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Este chiringuito lo tiene todo. Un entorno agreste, una carta que apetece de principio a fin, elaborada por un cocinero que sabe lo que se hace y la capacidad de que te olvides hasta de tu nombre. Desayunar con la brisa frente al Mediterraneo, comer bajo el techado de paja o cenar al fresco te reafirma en que para ser feliz no hace falta ser millonario.
“Abrimos a las 10:00 horas y hay gente esperando para desayunar. Pan recién hecho, jamón ibérico al corte, tomate de huerta, naranja aliñada con aove y sal, espumoso ecológico, tartas de queso, de chocolate o lo que se nos ocurra ese día”, cuenta Miralles, convencido de que está donde siempre ha querido estar. Es muy fácil entender que después de recorrer el mundo y pasar por restaurantes tan famosos como ‘Zalacaín’ (1 Sol Guía Repsol), donde fue jefe de cocina varios años, se sienta como en casa arropado por el Cabezo de Cope, como se conoce en la zona al Cabo.
Ves sacar la comanda y quieres probar lo que desfila ante tus ojos. El tomate en su mejor momento, rojo y carnoso, aliñado con nieve de queso y cebolleta, la ensaladilla rusa con yema curada y huevo frito, el sashimi bailando en salmorejo, el atún rojo con corte kaku-zukuri en tacos aliñado con ají limo, las salazones caseras o las chirlas al mojo verde de cilantro. Los arroces, con base de salmorreta y arroz diamante de ‘Molino Roca’, cambian según lo que haya en el mercado o le apetezca al cocinero.
Aquí Miralles se dedica a elaborar lo que ofrecen las lonjas vecinas cada día, a la parrilla de almendro y encina, brasas que doran suavemente las hermosas gambas rojas de Águilas, las cigalas, los salmonetes, el estornino, la albacora o los pescados de temporada que no están en carta. También a la brasa se asa el entrecot de vaca. Se nota que hay un gran cocinero que logra platos redondos. Está curtido en cocinas de Singapur, Nueva Delhi, Beirut, París, Londres. Justo en la capital británica pasó muchos años su socia y pareja, Esmeralda Segura, al frente ahora del negocio, que emana luz y confianza.
‘El Sombrerico’ va más allá del típico chiringuito. En este no hacen falta camas balinesas, puedes levantarte y sumergirte en las transparentes aguas de una playa sin aglomeraciones, mientras te tomas uno de los cócteles clásicos que elaboran al gusto del consumidor -mojitos amarguiña, margaritas, vermujitos, negronis…- y suspirar de placer al volver bajo el techado de palma.
Estamos en el Parque Natural de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, un espacio protegido de 17 kilómetros de costa que incluye también las zonas prelitorales, donde habita la famosa tortuga mora, a la que acompañan grullas, lagartos, cormoranes y algún águila perdicera. La vista es tan limpia que desde cualquiera de sus mesas se contempla la ensenada del puerto de Cartagena y el faro de Cabo de Palos al ponerse el sol. La playa del Charco, al lado del chiringuito también, es un espacio nudista, tranquilo y relajado. La naturalidad es lo que prima.
Entre los clientes de Esmeralda y Julio hay belgas, franceses, holandeses y por supuesto españoles, que llegan atraídos por el boca a boca y regresan a su tierra recomendando a amigos y familiares que no se lo pierdan.
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