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Plaça Major del 27 d’Abril de Bellver de Cerdanya.

La Cerdanya (Pirineo catalán) en otoño

Un valle de pureza que invita a quedarse

Actualizado: 20/11/2025

Fotografía: Alejandro Moneo

Entre las postales navideñas en invierno y las imágenes de su frondosidad veraniega, existe una Cerdanya otoñal cuyas puestas de sol pueden rivalizar con cualquier calendario de los bosques de Nueva Inglaterra o de los Apalaches. Es la época ideal para acercarse quedamente a este valle del Pirineo catalán, conectar con la naturaleza y descubrir que más allá de la postal se esconde un territorio lleno de carácter y pureza.
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En el extremo nororiental de Cataluña, a los pies de los Pirineos, la Cerdanya es el enclave invernal catalán por excelencia. Pero antes de que la nieve tome el paisaje, el otoño despliega un valle luminoso donde los ocres y rojos transforman prados, bosques y llanuras. Es un momento perfecto para caminar sin prisas, adentrarse en su patrimonio histórico y dejarse envolver por rutas que atraviesan campos donde caballos y vacas autóctonas pastan con calma. Y, sobre todo, es la estación ideal para descubrir el trabajo de quienes muestran la cara más auténtica de una comarca que vive con orgullo su identidad.

Panorámica otoñal de la Cerdanya.
Los colores rojizos y ocres son un preludio del blanco invernal.

Cabañas en la montaña y turismo consciente

“La Cerdanya tiene algo que te atrapa: esa luz, esa amplitud… Esa sensación de formar parte de un lugar vivo.”, reflexiona Marc Miró, propietario de Basecamps, un complejo de turismo consciente situado en el centro geométrico de la comarca. Desde sus cabañas de madera, la vista se abre hacia el muro calcáreo del Cadí-Moixeró, que dibuja una espectacular línea al atardecer; hacia el noreste, el Monturull precede a la pequeña Andorra; y a la derecha se reconocen los relieves del Capcir y el Conflent, ya en Francia.

El complejo turístico de Basecamps en la Cerdanya.
Basecamps cuenta con 40 cabañas en mitad de la comarca.

Con apenas un año de vida, Basecamps cuenta con cuarenta cabañas y cuarenta tiendas tipo safari repartidas en más de seis hectáreas de naturaleza. Su propuesta va más allá del alojamiento y apuesta por un contacto real con el territorio y con el pulso otoñal: rutas guiadas para buscar setas, avistamiento de aves, sesiones de yoga y meditación y largas sobremesas alrededor de una hoguera. Una forma de acercarse a esa Cerdanya que no aparece en los catálogos, pero que que dibuja una postal mucho más auténtica.

Aquí todo parece fluir hacia un mismo propósito: reconectar al viajero con la naturaleza y con la comunidad que da vida al valle. “Somos la generación más conectada digitalmente y, a la vez, la más desconectada humanamente”, reflexiona Marc Miró, y esa idea vertebra un proyecto que quiere impulsar un turismo más responsable, capaz de regenerar el territorio y de tejer puentes reales entre locales y visitantes.

Tiendas safari de Basecamps en la Cerdanya.
Puedes dormir en una tienda safari.
Los ganaderos de terneros Daniel y Ana en la Cerdanya.
Los ganaderos Daniel y Ana.

Esa conexión se entiende cuando conocemos a Ana y Daniel, una joven pareja arraigada a la comarca: ella veterinaria, él ganadero, y responsables de una pequeña explotación ecológica de terneros de raza bruna autóctona del Pirineo, un sector cada vez más envejecido. Su colaboración con Basecamps —como la de otros productores y artesanos de la zona— resume ese espíritu compartido: preservar oficios, transmitir conocimiento y mantener vivas las singularidades de la Cerdanya.

Pueblos marcados por la frontera y la historia

La Cerdanya se entiende a través de sus pueblos, que durante siglos han moldeado la identidad del valle entre fronteras inestables y un paisaje que siempre condicionó la vida de sus habitantes. Desde Basecamps, los tres núcleos principales —Bellver de Cerdanya, Puigcerdà y Llívia— se alcanzan en pocos minutos, lo que facilita un recorrido completo por el corazón del territorio.

Bellver de Cerdanya: un pueblo nacido para defender el valle

Nuestra primera parada nos lleva hacia el oeste por la N-260. Bellver de Cerdanya mantiene intacto el trazado medieval que explica su origen defensivo. Arrancamos en la Plaça de Sant Roc, presidida por la pequeña ermita del santo. Un breve ascenso nos conduce al Portal de Cerdanya, antigua entrada oriental del pueblo, levantado en 1225 para frenar los ataques del vizcondado de Castellbò y del condado de Foix, enemigos del obispado de Urgell. Al cruzarlo entramos en el Barri Vell, un casco compacto que conserva el trazado amurallado del siglo XIII, reforzado más tarde por ingenieros franceses en tiempos de Vauban. Sus calles estrechas revelan lienzos de muralla, torres de vigilancia y cavidades excavadas en la piedra que sirvieron de refugio en épocas convulsas.

Panorámica de Bellver de Cerdanya
Panorámica de Bellver de Cerdanya.

Las callejuelas llevan a la Plaça Major del 27 d’Abril, antiguo centro comercial donde se celebraban ferias desde época medieval. Desde allí avanzamos hacia la iglesia de Santa Maria i Sant Jaume, documentada desde 1271, de nave única y capillas laterales con restos del gótico original y un retablo barroco del siglo XVIII. En su trazado, el Barri Vell mantiene un aire medieval auténtico, fruto de siglos de tensiones fronterizas. Hoy se recorre con calma, como un pequeño archivo al aire libre que explica el papel estratégico de Bellver en la historia de la comarca.

Desde Bellver merece la pena desviarnos unos kilómetros para descubrir dos templos románicos que sintetizan como pocos la historia de esta parte del valle. Tomamos la GIV-4031 hacia All para visitar la Església de Santa Maria d’All, templo del siglo XII con una portada esculpida que representa el románico local. A pocos minutos, resiguiendo la GIV-4032 hacia Pi bajo la cálida luz otoñal, aparece Santa Eugènia de Nerellà, la “Torre de Pisa ceretana”, cuyo campanario inclinado la convierte en una de las siluetas más singulares del valle.

Torre inclinada de Santa Eugènia de Nerellà en la Cerdanya.
Torre inclinada de Santa Eugènia de Nerellà.
Interior de la iglesia Santa Maria i Sant Jaume de Bellver de Cerdanya
Interior de la iglesia Santa Maria i Sant Jaume.

Llívia: la villa que la historia convirtió en enclave

Nuestra siguiente parada es Llívia, una localidad con dos particularidades que la hacen única: está enclavada en territorio francés en su totalidad y conserva una de las farmacias más antiguas de Europa, hoy convertida en museo. Comenzamos en la Plaça de Lampègia, donde el trazado recuerda el pequeño puesto árabe de control establecido en el siglo VIII, Medinet-el-Bab. Desde aquí ascendemos suavemente hacia la parte alta del pueblo, donde afloran vestigios medievales: Llívia fue capital del Condado de la Cerdanya hasta el siglo XI gracias a su castillo y a su ubicación estratégica.

Plaza de Llívia en la Cerdanya.
Llívia está enclavada completamente en territorio francés.

El paseo llega a Nostra Senyora dels Àngels, templo del siglo XVI de tres torres, con un Cristo del siglo XIV y losas funerarias entre los siglos XV y XVIII. A sus pies se alza la Torre Bernat de So, construcción defensiva del mismo periodo. Frente a la iglesia está la casa histórica que alberga el Museu Municipal de Llívia. Unos metros más adelante, en la Plaça Major, comprendemos su singularidad moderna: en 1659, el Tratado de los Pirineos cedió treinta y tres localidades a Francia, pero al mencionar “pueblos” y no “villa”, Llívia permaneció bajo soberanía hispánica pese a quedar rodeada por territorio francés. Ese detalle jurídico marcó su destino y define aún hoy su condición de enclave.

Detalles del Museu Municipal de Llívia
En Museu Municipal de Llívia se recrea una farmacia medieval.

En el Museu Municipal, piezas arqueológicas, documentos y objetos cotidianos permiten seguir la evolución de la Cerdanya desde época romana hasta la edad contemporánea. El espacio recrea también distintos aspectos de la antigua farmacia medieval, desde la trastienda hasta los recipientes de cerámica, lo que permite imaginar la vida de los boticarios del Pirineo entre remedios de hierbas y minerales.

Puigcerdà: agua, historia y vida de villa pirenaica

No podíamos recorrer la Cerdanya sin dedicarle unas horas a la capital de la comarca. Nuestra ruta por Puigcerdà comienza en su lugar más icónico: l’Estany, un estanque artificial situado en la parte noroccidental de la villa que desde la Edad Media se alimenta del agua del río Querol, conducida hasta aquí por una antigua acequia. Hoy es uno de los rincones más bellos y apacibles de la villa, especialmente en esta estación donde la luz juega a arrancar destellos dorados al lago.

Estany de Puigcerdà en la Cerdanya.
El medieval Estany de Puigcerdà.

El paseo por su perímetro permite observar una sorprendente variedad de aves acuáticas: cormoranes, gansos, ocas salvajes, patos colorados, cisnes e incluso algún pato mandarín, un ejemplar muy colorido y exótico. El rojo de las hojas, el brillo del lago y la majestuosidad de los cisnes parecen recrear una pintura impresionista. Y seguramente la evocación tiene fundamento, ya que las casas señoriales que asoman a un lado del estanque fueron levantadas entre finales del siglo XIX y principios del XX, por una burguesía catalana que venía a veranear a Puigcerdà en busca de aire fresco.

Campanario de la antigua iglesia de Santa Maria en la Cerdanya.
El campanario de la antigua iglesia de Santa Maria.

Desde aquí tomamos la calle Dr. Piguillem para adentrarnos en el centro histórico: plazas animadas, cafés ideales para tomarse una taza de chocolate caliente, tiendas de producto local y calles comerciales. En la Plaça dels Herois se alza el elemento monumental más reconocible de la villa: el campanario de la antigua iglesia de Santa Maria, único resto del templo medieval destruido en 1936. La torre —visible desde casi cualquier punto— funciona hoy como mirador: subir sus escaleras permite contemplar una panorámica extraordinaria de la villa y del valle de la Cerdanya, abierto como un anfiteatro natural y que en otoño, si no está muy nublado, se tiñe de una luz dorada que suaviza armónicamente sus perfiles. Bajamos por el Carrer Major y giramos hacia Higini de Rivera para visitar el Museu Cerdà, donde nos esperan piezas arqueológicas y documentos que muestran la evolución de esta villa marcada por la frontera y la tradición ganadera. Es un espacio pequeño, pero ofrece una mirada clara sobre lo que ha hecho singular a la Cerdanya.

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