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Jaén

Capital del aceite de oliva

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Cuando llega el verano son muchos los jienenses que sacan sus butacas a la calle y, así, al fresco, se quedan adormilados. Otros habitantes de la ciudad también aprovechan para salir, pero para adueñarse de las paredes. Son las salamandras, unos anfibios que, por alguna razón están muy presentes en la villa. Tanto que, de hecho, una vez al año los lugareños escenifican en las calles, con trajes medievales, disfraces y fuegos la leyenda del “Lagarto de la Malena”; un monstruo gigante del que se dice que tuvo en jaque a la ciudad entera. Una tradición que se acompasa con las cuestas, multitud de ellas empinadas y directas al castillo de Santa Catalina, que junto a la espectacular catedral de la Asunción de la Virgen y el Monumento a las Batallas, en su plaza homónima, conforma un conjunto de obligada visita. 

Con tanta cuesta, los pies piden una tregua. Es el momento perfecto para pararse a descansar en alguna de las tascas de tapeo (la proporción de bares por habitante es altísima) y disfrutar de su variada gastronomía. Eso sí, siempre aderezándola con aceite de oliva, un producto que forma parte de Jaén y cuyo aroma flota por todos los rincones de la ciudad así como por sus interminables campos de olivos. Intenso como pocos, no tiene rival. La primera vez te colapsa el olfato y, posteriormente, te atrapa de tal manera que te hace saber dónde estás. Ese lugar que presume, y con razón, de su aceite.

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