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Albarracín

Monumento nacional apiñado en la montaña

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Albarracín es un municipio que ha hecho de la necesidad una virtud. Es un pueblo de apenas mil habitantes que se concentra en muy poca extensión y que se resguarda de un clima adverso ya desde sus orígenes. Aquí hace mucho frío y nieva. El privilegio de estar en una loma que mira al río Guadalaviar, rodeado de bosque frío y expuesto a la ventisca de las alturas, se compensa con la cercanía vecinal. Los tejados y techumbres de las casas casi se tocan. La sierra de Albarracín envuelve al pueblo y éste, ufano y orgulloso, se encarama en lo alto de una loma. En la cima, el castillo ofrece una panorámica única del entorno. Es un pueblo-mirador que aún conserva restos de sus pinturas rupestres, declaradas patrimonio de la humanidad. De la Edad Media, Albarracín conserva en muy buen estado el recinto amurallado, del siglo X, en el que destacan la Torre del Andador y la Torre de Doña Blanca. Al adentrarnos en el interior del casco urbano, bulle un entramado de calles estrechas y empinadas, con escalinatas y pasadizos, propias de la arquitectura popular de montaña, adaptadas a las irregularidades del terreno. Abundan los monumentos en esta localidad turolense, como la Iglesia de Santa María, la Catedral de El Salvador o el Palacio Episcopal. Se conservan también algunas mansiones señoriales, como la de los Monterde, o más populares, como la casa de la Julianeta. Bares, tascas y restaurantes son un buen reclamo para disfrutar de la variada gastronomía típica de Albarracín: estofado de ciervo, caldereta de cordero, sopas de ajo, revueltos de setas, truchas al vino o embutidos de cerdo de gran calidad. En repostería, merece la pena que probemos la trenza mudéjar. En el pueblo podemos encontrar visitas guiadas de lo más variopinto y, al estar en el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno, muchas son las rutas de senderismo que podemos practicar, ya sea en bicicleta, a pie o a caballo.