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Una icnita es una huella fosilizada de cualquier animal. Las que nos ocupan, no hace tanto tiempo que se creía que eran de las pezuñas del caballo del apóstol Santiago. Solo a partir de la década de 1970, en La Rioja, se describieron de manera científica las primeras icnitas de dinosaurios en España. Eran de ejemplares que habían habitado esta región hace unos 120 millones de años, en el Cretácico, cuando la conformaban llanuras deltaicas, cuencas lacustres y terrenos de poca profundidad que se inundaban y desecaban de forma periódica, favoreciendo que las pisadas de los dinosaurios petrificaran para la eternidad.
La frontera entre Soria y La Rioja es uno de los lugares con mayor concentración de huellas de dinosaurios del mundo. Se han registrado cerca de 20.000 repartidas en unos 300 yacimientos, con presencia de dinosaurios de todos los grupos principales. Algunos yacimientos han tenido que excavarse, mientras que otros llevaban miles de años expuestos a la intemperie, ya sea perdidos en el monte o casi a pie de calle, como esperando que alguien cayera en la cuenta de lo que eran. Ahora, la región está plagada de señales que indican Ruta de las icnitas que conducen a yacimientos aderezados con figuras de dinosaurios a tamaño real.
Como si fuera una cruel ironía, la extraordinaria concentración de icnitas de Soria y La Rioja convive en paralelo a otra extraordinaria concentración de despoblados. Esta región, igual que vio la desaparición de los dinosaurios, sufrió una de las mayores tasas de éxodo rural. Ambas “extinciones” plantean un viaje peculiar y de tintes románticos, que lo mismo le vale a un motero ávido de curvas que a una familia con ganas de aprender. Por el camino, aparecerán montañas aterrazadas a mano con el sudor de nuestros antepasados y templos hermosísimos que, inevitablemente, acabarán derrumbándose en un puñado de inviernos y olvidados bajo un manto de maleza.
Este viaje comienza en las proximidades del remoto puerto de Puerto de Oncala, un paso de montaña en tierra de nadie que, aunque ofrece el camino más corto entre Soria y Calahorra, nadie lo elige por ser también el más lento. Muy cerca se encuentra el nacimiento del río Cidacos, que tras un recorrido de 77 kilómetros, desembocará en el Ebro a la altura de Calahorra. Junto al manantial, en el pueblo de Los Campos, se encuentra muy oportunamente ubicado el Centro de Interpretación del Río Cidacos, situado al lado del primer yacimiento de esta ruta, el de Salgar de Sillas, que destaca por las huellas de un saurópodo.
Desde aquí, hay que tomar la carretera SO-615 en dirección norte, que discurre más o menos en paralelo al río. A mitad de la bajada del puerto, pasamos junto a las primeras ruinas, las de Villaseca Bajera y su iglesia, que ha quedado aislada entre campos de cultivo. Caminando por las lindes, se puede llegar a este templo en cuyas bóvedas todavía se pueden apreciar restos de pinturas murales, probablemente apocalípticas, a juzgar por lo que parecen lenguas de fuego junto a los nervios. Solo un poco más abajo, el yacimiento de icnitas de Fuentesalvo queda a pie de carretera. Está adaptado para personas con movilidad reducida y muestra huellas de un grupo de ornitópodos.
Al acabar la bajada del puerto, cruzamos por primera vez el Cidacos para entrar en Villar del Río, donde podemos hacer una pequeña parada en su Aula paleontológica. Se ubica en la escuela local, donde los niños salen al patio entre reproducciones de yacimientos y dinosaurios. Pero como esto va de despoblados, si acaso hay que saltarse el tema y visitar un pueblo habitado, que sea un puñado de kilómetros más adelante en la encantadora villa medieval de Yanguas, una auténtica sorpresa monumental.
Yanguas es un paso histórico entre el valle del Ebro y la meseta. Su riqueza la sustentó la ganadería y, de hecho, sus arrieros aparecen mencionados en El Quijote. La villa vivió siglos de prosperidad desde que Alfonso VII le otorgó fuero, en 1145, hasta su declive en el siglo XVIII. De esa época datan su castillo, las puertas de su muralla, su plaza Mayor y la torre de San Miguel, su gran exponente, fechada en 1146, que emerge a las afueras con claras influencias del románico lombardo. Nada más dejar pasar la torre, la SO-615 entra en su tramo más encantador, serpenteando en paralelo al Cidacos junto a un bosque de ribera. El asfalto, bastante malo, de repente pasa a ser impecable: es la señal de que entramos en la cola del flamante pantano de Enciso y que estamos a punto de entrar en La Rioja.
La mayoría de yacimientos de icnitas que hay en La Rioja se concentran en la zona oriental de la provincia. Son casi 150 que se pueden visitar a través de tres grandes autopistas paleontológicas: la ruta de Leza-Jubera, que sale de Logroño, la ruta del Cidacos, que sale de Calahorra, y la ruta del Alhama-Linares, que sale de Alfaro. Más o menos en medio de todo este meollo cretácico, el pequeño pueblo de Enciso aparece como una bisagra que conecta todas estas rutas. Más allá de su buena ubicación, sus 15 yacimientos declarados BIC y sus recursos turístico-culturales la sitúan como toda una capital de la paleontología.
En pleno casco viejo, encontramos el Centro Paleontológico de Enciso, con una exposición muy gráfica que ayuda a “ponerse las gafas del Cretácico”, como le gusta decir a Raquel González, guía de este espacio municipal. Aprender a diferenciar los distintos tipos de dinosaurios a través de sus pisadas es una de las facetas más interesantes de este viaje. También saber cómo se las ingeniaron los científicos para extraer tanta información de un puñado de fósiles. Sobre ambas cosas podemos aprender en este espacio, que además nos cuenta la historia del planeta Tierra y plantea opciones de turismo cultural, como la fundamental Senda de los Dinosaurios de Enciso.
El término municipal de Enciso cuenta con 15 yacimientos de icnitas, muchos de los cuales están “perdidos” en mitad del monte. Afortunadamente, dos de los más interesantes quedan a tiro de piedra del pueblo. “En Valdecedillo están las primeras huellas que se describen científicamente en España”, nos cuenta Raquel González, “y además presenta huellas de los tres tipos base de dinosaurios: terópodos, ornitópodos y saurópodos”. Con aparcamiento propio, es el punto de partida ideal para la Senda de los Dinosaurios, que en apenas seis kilómetros y 300 metros de desnivel, transita por tres yacimientos en los que hay miles de huellas y montones de reproducciones de dinosaurios a tamaño natural.
El circuito alcanza su punto más distante en el yacimiento de La Senoba, donde encontramos un parque infantil pedagógico para hacer un buen descanso. Los más aventureros podrían tomar un desvío hacia otro de los despoblados más interesantes de la zona, Garranzo, situado a más de mil metros sobre el nivel del mar, como perdido en las alturas. Quedó despoblado hace ya medio siglo, más o menos a la vez que se comenzaban a investigar las huellas de dinosaurios, sin embargo, se mantiene relativamente bien conservado, prueba del celo con que construyeron sus habitantes. Ahora lo han conquistado las zarzas y las vacas.
Al dejar Enciso atrás y poner rumbo norte hacia Arnedo y Arnedillo, poco a poco vamos dando la espalda a la España abandonada, pero todavía nos esperan algunos de sus despoblados más interesantes. San Vicente de Munilla era uno de los que teníamos marcado en rojo en el plan de viaje por sus dimensiones, por su belleza y porque es vecino de uno de los yacimientos de icnitas más interesantes de La Rioja: el de Peñaportillo. Para alcanzarlos a ambos, hay que hacer un pequeño desvío, dejar la LR-115 (la continuación riojana de la SO-615) y escalar por una pista forestal hasta situarse 250 metros por encima del curso del Cidacos.
El yacimiento de Peñaportillo tiene una ubicación fascinante que merecería la visita casi solo por sus panorámicas a un mar de montañas que costó sudor y sangre aterrazar y en las que, ahora, no se cultiva nada. El yacimiento, a la sombra de una reproducción a tamaño real de un enorme estegosaurio, consiste en un rastro de 13 metros con 17 huellas de un dinosaurio carnívoro, junto a otras siete grandes pisadas de un herbívoro entre rastros de su cola. Solo un poco más abajo, podemos visitar el yacimiento del Barranco de la Canal.
Desde Peñaportillo, la fachada del despoblado de San Vicente de Munilla no decepciona. Sin embargo, de repente ya no parece tan despoblado. A lo lejos podemos oír el sonido de una desbrozadora y ver algún coche aparcado. Más de cerca, nos sorprende una valla que impide que pasen los coches al casco urbano –aunque nadie en su sano juicio lo haría–. Supuestamente está despoblado desde los años 50, pero parece que hay quien se ha animado a buscar una vida bien tranquila en sus alturas. Así, encontramos algunas calles libres de maleza y hasta decoradas con mosaicos y murales. Quizá todavía hay esperanzas para algunos de estos pueblos.
De vuelta a la LR-115, este viaje por tierras remotas termina sorpresivamente cuando llegamos a Arnedillo, una villa termal cuyo casco viejo tiene mucho encanto, pero que a las afueras emana aires de ciudad de vacaciones. Aquí, el Cidacos hace un recodo para atravesar unos cortados de caliza espectaculares donde vive una gran comunidad de buitres. Y luego se desparrama por un valle de arenisca en el que se ha desarrollado una de las huertas más famosas de España. Arnedo, con sus fábricas de calzado, supone el regreso definitivo a la civilización. Su Museo de Ciencias Naturales ofrece otra ventana a la paleontología, y sus cuevas son, en cierta manera, el último despoblado.
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