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Perderse por el trazado sinuoso de las calles de Fornalutx es una delicia. Sus callejones y cuestas te conducen a rincones encantadores entre casas de piedra, tejados rojizos y macetas de flores. Cada esquina del pueblo merece una foto, siendo la más fotografiada la Carrer des Metge Mayol, con su escalera, a escasos pasos de la Plaza de España.
Es el centro neurálgico del pueblo, donde vibra la vida entre cafés como el de 'Sa Plaça', o comercios como el de Can Corona', con sus frutas y verduras alegrando la plaza y sus buenos embutidos. Desde la plaza se observa la fachada de la Iglesia de la Natividad de la virgen María, el templo más importante del pueblo. Y en el centro, una curiosa fuente con cazo llama la atención del caminante.
Una antigua tradición se esconde en los aleros de los tejados de Fornalutx. Son sus tejas pintadas, un arte que surge en el siglo XVI y que ha perdurado más de 300 años. Además de su fin decorativo, las pinturas protegían a quienes ocupaban las casas ante desgracias como la peste. De ahí que muchas tengan síngos religioso o astrales, además de figuras humanas o animales. Atento, porque en el pueblo hay 28 casas con estas tejas, aunque su mayor exposición está en el museo Can Xoroi.
En el Carrer de Sant Bartolomeu encontramos un mirador improvisado en este banco cuyas vistas se abren al valle de Fornalutx. Ante nosotros: la Sierra de Tramontana y el macizo del Puig Major, con sus bosques, olivos, naranjos, almendros y algarrobos. Un deleite para la vista que nos permite descansar del paseo.
Parada obligada para los amantes del pan, este obrador te recibe con carros de hogazas, barras y focaccias recién horneadas que animan a sentarse en su terraza y tomar un café con tostadas. Multicereal, blanco, de nueces y pasas, de centeno… Hay para todos los gustos, panes elaborados con la harina natural de Farinera Coromina y con largas fermentaciones. Su oferta dulce y sus bocadillos son otras de las tentaciones que ofrece este horno que personaliza panes para restaurantes como ‘Ritma’ y ‘Béns d’Avall’ (2 Soles Guía Repsol).
Helados naturales con fruta de proximidad es lo que ofrece esta heladería artesanal abierta hace menos de un año a pocos pasos de la Plaza de España. En su mostrador exhiben helados de naranja de Fornalutx, de romero y miel, limón y jengibre, ciruelas, té matcha y choco blanco, pistacho, pomelo orgánico, melón con hierbabuena… Fruta de temporada, sin conservantes ni colorantes y súper cremosos. Elaboración km0 diaria. Su helado estrella es el de ensaimada, puro sabor a Mallorca.
Marcos Servera está al frente de ‘Ritma’, un balcón gastronómico asomado al valle de Fornalutx donde se degusta el Mediterráneo en todo su esplendor. Triunfan el arroz negro con gamba roja de Mallorca, los pulpitos mallorquines al estilo gallego, la cigala real con mantequilla ahumada o el pescado salvaje a la brasa. La carta, breve pero bien pensada, sorprende con otros bocados más elaborados con sabores que cruzan fronteras: desde unas gyozas del carabinero mallorquín con sobrasada, chucrut, salsa hoisin, setas, sésamo negro y aceite de chile fermentado; o el ceviche con sorbete de leche de tigre y espuma de mango, dos hits que hay que probar sí o sí.
Marcos Servera prepara una cigala real.
El ceviche, toda una sorpresa.
Todo lo que se vende en esta coqueta tienda está hecho en Mallorca o las islas Baleares. Vinos, chocolates, conservas, mermeladas, especias, sales o licores son algunos de los productos que puedes llevarte a casa. Pero no sólo hay delicias gastro, también venden bolsos, postales retro, cerámica, velas y bisutería mallorquina. Merece la pena entrar y mirar despacio.
Un ático de 170 metros cuadrados con terraza es la habitación más especial del hotel Can Verdera. Se trata de la Penthouse, el apartamento hecho a capricho por el antiguo dueño del hotel con terraza privada. El salón, amplio y luminoso, es una maravilla, con su chimenea y las columnas y arcos de la antigua casa que se asoman a la piscina. En la planta de arriba, un baño con jacuzzi y un dormitorio de lujo.
14 cómodos y prácticos apartamentos miran a la Sierra de Tramontana en este coqueto alojamiento donde cada detalle está pensando para desconectar. Su piscina, remodelada este verano, invita a mimetizarse con el paisaje. Tirarte en sus hamacas o sumergirte en su jacuzzi es una gozada.
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