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Dúrcal

La villa que une

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Los puentes siempre unen. En Dúrcal, los hay desde antiguos hasta modernos pero, sin duda, el de Lata se ha convertido en la seña del mágico valle de Lecrín. Forjado en hierro, recuerda a grandes rasgos a una torre Eiffel en horizontal. No es alto, sino ancho y surca durante 200 metros las gargantas del río Dúrcal a una altura considerable. Ante nosotros, aparece un abismo. Por ello, no es apto para los que tengan vértigo. Una vez que lo hemos cruzado, nos fundimos con la villa. En su plaza, se muestra altiva el principal monumento de la localidad: la iglesia de la Inmaculada. Allí, hay contraste de lo grande frente a los pequeños detalles. Las palomas que moran en sus tejados, a veces, surcan la plaza. Además, la ermita de San Blas, que tiene dimensiones más modestas, se engrandece a través de las imágenes de los patrones. Antes de partir, hay que saborear su gastronomía en un día clave. La fiesta del Hornazo es una explosión de diversión en torno a productos tradicionales como los panecillos de aceite. El choto al ajillo y las chuletas harán también que nuestros placeres culinarios se vean saciados. Todo ello, acompañado de un buen vino. Dúrcal muestra el placer por la vida. Nos lleva por caminos que cruzan los puentes hacia nosotros mismos.