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Cuando se divisa a lo lejos, desde la carretera o a pie, es fácil entender por qué Caravaca lleva tantos siglos atrayendo a guerreros, viajeros y religiosos. A 625 metros sobre el nivel del mar, Caravaca es una ciudad que sobresale. Lo hace respecto al Valle del Río Argos, pero también en lo monumental y lo espiritual. Junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana (las otras cuatro ciudades con potestad para celebrar Años Santos) Caravaca es un lugar de gran importancia para la Iglesia Católica. Además, sus calles, llenas de recuerdos de la Reconquista, también son ideales para rastrear el papel que el islam tuvo para la construcción de la idea de España (sea por asimilación o por rechazo, tal y como defendieron, respectivamente, los historiadores Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz).
Aunque la mayor parte de la Caravaca contemporánea fue construida durante el s. XX (vivió una etapa de desarrollo durante la dictadura de Primo de Rivera), los lugares de mayor interés se conservan en el casco histórico, que mantiene su trazado medieval y muchos palacios y edificios de ladrillo visto de estilo mudéjar (s. XVIII). En esta zona, que vivió su mayor esplendor durante el Barroco, también se encuentran las iglesias y conventos que dan testimonio del paso por la ciudad de casi todas las principales órdenes religiosas del catolicismo, desde los templarios hasta los jesuitas, incluyendo a carmelitas o franciscanos. Aunque siga siendo el principal atractivo de la ciudad, Caravaca tiene mucho que ver además del Santuario que protege su famosa cruz.
Este es un punto de partida, porque conecta la parte baja de la ciudad (contemporánea, donde es posible aparcar y encontrar distintos comercios) con el casco viejo. Se trata de uno de los lugares más significativos durante las fiestas: un templete de estilo neoclásico donde la Cruz se sumerge en agua cada 3 de mayo; para luego repartirse y llegar, con sus presuntas propiedades curativas, a todos los confines de la Región. Es, por tanto, de un edificio de carácter religioso que solo tiene uso durante unas horas por año.
Aquí, cada 1 de mayo por la tarde, comienza la fiesta de los Caballos del Vino con el concurso de “caballos a pelo”. Los caballos que más tarde subirán al Santuario (reproduciendo un supuesto episodio de burla de un asedio musulmán alrededor de 1250 por parte de los templarios) son expuestos y puntuados desnudos. Quien quiera profundizar en estas tradiciones u observar los enjaezamientos con los que se viste a los animales, puede acudir tanto al Museo de los Caballos del Vino como al de la Fiesta, situados, respectivamente, en una casona del s. XVIII (calle Gregorio Javier, 21) y en el Palacio de los Uribes.
El templo funciona, desacralizado, como sala de exposiciones y el colegio ya no es tal desde la expulsión de los jesuitas en 1767. Sin embargo, el tamaño del edificio confirma la importancia que este centro educativo tuvo para los jesuitas durante dos siglos. Muchos de sus alumnos viajaron por todo el mundo y desde aquí se empezó a difundir la devoción por la Cruz de Caravaca. Conviene seguir el programa expositivo actual, pues ha albergado muestras como Místicos, con obra de El Greco, Chillida o Tàpies.
Una vez aquí, ya no quedan muchas más cuestas. Se trata de un templo inconcluso (con solo dos de los tres cuerpos planeados) que refleja el impulso de Caravaca durante el Renacimiento. Los visitadores de la Orden de Santiago encargaron su construcción en 1526, dado el aumento de población en la ciudad, convertida ya en un lugar seguro tras la victoria de Fernando el Católico frente al Reino de Granada en 1492. Con impresionantes bóvedas de crucería, a su alrededor se estructuró la ciudad Renacentista y Barroca, pues de ella parten o en ella terminan las principales calles de la ciudad; así que es un cruce de caminos que permite casi cualquier paseo, por ejemplo, por la Calle de las Monjas, llena de vistosas rejas y de escudos heráldicos.
Se trata de la fortificación del siglo XII que circunda el Santuario. Fue un punto estratégico de defensa y control del territorio durante la época almohade y durante el posterior dominio cristiano, ya que desde sus murallas se divisan Bullas y Cehegín hacia el Este, y la cordillera que durante más de dos siglos sirvió como frontera con el Reino de Granada, hacia el Oeste. Hoy los aljibes son visitables y se cree que bajo sus cimientos existen restos romanos e íberos aún sin excavar. La cuesta de acceso es el escenario de la carrera principal de los Caballos del Vino, que termina en la explanada superior, pero no te preocupes: la subida a pie no es dura.
En la misma colina, el emblema principal de Caravaca se levanta dentro del recinto del antiguo castillo almohade. En su interior se guarda la reliquia de la Vera Cruz dentro de la famosa cruz de doble brazo que, según la tradición, apareció milagrosamente en 1232. La forma patriarcal de dicha cruz y el hecho de que el Santuario estuviese controlado por la Orden del Temple hasta que el rey de Francia, Felipe IV, presionó para su disolución en 1312, sugiere que este icono llegó procedente de Constantinopla tras las campañas templarias de la Cuarta Cruzada. El templo está considerado “Basílica Menor” por la Iglesia y presenta una fachada barroca en mármol de Cehegín con símbolos como el dragón (que representa el mal, en este caso, el islam) o la concha de la Orden de Santiago, organización que se encargó de la administración de la ciudad tras la disolución del Temple.
El Noroeste de la Región de Murcia no es una zona tan árida como se piensa. Un corto paseo de algo menos de dos kilómetros desde el centro histórico de Caravaca hasta el paraje conocido como Las fuentes del Marqués (accesibles en coche, pero más disfrutables a pie, pues es zona de olivos) sorprenderá a quien no espere encontrar aguas cristalinas en esta comarca. En las Fuentes del Marqués, antes propiedad de los marqueses de San Mamés y actualmente en manos del Ayuntamiento, el agua brota de rocas calcáreas y calizas que actúan de filtro y le dan una pureza única. Entre manantiales y bosque mediterráneo, no hay visita a Caravaca que esté completa sin un paseo por las Fuentes.
En un lateral del casco viejo, con las mejores vistas del Santuario desde sus patios y terrazas, 'Casa Uribe', es una de las mejores opciones para todas las comidas del día. En el interior de un palacio del s. XVI, este restaurante ofrece una amplia carta de quesos, una bodega bien surtida y visitable y, sobre todo, unos desayunos que, en un contexto menos medieval, podrían llamarse brunch. Para quien llegue más tarde, existe un horno napolitano y una carta de comida italiana y algunas opciones de cocina tradicional de la zona. El mismo edificio alberga la Casa del Peregrino, con duchas y otros servicios como aparcabicis.
Quien quiera ver y ser visto en la Calle Mayor de Caravaca, como hacían antiguamente los visitadores de la Orden de Santiago, debe tomarse un café y algo más en la 'Cafetería el Horno', que también cuenta con restaurante. Con opciones sin gluten, es una de las cafeterías más tranquilas en el centro de la ciudad y permite recobrar fuerzas en mitad de un entramado urbano laberíntico y lleno de cuestas. También es famoso “El Espejo”, la confitería “de toda la vida” que cualquier caravaqueño mencionaría a quien esté interesado en comprar yemas o alfajores. En una zona de la ciudad más moderna, el paseo hasta este local permite, por ejemplo, contemplar varias obras de José Carrilero. José Carrilero, nacido en Caravaca en 1928 es uno de los escultores más destacados de su generación (la del neorrealismo) y muchas de sus piezas se exponen en el Museo monográfico con su nombre, que ocupa las traseras y sótanos de una antigua vivienda palaciega.
Los souvenirs son tiempo concentrado, recuerdos convertidos en objeto. Frente a quienes los desprecian o solo los consideran un capricho kitsch, aquí defendemos que un souvenir es siempre necesario para fijar cualquier viaje en la memoria. Caravaca está llena de tiendas de regalos y recuerdos, pero Corredera es la más recomendable porque Pedro, el propietario, actúa casi como el comisario de una exposición, ofreciendo, además de las inevitables cruces en todos los formatos, muchos ejemplos de artesanía local.
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