El Cipotegato en Tarazona

Son las once de la mañana, del 27 de agosto en Tarazona. Peñas y cuadrillas llenan las calles del centro de la ciudad de grandes comilonas, música y espectáculos. Turistas y turiasonenses abarrotan la plaza del Ayuntamiento esperando al protagonista de sus fiestas grandes, “El Cipotegato”. “¡Cipote!”. “¡Cipote!...”, gritan los asistentes reclamando su salida. Dan las doce y el repique de las campanas de la casa consistorial anuncia el pistoletazo de salida a esta espectacular celebración en honor al patrón de Tarazona, San Atilano. El eco de la última campanada resuena en la plaza del Ayuntamiento y, por fin, el arlequinado personaje vestido de verde, rojo y amarillo sale de su escondite, acompañado por sus predecesores y amigos que le abren paso entre la multitud que le lanza cientos de tomates. Bañado por esta lluvia roja, “El Cipotegato” emprende su carrera por las calles de la ciudad, un recorrido secreto, que ha elegido él mismo y que sorprende a los asistentes a su paso. Cuanto más se acerca a la plaza, más huele el dulce aroma de los tomates, mejor siente la pasión de la gente que allí le espera y más fuerte escucha los vítores. “¡Cipote!”. “¡Cipote!...”, siguen gritando los participantes de la fiesta mientras que “El Cipotegato” consigue llegar a hombros a la estatua levantada en su honor, en medio de la plaza y, victorioso, se alza sobre ella contemplando una marea de personas, bañadas de tomates, vestidas con traje blanco y pañuelico y faja azul. Así, desde lo alto de la plaza del ayuntamiento, comienzan las Fiestas Mayores de Tarazona, una semana en la que las comparsas, charangas, gigantes y cabezudos se adueñan de las calles de la ciudad, procesionadas por las reliquias de San Atilano. El punto y final de esta celebración es la conocida como “quema del sapo”, un momento en el que se prende la imagen de un sapo o rana, en una maqueta, que representa algún hecho ocurrido en Tarazona o en el resto del país.