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De piedra y pétalo
Tres rocas tumbadas, superpuestas formando una 'cama' de piedra con su extraño cabezal. Cuando los jóvenes de Ponteareas (Pontevedra) quieren conocer su futuro amoroso no visitan a ningún santo ni marcan el 902 de un adivino televisivo. Acuden a este pagano santuario en mitad del campo donde las rocas adquieren un barniz romántico en sus cabezas, por algo la conocen como la Piedra de los Enamorados. Cerca de allí, a menos de un kilómetro, otras rocas milenarias desafían las leyes de la gravedad sosteniéndose en un equilibrio imposible. Y así anda el alma de este pueblo de larga historia, oscilante entre la dureza de la piedra y la delicadeza de un pétalo de rosa.
La carga de la roca le viene por historia. De hecho, la lleva implícita en el nombre, en ese ponte que según los historiadores se refiere al viejo puente medieval que une el pueblo con la parroquia de Areas, a su oeste. Los vecinos lo llaman también el Puente Romano (pese a ser posterior) o Puente de los Remedios y es otra de esas piedras que hay que acercarse a visitar y que rodean Ponteareas por los cuatro costados: como las mencionadas peñas de los Enamorados y del Equilibro, en el extremo noreste; como las del yacimiento del Castro A Croa, al norte, o, más allá, el Castro de Troña, uno de los yacimientos más importantes de la zona. Cerca de él se encuentra el castillo de Sobroso, más rocas con historia: las muchas que acumula desde su construcción en el siglo IX.
Esa dureza de la piedra y del paisaje no ha impedido que en Ponteareas cuaje una de las tradiciones más sensibles y laboriosas de estas tierras: la noche antes del Corpus Christi, los vecinos del pueblo se entregan con meticulosidad oriental a crear alfombras de flores y arbustos, utilizando plantas para los contornos y el diseño y pétalos para el relleno. Y así, hasta tejer un kilómetro de tapiz vegetal.
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