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Dicen que lo retro está de moda, o lo que es lo mismo, que lo antiguo siempre vuelve. Es normal: aquellos que crecieron jugando durante los 80 o los 90 son un consumidor potencial para todo aquello que les recuerde a su infancia, y también unos buenos transmisores para las nuevas generaciones, que están viviendo muchas experiencias de aquella época a través de películas o series. De hecho, los recreativos de Stranger Things han sido la envidia de muchos pequeños fans de la serie. Por esa nostalgia que nos embarga, cada vez son más comunes los centros recreativos Arcade en toda España. Hoy, conocemos uno de los más relevantes en Madrid por el tamaño y la cantidad de máquinas: El Templo del Arcade.
Tres socios -Manuel Vargas, Ángel González, y Javier Montes- decidieron crear una asociación sin ánimo de lucro. Cuenta Lolo, como todos conocen a Manuel, que la idea nació de un grupo de amigos que se juntaba los viernes para jugar con las máquinas recreativas. Poner esta afición a disposición del público pensaron que sería una forma maravillosa de dar a conocer y disfrutar el Arcade.
“Ver la cara de felicidad de las personas cuando vienen y poder enseñar a generaciones que no han vivido cómo nos divertíamos antes es una maravilla”, explica Ángel en un mano a mano junto a su socio Lolo en la sala de El Templo del Arcade que se usa para eventos especiales: presentaciones, talleres, fiestas de empresa, etc.
Antes estaban en Griñón, pero desde inicios del verano de 2025 se trasladaron a una nave de 580 metros cuadrados ubicada en Vallecas, donde disponen de más de un centenar máquinas. Está en el tercer piso de un edificio de locales comerciales, y aunque a simple vista no imaginas esta ubicación, es fácil llegar. “Hay dos líneas de autobús que pasan por la puerta, un parada de metro y el cercanías a menos de dos kilómetros”, afirma Ángel.
El Templo está abierto al público general los fines de semana, dividido en tres sesiones: sábado mañana (11:00 a 15:00), sábado tarde (17:00 a 21:00) y domingo mañana. “La cuota para cada sesión es de 15 euros; 35 euros si quieres hacerte socio mensual” y venir cuando quieras. Eso sí, aunque vengas una mañana o una tarde, tienes que regístrate como socio para esas horas, como en cualquier asociación, y ya puedes jugar hasta que te duela la muñeca de tanto darle al joystick, los botones de las pinballs o el mando de la consola, entre otras muchas opciones.
Entre semana, de lunes a viernes, este centro recreativo ofrece la oportunidad de talleres, presentaciones o alquiler para eventos de empresa. “Acaba de volver a salir la revista Microhobby en papel, 33 años después, e hicieron la presentación aquí”, cuenta Ángel. Lolo, por ejemplo, da talleres de cómo arreglar tus propias máquinas en casa, algo básico y sencillo pero que gusta mucho al público y que suelen tener mucho éxito. Actualmente, están apostando por eventos de empresas o cumpleaños para adultos. “Te vienes aquí a jugar unas partidas con tus compañeros de trabajo y es un plan estupendo”, afirma uno de los socios con el que no puedo estar más de acuerdo.
Los fondos recaudados se utilizan para mantener las instalaciones (alquiler, climatización) y, especialmente, para restaurar las máquinas, una tarea nada fácil porque no hay recambios y para esto es fundamental la labor del otro socio, Javier Montes, que con una impresora 3D hace maravillas recuperando piezas de hace, incluso, 60 años.
Lolo no duda ni un segundo cuando dice el número de máquinas que tienen en El Templo: 108. Ni una más, ni una menos. “Aquí tenemos máquinas desde los años 60, como el Polar King, pasando por los 80, como el Zero Time… desde más clásicas a más modernas, aquí tenemos una evolución de máquinas muy potente. Ahora mismo en Madrid somos los únicos que tenemos tantas y este espacio tan amplio”, asegura muy orgulloso Lolo, quien se ocupa del mantenimiento de estas joyas.
Desde los videojuegos clásicos en máquinas verticales hasta simuladores de carreras de coches o motos, pasando por una colección alucinante de pinballs o videoconsolas antiguas para sentarte delante un buen rato, los asistentes no tienen máquinas favoritas más allá de las que prometen hacerte regresar al pasado. “Al final, si vienes aquí, los que son de nuestra generación y que crecieron con los recreativos, buscas las que a ti te gustaban. Yo acabo de traer ahora Las Moscas y nos hemos picado. Es una máquina que yo compré cuando tenía 14 años y que llevaba 20 parada”, explica Ángel, inmerso en este mundo desde que su padre abriera el primer centro recreativo en Villaverde cuando él era aún un niño en pañales.
Aquí, cuando llegan padres y madres, lo primero que enseñan a sus hijos son los videojuegos que manejaban ellos: títulos muy de luchas en el caso de ellos, y muy de puzles o bolas en el de ellas. Sin embargo, pese a que los disfrutan, a las nuevas generaciones les cuesta hacerse con el joystick o entender que la pantalla no es táctil, por eso les encantan los juegos interactivos que incluyen volantes o pistolas.
Algo ha cambiado desde aquellas décadas en las que los recreativos eran el primer lugar de encuentro antes de salir a dar una vuelta con los amigos. Ahora, las chicas no le tienen miedo a los simuladores de carreras ni a las armas, y los chicos se pueden lanzar con un Tetris o un Pang en un momento dado. Ya sean familias enteras, solitarios nostálgicos, frikis de los videojuegos, o nuevos fans motivados, aquí solo hay una certeza: el móvil queda completamente aparcado. Y es que el Arcade no es una pantalla más, es una apuesta por la destreza y el pasado.
Las máquinas no solo conservan detalles que arrastran a uno al pasado, o que dejan boquiabiertos a los chavales de ahora, sino también elementos como el cenicero que incluían las máquinas verticales (ya en desuso) o la ranura para meter el dinero y echar la partida (¡aún con la opción de usar pesetas!). Las vitrinas, los pósteres de películas antiguas e, incluso, la música, convierten El Templo del Arcade en un museo para entender la historia del videojuego.
El homenaje a la cultura pop está muy bien representado por varios elementos como las luces míticas de Kitt, (de El coche fantástico, serie del año 82), o un condensador de flujo de Regreso al Futuro (la primera película se estrenó en 1985). Detalles que se suman a una vasta colección de consolas que son auténticas piezas de coleccionistas. “Algunas son nuestras, otras de algunos socios y otras son solo préstamos”, afirma Ángel de sobre las joyas expuestas que están ahí como una cesión especial.
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