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Se suele decir que Zaragoza tiene cuatro ríos. El más conocido es el Ebro al que afluyen las aguas del Gállego desde las montañas del Pirineo y las del Huerva que nace en el Sistema Ibérico turolense. ¿Y el cuarto? Pues en realidad no se trata de un cauce natural, sino del Canal Imperial de Aragón que durante más de una docena de serpenteantes kilómetros atraviesa una amplia área maña.
Construido en las últimas décadas del siglo XVIII se concibió para abastecer a los campos del entorno y también como vía de navegación. Esta última función ya no la cumple, pero aún es indispensable para el riego e incluso para el agua de boca de la ciudad. Pero además, sus orillas se han convertido en una fabulosa vía para pasear y practicar deporte. Perfecto en otoño, cuando ya no aprieta el calor. Así como sirve para descubrir rincones a los foráneos. Sobre todo para aquellos que eligen la acampada o las caravanas para viajar, ya que el comienzo de esta ruta es el Camping de Zaragoza. Desde ahí se inicia un camino siempre al lado del canal, el cual sorprendentemente no abusa de las líneas rectas y traza amplias curvas buscando suaves pendientes. Un itinerario salpicado de atractivos, entre ellos esclusas, acueductos o almenaras que hoy siguen regulando sus caudales.
En la parte trasera del camping comienza un camino que por momentos se convierte en una sombreada senda entre pinos y la vegetación que de forma irreprimible surge junto a las aguas, como si de un espeso bosque de ribera se tratase. Es uno de los tramos favoritos de ciclistas, runners y también de paseantes de perros. Y pese a lo angosto, no suele haber problemas de convivencia entre todos ellos. No obstante, si alguien prefiere circular más cómodo, diversos puentes cruzan a la otra orilla por la que discurre una vía más despejada. Por una ribera u otra, pronto se alcanza el primer punto de interés: los depósitos municipales de agua junto a la planta potabilizadora de Zaragoza. No sólo es una infraestructura clave para el día a día de los ciudadanos, gracias a su entorno ajardinado también acoge un espacio de ocio muy agradable.
Por cierto, tal vez sea bueno retornar por aquí al mediodía o quizás a la noche para sentarse a la mesa en 'El Lago'. Un restaurante elevado sobre las mismas aguas del depósito y donde luce un Solete Guía Repsol desde este año. ¡Atención porque no va a ser el único establecimiento con este galardón que nos encontremos en el recorrido! Aunque para llegar hasta el siguiente aún faltan unos pocos kilómetros y por supuesto otros lugares interesantes del itinerario.
Unos cuantos minutos de pedaleo bajo la sombra de los plataneros plantados en las orillas y se alcanza un icono del recorrido, tanto a su paso por Zaragoza, como de todo el trazado del canal. Porque no hay que olvidar que el Canal Imperial de Aragón en realidad nace en la localidad navarra de Fontellas. Ahí, muy cerca de Tudela, toma las aguas del Ebro y emprende un camino de 110 kilómetros hasta devolver sus aguas al mismo río en el municipio aragonés de Fuentes de Ebro.
En ese largo discurrir tan apenas hay esclusas. Y las primeras y más monumentales son las del barrio de Casablanca. Una barriada que debe su nombre al propio canal, o más bien a la casa encalada vecina a las esclusas. Y al lado de la “Casa Blanca” maña está la Fuente de los Incrédulos. Construida en 1786 por Ramón de Pignatelli, el ilustrado que impulsó esta obra hidráulica y que pese a los muchos problemas, retrasos y críticas, llevó a buen puerto su sueño. Así que a modo de revancha levantó esta fuente neoclásica concebida “para convencimiento de los incrédulos y descanso de los viajeros”.
Y del recuerdo de un ilustrado, al monumento del vecino más ilustre de Casablanca. También a orillas del canal está el busto del rockero y poeta Mauricio Aznar, músico que ha inspirado la multipremiada película La Estrella Azul, cinta donde se refleja su costumbre de moverse en bici por Zaragoza. De manera que quizás le haga ilusión ver los muchos ciclistas que hoy pasan ante su efigie.
Dejamos atrás las esclusas de Casablanca y al salto en altura que literalmente dan las aguas se suma un cambio en el paisaje urbano. Aquí se inicia el tramo menos natural. Al menos por la izquierda, donde el firme es un carril bici entre peatones y coches. Eso sí, las vistas siguen dominadas por los tonos naturales al circular durante un largo trecho en paralelo al río Huerva y el Parque José Antonio Labordeta, más conocido como Parque Grande.
Para quién desee poner a prueba la amortiguación de su montura, le es posible pedalear por el camino pedregoso de la otra orilla, la cual queda a los pies de los Pinares de Venecia. Justo en este lado del canal aparece el segundo de los Soletes Guía Repsol que proponen una paradita. Sobre todo si hacemos la ruta por la tarde, momento ideal para a recuperar fuerzas en la terraza de 'El Corazón Verde', donde incluso puede que haya un concierto con música en vivo. Aunque por ahora sigamos ruta y sin dejar en ningún momento de ver el agua canalizada a nuestra izquierda ponemos rumbo al barrio de Torrero. Ahí cruzaremos el puente de América, testigo modernista de como la ciudad se estaba expandiendo hacia esta parte a comienzos del siglo XX.
El carril bici se prolonga durante un par de kilómetros, hasta que de forma definitiva desaparece, al mismo tiempo que se observa que nos alejamos de las casas y bloques de vivienda. Así, sin darnos cuenta sobrevolamos el intenso tráfico de la Ronda de Hispanidad gracias a una reciente adaptación del canal. Si bien, nada impide dar un pequeño rodeo por el trazado original que atraviesa un paraje de nombre impactante: Barranco de la Muerte. A partir de aquí se aleja el casco urbano de Zaragoza Cada vez está más presente el verde de huertas. Y también de pinares como el de Valdegurriana. Allí una fuente invita a una pausa, la cual sirve para leer un gran cartelón que explica cómo este enclave ha sido un territorio muy vinculado a los grupos de scouts desde su origen.
Los pinos, más o menos cerca del camino ya nos acompañan hasta el final del itinerario. Ese fin no es otro que las segundas esclusas, las de Valdegurriana. Igualmente monumentales para salvar un desnivel de hasta 13 metros. Sin embargo, pese a su imponente presencia, las esclusas no están demasiado cuidadas. Su vistosa arquitectura ha resistido el paso de los siglos, de millones de litros de agua y ahora tiene que lidiar con cierto abandono. Por ello es interesante llegar hasta aquí y reivindicar una mejor conservación de este tesoro desconocido.
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