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Cuenca

Vértigo espiritual en la Ciudad Encantada

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Contemplar las Casas Colgadas desde el Puente de San Pablo genera una tenue sensación de ingravidez, una especie de vértigo en el alma. El urbanismo suspendido del cielo es la principal seña de identidad de una ciudad que cuenta con el exigente título de Patrimonio de la Humanidad. Se trata de una localidad casi bicéfala, integrada por dos núcleos separados por 60 metros de desnivel que levanta pasiones, como los pasos titubeantes de la irreemplazable procesión de Las Turbas de su Semana Santa o una catedral única que marcó el camino que habría de seguir el resto de templos castellanos.

La Plaza Mayor, el Ayuntamiento, el Palacio Episcopal y el Museo de Cuenca son otras referencias indispensables para el visitante. También el Convento de San Pablo, hoy Parador, la Plaza Mangana, con su torre, y las iglesias del Salvador y San Miguel. Como sucede con su Museo de Arte Abstracto, la fisonomía de esta ciudad está marcada por un lenguaje visual indefinido y conceptual donde se excluye lo concreto. Un municipio configurado por las hoces y ríos que lo transitan, capaz de aliarse con la naturaleza para crear las formas caprichosas y oníricas que conforman las rocas calizas de su Ciudad Encantada o albergar osos en El Hosquillo en un régimen de semilibertad. Magia en estado puro que se vuelve algarabía en San Mateo y que hay que acompañar, sí o sí, con un buen plato de morteruelo.

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