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Playas fluviales, puentes medievales y senderos a la orilla del río son el plan perfecto para descubrir los valles que rodean el kilómetro cero de Galicia en la comarca de O Deza (Pontevedra).
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Se dice que Galicia es la tierra de los mil ríos. Y aunque sea difícil precisar el número, la verdad es que aquí todo el territorio está surcado por arroyos y ríos que forman una trama inacabable alrededor de la cual, con frecuencia, surgen paisajes difíciles de olvidar.
Si eso es así en todo el territorio gallego, en la comarca de O Deza, situada en el centro de la comunidad autónoma, los ríos tienen una presencia, si cabe, aún más destacada. No en vano, esta zona lleva el nombre del principal río que la atraviesa, el Deza, que con sus principales afluentes, como el Toxa, el Asneiro o el Zobra, forma una maraña de valles y bosques antiguos que se extiende hasta donde alcanza la vista.
Esta zona tiene, además, otra ventaja. Situada alrededor del Km.0 de Galicia, cuya placa puedes visitar en el centro de Lalín, tiene una ubicación estratégica, a poco más de media hora de Santiago de Compostela y a menos de una hora y cuarto desde cualquiera de las capitales provinciales gallegas, lo que la convierte en la escapada perfecta.
Súmale una red de turismo rural envidiable y tendrás el destino perfecto para refrescarte en tu escapada gallega sin necesidad de desplazarte hasta la costa. Nosotros te proponemos tres rutas para que, vayas a pie o en coche, estés de paso o decidas quedarte unos días, tengas una alternativa que se adapte a lo que necesitas.
Si llegas haciendo el Camino de Santiago por la Vía de La Plata, por el Camino Portugués Interior o por el Camino de Invierno, llevarás ya un buen puñado de kilómetros en tus botas. Si te alojas en la zona, sin embargo, no necesitarás caminar tanto para disfrutar de uno de esos rincones inolvidables que esconde la comarca.
En la carretera que une Lalín y Silleda encontrarás un desvío hacia Ponte Taboada. Después de dejar atrás la estación de tren abandonada, cruzarás un puente. Aparca allí, en la curva, e intérnate en el bosque por el sendero señalizado que baja hacia la orilla del río. No es un desvío largo, apenas cinco minutos caminando, y realmente vale la pena. El bosque se hace espeso a tu alrededor y el ruido de las aguas del río se abre camino entre los árboles. El camino es cómodo y baja suavemente. Probablemente te encontrarás con algunos peregrinos que, como tú, buscan el puente. Y de pronto, tras una curva, te encontrarás con él, casi por sorpresa.
Al llegar no es fácil adivinar lo que te espera. Es uno de esos puentes medievales en los que desde un lado es difícil ver lo que hay en la otra orilla. Sube la rampa hasta su centro y asómbrate. Abajo, entre las ramas, se abre paso el Deza, de aguas negras cuajadas de leyendas. No se escucha más ruido que el de la corriente tranquila y, mires hacia donde mires, es difícil encontrar señales de que sigues en el siglo XXI.
Es fácil quedarse hipnotizado aquí por un rato. Al otro lado, en una roca, una inscripción antigua en latín logra que el asombro sea aún mayor. El texto, traducido, dice: "Comenzaron a construir este puente en el año 912. Y fue rematado. En la víspera de las calendas de abril".
Un 31 de marzo acababan de construir este puente. Y más de 1100 años después, ahí estamos, atravesándolo, como han hecho antes miles de peregrinos durante siglos, y asombrándonos con los paisajes increíbles que lo rodean. La comarca de O Deza se guarda este tipo de ases en la manga para sorprenderte cuando menos lo esperas.
Aguas abajo, muy cerca de Silleda, volvemos a acercarnos al Deza. Esta vez comenzamos en el monasterio de San Lourenzo de Carboeiro, hoy abandonado, aunque visitable, en un recodo del río. La sorpresa es enorme cuando, tras una curva, descubres la mole del monasterio asomando entre los castaños. Una vez más tienes la sensación de haber viajado en el tiempo, en este caso hasta el siglo XIII, cuando el abad Fernando reconstruyó el monasterio que 200 años antes habían arrasado las tropas de Almanzor.
De nuevo el bosque lo envuelve todo. Lo mejor es internarse en él y descubrir los rincones mágicos en la bajada hacia la orilla, quizás hacia el Ponte do Demo (el Puente del Demonio), que es el punto perfecto para arrancar una ruta de senderismo que, en un paseo tranquilo, te llevará hasta nuestra siguiente parada. El río baja encañonado entre los territorios de Silleda y Vila de Cruces hasta que, tras un recodo, las laderas se abren y las aguas se amansan. Ahí sobreviven, desde hace siglos, los restos de un antiguo puente. El Arco da Carixa es lo que queda de la antigua estructura, solamente el ojo de un puente que se elevaba sobre las aguas y que, como un esqueleto de piedra, parece a punto de derrumbarse aunque lleve cientos de años manteniendo el equilibrio.
Poco más abajo, el Área Recreativa de A Carixa nos devuelve al siglo XXI. Aquí, donde dos ríos se encuentran, está una de las mejores playas fluviales de la comarca. A un lado de la carretera, junto al tramo final del Río de Orza, las mesas de piedra se distribuyen bajo los árboles. Hay un bar que abre durante los meses de verano y una sombra que se agradece en los días más calurosos.
Del otro lado, unas gradas de piedra bajan hasta la orilla del Deza. Aquí hay un pozo de aguas tranquilas que incluso en verano, cuando el río baja con menos caudal, supera los dos metros de profundidad. Es el sitio perfecto para desconectar, quizás encontrar una roca plana en la otra orilla, aún salvaje, y dejar pasar las horas.
Continuamos la ruta siguiendo la dirección del río. Y no nos hace falta alejarnos mucho para llegar a uno de los rincones más mágicos de Galicia. La pendiente es acusada desde donde dejas el coche, lo notarás sobre todo al volver, pero no dejes que eso te desanime. Tómatelo con calma y anímate con el trayecto ladera abajo, algo más de un kilómetro, desde el imponente mirador que te permitirá descubrir la Fervenza do Toxa, la cascada con la mayor caída libre de Galicia, con la que el río se asoma a su desembocadura en el Deza.
La bajada valdría la pena por sí sola, envuelta en un bosque de madroños, laureles y robles centenarios. Pero la llegada al pie de la cascada es el verdadero espectáculo. Casi 70 metros de altura total, con una caída libre de más de 30 y ese pozo de aguas heladas a sus pies forman un paisaje difícil de olvidar.
Ponemos rumbo hacia Lalín, el Km.0 de Galicia. Y si venimos hasta aquí, sea la época del año que sea, tenemos que probar el cocido que da fama a la localidad. Para eso no hay mejor lugar que ‘La Molinera’ (Rosalía de Castro, 7; Recomendado Guía Repsol), donde Diego “Moli” López en los fogones y su hermana Ana en la sala son ya la segunda generación de una de las casas míticas de la cocina gallega.
A ‘La Molinera’ se llega por la fama del cocido, pero se vuelve por la calidad de todo lo que ofrece, una cocina de raíz tradicional y delicada, de sabores de la memoria actualizados y basada en el mejor producto gallego. O para tomar algo en el bar, quizás en su pequeña terraza asomada a la plaza de abastos. Busca hueco en tu agenda, porque una única visita no va a ser suficiente para descubrir todo lo que tiene que ofrecer esta casa.
Continuamos hacia el interior, ascendiendo por las primeras estribaciones de los montes de O Faro. No hace falta conducir mucho, apenas tres kilómetros desde el pueblo, para llegar a otro rincón mágico: la Fraga de Catasós. Una fraga es, en gallego, un bosque autóctono formado por robles, castaños, acebos y otras especies. Internarse en esta es adentrarse en una atmósfera de leyenda. Porque aquí, entre helechos y arbustos, se encuentran algunos de los castaños más altos de Europa. La carretera no está lejos, pero aquí todo parece distante, como si el tiempo se congelase por un momento.
La ruta, desde aquí, nos devuelve al valle. Vamos a Vilatuxe, porque aquí haremos nuestra última parada. El Pozo do Boi es una de las playas fluviales más interesantes de Galicia y el destino perfecto en esos días de verano en los que el sol golpea con fuerza. Un bosque de robles antiguos se desparrama por la ladera. Algunas mesas de piedra, aquí y allá, permiten acomodarse. Si lo prefieres, en la otra orilla hay una zona de césped perfecta para tomar el sol. Entre ambas, el Deza, que aquí es poco más que un arroyo que baja de las montañas, se embalsa. El agua es transparente y permite ver a las truchas que nadan tranquilas cerca del fondo.
Si quieres más tranquilidad no tienes más que caminar unos metros aguas arriba. Aquí, entre islotes de vegetación frondosa, el río fluye formando pequeñas calas de cantos rodados. Al fondo hay una roca lisa que asoma de la corriente y es una tentación. La pasarela que pasa de isla en isla es el sitio perfecto para una foto de recuerdo. Un poco más allá se asoma la Serra do Candán, cuajada también de arroyos, cascadas y rutas que ascienden hasta otro monasterio medieval. Pero eso será otro día, porque aquí, con el murmullo del agua fresca de fondo es fácil olvidarse del tiempo, desconectar, dejarse llevar por la sombra antigua de los robles, por el tacto fresco del río y por unos paisajes que sabes que se quedarán para siempre en tu memoria.
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/ferialibro.jpg.transform/rp-rendition-lg/image.jpg "Soletes para celebrar la Feria del libro a cualquier hora del día")
/Sequia_Manresa_4.jpg.transform/rp-rendition-lg/image.jpg "La ruta de un agua medieval que todavía quita la sed")
