se conservan sus materiales de trabajo, incluso se pueden apreciar un par de obras que dejó a medias cuando, al fallecer su esposa, decidió abandonar la casa.
CASA MUSEO DALÍ-GALA - Playa de Portlligat, s/n. Cadaqués (Girona).
Dentro del encantador palacete que habitó la familia Sorolla en Madrid y que alberga el museo con su legado, se puede visitar el estudio del pintor. El Museo Sorolla es mucho más que una pinacoteca, está considerada una de las casas-museo mejor conservadas de Europa y en breve, tras unos trabajos de renovación, estrenará nueva ampliación. Sabemos que el pintor valenciano se involucró personalmente en el diseño del edificio y se reservó para zona de trabajo tres estancias contiguas en la planta noble. Con techos altos y buena iluminación. Desde allí podía acceder al jardín, el propio artista ideó su trazado y se dedicó a cultivarlo, en sus últimos años lo convirtió en una prolongación del estudio. Allí disfrutó de su paraíso particular. Y ahora el público puede también gozar paseándose por este rincón verde en el corazón de la ciudad que es un verdadero tesoro.
Sorolla enseguida conquistó el éxito y pudo vivir holgadamente de su arte. Este estudio es el de un pintor triunfador al final de su carrera con encargos bien pagados. Su afición entusiasta por el coleccionismo se puede apreciar en la decoración de toda la casa, donde acumuló cerámica de origen variado, tejidos, trajes regionales o joyería popular. Sobre los aparadores del taller, un precioso conjunto de tarros de loza tradicional contienen pinceles y brochas. Una imponente escayola de la Victoria de Samotracia vigila las paletas, oleos y caballetes. Exhiben las vitrinas varios muestrarios de mariposas, pero quizás el mueble más llamativo de todos sea la increíble “cama turca”, tan al gusto orientalista del XIX. En ella solía descansar el pintor en sus sesiones de trabajo, incluso se hizo colocar en el interior una pequeña estantería para libros. Porque muchas veces es soñando cuando se crea el arte.
Y precisamente de soñar e imaginar se trata, ese es el secreto mejor guardado en estos espacios que generosamente legaron estos magníficos creadores.
MUSEO SOROLLA - P.º del General Martínez Campos, 37. Madrid.
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