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La Sierra de O Barbanza levanta sus cumbres a casi 700 metros. No parece mucha altura, pero si se tiene en cuenta que los picos están a poco más de tres kilómetros en línea recta, es fácil imaginar las laderas imponentes y, con ellas, las vistas increíbles de las rías casi en cada recodo.
La península que separa la ría de Arousa, al sur, de la de Muros y Noia lleva el nombre de la sierra que la preside, O Barbanza. Es una lengua de tierra que se extiende alrededor de estos montes formando estuarios y calas antes de empezar a encaramarse por las laderas; un lugar a poco más de 45 minutos desde Santiago de Compostela y cerca también de Pontevedra, que es perfecto para descubrir rincones únicos que se adentran en el Atlántico. Te invitamos a descubrirla en un recorrido entre dos de las principales localidades de la comarca, Noia y Ribeira, 40 kilómetros que no van a dejar de asombrarte.
Empezamos en el extremo sur, cerca de Ribeira, uno de los puertos de bajura más importantes de España. Alrededor de este núcleo urbano, siempre bullicioso, hay aún algunos lugares que ofrecen un contraste de tranquilidad, otro ritmo, otros paisajes, que parecen mucho más alejados. Es el caso de Palmeira, un pequeño pueblo que se desparrama hacia el mar por la ladera, con la iglesia en lo alto, y a cuyo pie se encuentra el puerto, en el que todavía se conservan algunas dornas, las embarcaciones tradicionales de la zona, que amarran en el viejo muelle de piedra, a un paso de las terrazas -‘Miramar’, ‘Baluarte’, ‘El Bar de Alejandra’- que, en los meses de sol, se convierten en uno de los principales reclamos de la zona.
Enfrente, donde acaba el pueblo, comienza la arena blanca de la playa de A Corna. Y más allá, la de Laxe y la de Cabío, kilómetros de arena entre pinares y un agua que, en los días claros, sorprende por su intenso color azul como sorprende, al otro lado de Ribeira, la transparencia de las aguas en las calas de Touro, A Gavoteira o Area Secada, tan cerca del núcleo urbano que podrías llegar andando. Tan lejos, sin embargo, con su aspecto de lugar remoto con muelles antiguos desde los que zambullirte en el Atlántico mientras la isla de Rúa, como un barco de piedra varado en medio de la ría, domina el horizonte.
Saliendo de Ribeira encontrarás el mirador de A Pedra da Rá, un lugar desde el que en un buen día puedes ver las islas Cíes frente a la ría de Vigo y, tras ella, los primeros montes de Portugal. Mucho antes, desde aquí parece que casi a tus pies, la isla de Sálvora, cuajada de leyendas, y todos los islotes que junto a ella forman parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas: Vionta, Noro, las Sagres… Entre ellos y tú, al pie de la ladera, una sucesión de pinares, aldeas y lagunas que se extienden por el Parque Natural de las Dunas de Corrubedo y que dan lugar a algunas de las rutas de senderismo con más encanto de Galicia. Da igual que quieras avistar aves migratorias, que busques arenales solitarios, restos arqueológicos o, simplemente, un paisaje de naturaleza virgen que guardar en tu memoria: aquí hay un sendero para ti.
Y ya que hablamos de yacimientos arqueológicos ¿Por qué no nos internamos en el pinar? Ladera arriba, son apenas 300 metros hasta una cumbre en la que las ruinas de un castro, un poblado de la Edad del Hierro, llevan asomándose más de 2.000 años a un Atlántico que en verano puede parecer manso, pero que buena parte del año impresiona con su bravura. Allí, al pie, tras el castro, verás la gran duna en la orilla y, a su lado, el puerto de Corrubedo y su faro marcando el límite entre dos rías. Y junto a ellos, un pico que llama la atención en medio de la pequeña llanura: el monte Tahume.
La carretera que sube hasta él es estrecha y sinuosa en los últimos dos kilómetros. Si llegas hasta allí en una autocaravana, quizás te convenga dejarla antes de los recodos finales y caminar hasta la cumbre. Es un trayecto empinado, pero las vistas harán que lo olvides rápidamente. Desde la cima, las vistas impresionan: hacia el sur el Parque Natural, las dunas y el pequeño puerto; hacia el norte, la Ría de Muros e Noia y, detrás, la Costa da Morte; hacia el este, a tus espaldas, la sierra recortándose contra el horizonte. Hacia el oeste, el Atlántico inmenso. Si se llega por la tarde, trata de organizar los horarios, porque la puesta de sol desde allí arriba, con el sol hundiéndose en el mar y los faros comenzando a encenderse aquí y allá en el anochecer, es de esas que no se olvidan.
Lo has visto desde lo alto y ahora es el momento de bajar hasta la orilla y disfrutar de uno de los secretos mejor guardados de esta costa. Las playas son espectaculares, pero a su lado hay rincones que mucha gente no imagina. El Parque Natural de Corrubedo se organiza alrededor de dos lagunas: la de Carrega y la de Vixán. En el Centro de Recepción de visitantes del parque natural te informarán de cómo acceder a ellas. En el sendero, entre pinares, seguramente veas algunas ardillas; abajo, en las marismas, dominan las garzas, los patos, los cormoranes, de vez en cuando algún zorro saliendo del bosque, si tienes suerte. Hay kilómetros de sendero, en los que es posible que no te encuentres con nadie a lo largo del trayecto, para elegir.
Fuera de los límites de este espacio protegido, sin embargo, hay otros lugares que vale la pena explorar, como la laguna de Muro, junto a las playas de Basoñas y Areas Longas (arenas largas, el nombre lo dice todo) constantemente batidas por el oleaje. Un poco más al norte, encontrarás la playa de As Furnas. Aunque no hayas estado aquí nunca, es muy probable que la hayas visto en películas como Mar Adentro o en series como Fariña. Aparca junto al campo de fútbol. A un lado, el pequeño hostal y los chiringuitos, al otro, las rocas en las que se abren, excavadas por las olas y el tiempo, piscinas naturales -las furnas que dan nombre al lugar- en las que es posible bañarse. Eso sí, siempre con la precaución que hace falta mantener frente al mar abierto, las olas y las rompientes. Y de fondo, la playa de Río Sieira, en la que un arroyo que baja de la sierra desemboca directamente en el arenal.
Más allá, Porto do Son, otro pequeño pueblo marinero, construido alrededor del mirador de A Garita. Y a continuación, la espectacular playa de Aguieira, con esa imponente casona antigua construida en un islote, en uno de sus extremos, vigilando el arenal entre palmeras. Al otro lado está ya Portosín, que reparte su alma entre el espíritu del puerto de bajura tradicional y el moderno puerto deportivo. Aquí vale la pena parar por el ambiente animado en verano, por conocer las centenarias fábricas de salazón que todavía sobreviven en el centro, aunque sin actividad, o por acercarse hasta la bonita playa de Coira, a espaldas del pueblo.
Pero en Portosín hay que detenerse, sobre todo, para acercarse hasta el diminuto edificio de la antigua lonja. Porque allí, delante del puerto, trabaja Nel Parada, el cocinero al frente de ‘Nordestada’ (1 Sol Guía Repsol), uno de los restaurantes de pescados -no podía ser de otro modo con una ubicación así- más interesantes de este tramo de costa. Nel y su equipo se hacen cada día con lo mejor de las lonjas vecinas, así que sentarse en una de las mesas de su restaurante es asomarse a la temporada de un mar que cambia casi semana a semana, ofreciendo en cada momento algo diferente aunque siempre atractivo. Esta vez era una espectacular palometa roja, pero las anteriores fueron almejas rubias -una variedad muy apreciada en la zona- sargo, sardinas del puerto, descargadas apenas a unos pasos de tu mesa, navajas y unos berberechos de Testal. Quédate con ese nombre.
Continuamos hacia el norte, terminando ya la ruta, y lo hacemos en Testal, precisamente, el arenal más interior de la ría, del que sale la mayor parte de los berberechos que se producen en las rías gallegas. La playa es estrecha, desaparece con la marea alta. Es más adecuada para un paseo al atardecer, quizás tras la sobremesa en ‘Nordestada’, que para el baño. Frente a ella, los pinares inmensos de Outes; hacia la boca de la ría, la mole del Monte Louro, como un guardián que la protege. Pero no hace falta irse tan lejos. A nuestra espalda, tras la duna, una última laguna, más pequeña, y tras ella la ladera de la sierra. A un paso está ya Noia, con su casco medieval, y el acceso a la autovía que recuerda que, aunque parezca mentira, todo está aquí más cerca de lo que parece cuando uno se pierde por los senderos, por las playa infinitas y se deja hipnotizar por el agua, tan transparente que parece de mentira, de calas recónditas que, en realidad, están al alcance de la mano, solo a un paseo de distancia.
O Barbanza es una sorpresa permanente, un lugar que quieres fotografiar a cada paso, una parada cada pocos kilómetros para disfrutar de las vistas; el aroma de un guiso marinero, de un pulpo cociéndose, de unos mejillones en una terraza, viendo las bateas en las que se producen frente a ti; es las rocas que emergen del mar cargadas de leyendas. Es las Rías Baixas que imaginabas, pero con mucho más que no te habían contado.
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