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El pan gallego tiene una fama consolidada desde hace décadas. Eso es algo que no vamos a descubrir ahora. Sin embargo, un reciente estudio del Instituto Nacional de Estadística afirma que Galicia es la comunidad autónoma en la que más se gasta en pan, casi 900€ al año por vivienda, lo que confirma que, además de panes de calidad, hay un gusto particular por su consumo.
Para entender por qué el pan ocupa un papel tan destacado, en una zona conocida también por la calidad de sus carnes y pescados, hacemos un recorrido por el territorio gallego, en busca de algunas de sus mejores panaderías, de sus formatos más tradicionales y del secreto que convierte a este producto en una de las bases fundamentales de la alimentación de para la población local y para quienes se acercan a visitar Galicia.
Comenzamos en Pontevedra, en el corazón de unas Rías Baixas que junto a los panes de trigo, más conocidos, mantiene viva la tradición de las broas, panes de maíz que son característicos de estas comarcas. Para saber un poco más de ellos, hablamos con Dani Pampín, de 'Amásame Bakery'. “Es cierto que, por lo general, aquí se consume más pan”, afirma Dani, perteneciente a una saga de panaderos de la ciudad. “Creo que hay muchos motivos que se suman. Uno es la calidad de los panes, que tiende a ser muy alta. Otro, quizás, es que aquí siempre fueron habituales piezas grandes, bollas y hogazas de un kilo, de kilo y medio. Así que aquí era frecuente que hubiera una gran hogaza en la cocina, de la que se iba pellizcando sin preocupación. O que a la hora de la comida esos grandes panes presidieran la mesa, para ir cogiendo el que necesitabas e ir mojando en la salsa, acompañando el plato… Si te compras una pieza de 100 gramos, acabas comiendo 100 gramos, pero si tienes delante un pan de un kilo y vas cogiendo, probablemente consumes más”.
Las características del pan tradicional gallego, por lo general elaborado a partir de masas muy hidratadas, ayudan a esto. Las grandes hogazas preparadas de ese modo no solamente tienen unas características únicas, con masas más húmedas, migas ligeramente más gelatinosas y un aroma profundo e intenso, sino que aguantan en buenas condiciones más tiempo, lo que permite comprar una pieza grande, tenerla en casa un par de días o más y despreocuparse. De ese modo, siempre hay un poco de pan listo para acompañar una comida, pero también para tomar junto a un poco de queso o embutido como tentempié entre horas o para una tostada de desayuno.
Continuamos hacia el norte, con parada en la comarca de O Deza, conocida desde hace siglos por la calidad de sus panes. Nos acercamos a Lalín, a la panadería 'Balado', donde los panes tradicionales de la comarca se apilan en las estanterías. Y de aquí a Rodeiro, donde la 'Panadería Jesús', casi oculta en una calleja, prepara en su antiguo horno piezas más recias, más densas, características de esta zona montañosa de la Galicia central que, como ellos mismos cuentan, desde esta pequeña localidad han llegado, incluso, a la mesa de la Familia Real.
La diversidad puede ser, de hecho, otro de los factores que animan el consumo. Los panes tradicionales se cuentan por docenas, cada uno con características única: bolas, molletes, poias, fabiolas, fanchucos, cornechos, pan de barco, broas… Eso añade un factor que acaba con la rutina. Un día puedes optar por una bolla de altísima hidratación de las comarcas del norte de A Coruña y al día siguiente dudar si decidirte por un pan como los que hornea a diario 'Panadería Jesús', por uno aún más firme como el Pan de Cea que preparan en 'Aboamigalla' (Cea, Ourense) perfecto, por ejemplo, para mojar en el aceite de los platos de pulpo á feira, o si continuar hasta Ourense para explorar sus broas, panes de maíz amarillo de aspecto tentador y masa prieta y dulce.
Un buen ejemplo es Santiago de Compostela, una de esas ciudades de tradición panadera que se extienden por todo el territorio. Una muestra la encontramos en dos de sus panaderías más prestigiosas. En el norte de la ciudad 'Pan da Moa' reina con hogazas de raíz tradicional que han ido actualizando y refinando a lo largo de los años mientras mantiene señales de identidad como los clásicos cornechos, pequeños panes de masa trenzada, como un nudo de cuatro puntas. Al sur, en el Ensanche, 'La Bulanxerí' propone panes de corte más internacional, menos vinculados con la tradición, pero igualmente sabrosos. Ambas cuentan con tres puntos de venta cada una, lo que permite hacerse una idea de hasta qué punto se valoran sus elaboraciones. Y si con ellos no tienes suficiente, siempre tendrás las piezas de 'Panadería Divina', de 'Pan de Leis'…
Sin embargo, buena parte de las mejores panaderías de Galicia está en zonas rurales. “Creo que tiene que ver con la forma de vivir aquí”, señala Dani Pampín. “Galicia es menos urbana que otras zonas, así que hay una relación más directa con la panadería del barrio o del pueblo, con el panadero que acerca el pan, incluso a casas más aisladas, en su furgoneta”.
Es cierto que en localidades pequeñas la panadería es un lugar de confianza, en el que se conoce al cliente por su nombre y se saben sus preferencias. Es, casi, un punto de encuentro, un centro social en el que se compra el pan, se encargan dulces de horno o se reservan empanadas, pero en el que también se tiene conocimiento de la actualidad del entorno. Ir a la panadería es algo más que ir a comprar algo. Es, en muchos casos, seguir en contacto con la vida alrededor.
“En los últimos años la panadería tradicional se resiente”, afirma Juan Luis Estévez, panadero en 'Germán', un horno centenario en Fisterra. “Las formas de vida cambian, los horarios… La competencia es brutal: panes de gasolinera y de supermercado. Pero aunque algunas panaderías históricas han cerrado, y eso es un drama, la panadería tradicional, sobre todo en el rural, continúa viva y sigue habiendo demanda”. La panadería en la que trabaja es, de hecho, un gran ejemplo: con más de un siglo de historia, los clientes se apiñan a diario en un despacho que hace poco complementaban con uno de los cafés más acogedores del pueblo (Solete Guía Repsol). “Tendrías que ver las colas ahora en verano”, explica el panadero, un maestro de las grandes hogazas tradicionales de la Costa da Morte que ha desarrollado una técnica, que bautizó como Método Fisterra y que explica online a alumnos de todo el mundo. “Ahora, durante la tempora alta, no te imaginas hasta dónde puede llegar la cola de gente esperando para comprar su pan”.
La diversidad de formatos, la cantidad de buenas panaderías, que aparecen aquí y allá casi en cada aldea, las formas de vida tradicionales. Todo se suma para que el pan gallego goce de buena salud y siga muy presente en el día a día. Tanto es así, que muchos restaurantes presumen de él en su carta. Tanto los que lo elaboran a diario ellos mismos, como ocurre en el restaurante 'Millo' (Recomendado Guía Repsol) de A Coruña o en el restaurante 'O Fragón' (Fisterra, 1 Sol Guía Repsol), como los que recurren a los panes de obradores de su entorno. La carta del restaurante 'Nito' (Viveiro, 2 Soles Guía Repsol) presume de los panes de 'Panadería Benigno', en el centro del pueblo, y de la 'Panadería de Galdo', a pocos kilómetros.
Los irresistibles panes de 'O Fragon'.
El restaurante 'El Oviedo' (Ribadeo, Recomendado Repsol) trabaja a diario panes de la tradicional 'Panadería Paleo' y de 'Lento', un nuevo obrador que se instalaba en el pueblo hace poco. Sus vecinos del restaurante 'Javier Montero' (Ribadeo, un Sol Guía Repsol) traen a diario el pan de Mondoñedo, una localidad panadera de la comarca. El restaurante 'Miguel González' (Ourense) trabaja hogazas de 'Osi Gourmet' y 'Gunnen', uno de los recién llegados a la escena hostelera de la ciudad de A Coruña, presenta cada día a sus clientes panes de 'Panadería Santa Cruz 1951', de Oleiros. El pan no es, aquí, un complemento más; es algo de lo que se presume, a lo que se pone nombre y apellidos en la carta y que se convierte en una estrella más del menú, sea cual sea la gama del restaurante.
Terminamos el recorrido en Carballo, otra de las grandes localidades panaderas del territorio gallego, visitando panaderías como 'Elida Mesejo' o 'A Santiña'. Aquí el paisaje lo explica todo. El pueblo está en medio de una llanura en la que tradicionalmente se cultivaron cereales, a pocos kilómetros, hay espectaculares cascadas como las de Rus o Entrecruces, que caen de los montes cercanos en arroyos que desde siempre han movido molinos. La posición estratégica del pueblo, un cruce de caminos con una feria centenaria, hizo el resto. A Carballo se va, entre otras cosas a comprar pan.
Lo mismo ocurre si nos vamos a Palas de Rei, en Lugo, a O Porriño o a Caldas de Reis, en Pontevedra o a Carral, en A Coruña, localidades panaderas históricas que en la actualidad siguen sirviendo excelentes panes a sus vecinos, pero también surtiendo a las ciudades más cercanas, en las que sus productos se convierten en joyas que se agotan rápidamente en las tiendas que los ponen a la venta. Y es que en Galicia el pan no es algo que se consume, sino algo que se vive, que se conoce bien, que se valora y por lo que estamos dispuestos a pagar.
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