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Sylvia Plath avanza en la memoria de muchas jóvenes (y no tan jóvenes) en las últimas décadas por su obra poética más que por el hecho de que se suicidara metiendo la cabeza en el horno de gas. La autora de Ariel o La campana de cristal descubrió Benidorm durante su viaje de novios, en 1956. Llegó con su flamante marido, el poeta Ted Hugues, y se asentaron en Benidorm cuando se cumplía el tópico de ser una aldea de pescadores. El pueblecito dejó rastro en la obra de Plath, pero en Benidorm poca gente lo sabe. Volver a la gran ciudad símbolo del turismo español con la mirada de Plath es otra cosa. Recorre los pasos de Plath (y Hugues) por lo que queda del Benidorm que les fascinó con un niño del barrio del Calvari, hoy un sabio en la toponimia de estas tierras.
Un Benidorm muy distinto al que se encontró Sylvia Plath. Foto: Pepe Olivares.
"¡Aleluya! ¡Jubileo! ¡Lhasa! La otra noche vi la eternidad". Es la frase de la escritora Edith Wharton ante el Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela. A la autora de La edad de la inocencia -si la lees descubrirás cuánto le debe The gilded age a esta aristócrata neoyorkina enamorada de Europa- el Pórtico de la catedral la hacía desfallecer. No es una exageración. Y eso que la obra del maestro Mateo estaba sin restaurar, oscura por siglos de humo y clima tan húmedo. Wharton fue otra gran viajera -amaba Francia e Italia- y recorre una parte importante de la Península -el norte de España, poco visitado por los extranjeros- con una pasión profesional por los viajes que convierte los lugares que pasea en inolvidables. Todo es distinto bajo su mirada. Hay más lugares, como las ermitas asturianas de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, que la entusiasman.
Las llegadas a la catedral de Santiago y el subidón de adrenalina. Foto: Alfredo Cáliz.
Gamel Woolsey era una chica bien del Sur de Estados Unidos, educada en una finca donde los esclavos negros “eran de la familia”. Más o menos, o al menos eso es lo que transmite. Estilo Lo que el viento se llevó. O eso contaba ella a sus amistades en su preciosa casa de Churriana, en Málaga. Allí llegó en los primeros años 30 de la mano de Gerald Brenan y allí regresó y murió tras la guerra civil. Escritora, poeta y sometida a la figura del hispanista británico -un tipo con sus manías y ego muy suyo con la edad-, Gamel, una belleza, optó por la discreción y la elegancia. Escribió un libro olvidado, Málaga en llamas, sobre los primeros días de la guerra y poemas. En estos figura el cementerio inglés de Málaga, un lugar amado por ella y su amiga, la famosa economista Marjorie Grace Hutchinson. El cementerio, hoy lugar de visita exquisita y diferente en la turística Málaga, es una joya de jardín casi el centro de la ciudad. Un sitio que Woolsey amó y que merece recorrerlo para descubrir que hay muchas formas de visitar un lugar.
El cementerio inglés, un lugar embrujado y transitable en la turística Málaga. Foto: Daniel Pérez.
¿Ya formas parte de esos millones de españoles que abrieron la boca en Santillana del Mar, ya sea por sus calles históricas y empedradas o por su maravillosa colegiata? Pues ya tienes disculpa para volver, porque seguro que no lo has visto todo. Por ejemplo, las escenas en plata repujada de la parte baja del retablo de la colegiata. Tapadas por el altar, pasan desapercibidas para la mayoría de las visitas. Una lástima, porque son la ofrenda de Luis Sánchez de Tagle (1642-1701), nacido en Santillana. Un indiano afortunado que devolvió parte de su riqueza al pueblo de las tres mentiras -ni es santa, ni es llana, ni tiene mar- mediante este retablo de plata mexicana repujado. Lo asombroso es que es una yanqui, la escritora y viajera Katharine Lee Bates, quien nos lo descubre. Lee Bates recorrió el país hasta Andalucía. De esa experiencia nació Carreteras y caminos de España. Regreso a Santillana.
Detalle del retablo en plata repujada de la colegiata de Santillana del Mar. Foto: José García.
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