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Cala en Porter es un icono de Menorca gracias a sus aguas cristalinas protegidas por dos espolones rocosos que se adentran en el mar. Son muchos los visitantes de la más norteña de las Baleares que tienen esta cala en su libreta de must see. Así que, desde Mahón, ponen rumbo a la población de Alaior para, ahí, tomar el desvío perfectamente indicado que lleva al paradisiaco rincón. Sin embargo, de todos los coches y motos de alquiler que realizan este camino, pocos, muy pocos hacen una escala previa en un lugar que resume como pocos las esencias menorquinas.
En una recta, casi llegando al caserío de Cala en Porter, la carretera queda flanqueada a la derecha por un largo murete de piedra seca. En principio uno más de los muchos dispersos por el campo menorquín. Pero en este caso, la sorpresa es que tras esas piedras se intuyen viñas. Y de pronto el muro pétreo se convierte en una gran puerta. Esa es la acogedora bienvenida a la 'Finca Torralbenc'. Un destino en sí mismo.
Antes de la irrupción del turismo, los trabajos agrícolas y la ganadería eran la principal fuente de riqueza para los menorquines. En una tierra dura para la labranza, se desperdigaban aquí y allá casas de labor y granjas que apenas daban para la subsistencia de la población. Pero bien entrado el pasado siglo XX, aquellos trabajos entraron en una profunda crisis. Poco a poco los aperos de labranza dejaron de utilizarse y las caballerizas ya no guardaban animal alguno. Así fue el devenir de la ‘Finca Torralbenc’, que entró en la actual centuria en un estado de total abandono.
Sin embargo, el enclave seguía poseyendo un encanto indudable. Por su luz, por su cercanía al mar, por los tonos verdes del paisaje y por las construcciones antiguas que todavía se mantenían en pie para dialogar con su pasado rural. Motivos más que suficientes para que en 2002 la familia Urtasun, bodegueros peninsulares, decidiera adquirir las 74 hectáreas de la finca con el objetivo de devolverla a la vida.
Así que emprendieron una profunda rehabilitación de las edificaciones y los campos del entorno para transformarlos en una propuesta de agroturismo de lujo. Es decir, no se trataba de hacer un simple establecimiento hotelero. El propósito fue crear un elegante refugio donde empaparse de los colores, aromas y sabores de Menorca. Sentir en primera persona esa tranquilidad mítica de la isla y todos sus poderes reparadores.
Conseguirlo no fue fácil. Hasta 2013 no abrió las puertas el nuevo hotel. Un alojamiento que hoy cuenta con 27 habitaciones. Cada una distinta a otra, ya que en la rehabilitación de los edificios históricos de la finca, fuera la casa principal o los antiguos establos, se optó por el respeto a los espacios originales. De manera que cada habitación es única, eso sí, siempre amplias y equipadas con camas king size, grandes baños y una decoración cálida que invita a la calma, a sentir que aquí se para el tiempo.
Los propietarios de la finca Torralbenc no son ajenos al negocio hotelero. Ni mucho menos. El apellido Urtasun también está ligado al ‘Akelarre’ (hotel y restaurante 3 Soles Guía Repsol) en Donostia, pero, sobre todo son conocidos por su bodega ‘Remírez de Ganuza’, en la Rioja Alavesa. Un amor por el vino que también han volcado en su finca menorquina. Desde el primer proyecto en ‘Torralbenc’ contemplaron el cultivo de la vid y la posterior elaboración de vino. Y si rehabilitar el conjunto arquitectónico y de instalaciones no fue sencillo, poner en valor sus campos abandonados durante décadas, todavía lo fue más.
El reto se alcanzó en 2016, momento en el que se elaboró el primer vino en la bodega ubicada dentro de la propia ‘Finca de Torralbenc’. Ahora, apenas una década después, ahí maduran diferentes tipos de vinos. Tanto tintos como blancos o rosados, gracias a las 14 hectáreas de viñedo del entorno. Unos campos con variedades como merlot, syrah, monastrell, parellada, sauvignon blanc, viognier, chardonnay, malvasía, manto negro o pinot noir.
No es extraño que con tanta variedad de vinos, el hotel proponga actividades de enoturismo como catas de sus caldos. Y, obviamente, los vinos de la casa son los que abastecen al restaurante del hotel. Por cierto, para reservar una de sus mesas, sea en el comedor interior o bajo la pérgola al aire libre, no hace falta ser huésped.
El vino de Torralbenc no es el único producto de la finca que aparece en el restaurante del hotel. También el aceite es de la casa y tiene su origen en los olivos diseminados por el entorno, al igual que muchas de las verduras que hay en los platos o las hierbas aromáticas con que los sazonan se cultivan aquí. De alguna forma la actividad agrícola ha vuelto. Si bien no tanto la ganadera, aunque no faltan las gallinas en el corral para aportar huevos a la cocina.
Y el resto proviene de lo más cerca posible, en especial el pescado, siempre fresco y procedente de las lonjas cercanas. De hecho, el pescado es una de las grandes estrellas de una carta corta pero exquisita. Los cabrachos o las doradas a la brasa, así como los platos con langosta de temporada o el exquisito pulpo con salsa romescu y verduras del huerto son platos estrellas. Aunque tampoco hay que despreciar los arroces, sobre todo el acompañado de gamba roja.
El mar predomina en la carta, pero los más carnívoros disponen de diferentes cortes de ternera vermella y productos gourmet como el jamón ibérico. Y, para rematar el festín, se puede optar por el dulce del placentero flan Torralbenc o un surtido de los quesos isleños. En definitiva, una carta reducida pero muy honesta a la que echarle el ojo, si bien más que elegir uno mismo, quizás lo mejor sea dejarse asesorar por el personal, amable y dispuesto a relatar hasta el último detalle de cada producto que van a servir.
‘Torralbenc’ es un hito, no sólo como referencia del slow travel y el lujo relajado que impregna el turismo en Menorca. También es un hito en el paisaje, ya que la parte más alta de la finca se sitúa en una pequeña colina. Ahí, elevado sobre el entorno, viendo a lo lejos el azul del mar y el verde de los campos vecinos, se halla el corazón del hotel. No solo las distintas construcciones que sirven para alojarse, además hay una piscina de agua salada que invita a no salir de aquí.
Se materializa el concepto de oasis. Mientras en el resto de la isla puede bullir todo el trajín veraniego, aquí la calma se acomoda en las tumbonas que rodean la pileta. Y si alguien se aburre con tanto relax, siempre puede darse un paseo por los jardines de la propiedad para divagar entre buganvillas, lavanda y otras plantas que ponen color a la arquitectura tradicional encalada. Se optó por rehabilitar los muros de cal y de piedra dejándoles su aspecto añejo, que paradójicamente cuadra a la perfección con los interiores de las habitaciones y salones comunes dominados por la modernidad de la decoración minimalista. Es un contraste perfecto, que sabe a rústico y refinado al mismo tiempo. Acogedor y amigable.
Sea en la casa principal, en las terrazas de las habitaciones o por todo el recinto surgen abundantes y grandes sofás para sentarse y sencillamente dejar pasar la tarde. Sea a la sombra de cualquiera de las pérgolas de los jardines o tomando al sol cerca del comedor para pedir un refrigerio al más mínimo conato de sed. Cada uno que elija su rincón y se prepare a deleitarse con la vida contemplativa.
Eso no significa inactividad absoluta. La piscina, las tumbonas y los sofás se pueden alternar por un paseo por los viñedos, incluso dándose un garbeo por un tramo del famoso Camí de Cavalls que recorre la costa menorquina, pasar un rato de gimnasio o un masaje en el área de bienestar que hay junto a la piscina. Todo ello sin salir de la ‘Finca Torralbenc’. Porque una vez que se entra aquí, es difícil salir.
No obstante, siempre se puede aprovechar la estancia para recorrer alguna zona de los alrededores. Una opción es conocer la Menorca más ancestral gracias a los yacimientos arqueológicos de la cultura talayótica cercanos, como el de Naveta de Torre Llisà o el de Torralba d’en Salord. Al igual que sería un pecado no darse un chapuzón en el azul turquesa de la preciosa Cala en Porter. Sin embargo, una vez cumplido con ese ritual, hay que regresar a ‘Torralbenc’ y dejarse cautivar de nuevo por su invitación a respetar los tiempos de la contemplación.
‘FINCA TORRALBENC’ - Ctra. Maó-Cala'n Porter. Alaior (Menorca).Tel. 97 137 72 11.
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