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La Séquia de Manresa se considera la obra de ingeniería más importante de la Baja Edad Media en Cataluña. Se construyó entre 1339 y 1383 y, a día de hoy, sigue surtiendo de agua potable a unos 150.000 usuarios. De hecho, cuando surgen conflictos legales entre administraciones, estas todavía tienen que acudir al permiso real que consiguió la ciudad a comienzos del siglo XIV tras una sequía devastadora. Diseñado en primer término como suministro de agua potable y de regadío para la ciudad, varios siglos después se convirtió, además, en una tabla de salvación para la industria local, que ya no encontraba dónde instalar otro molino más en la saturada ribera del Llobregat.
El canal transporta las aguas del río Llobregat hasta Manresa a lo largo de un retorcido viaje que comienza en la represa de Balsareny o de los Manresanos, y que concluye 26 kilómetros después a las puertas de la ciudad. Por el camino, apenas desciende 10 metros de desnivel de manera paulatina gracias a 31 acueductos y varias minas subterráneas, y encontramos más de 70 puentes que lo cruzan. El Camino Natural que discurre en paralelo al canal, un museo y un puñado de centros de interpretación completan la oferta del Parc de la Séquia, la marca con la que la Fundació Aigües de Manresa promueve actividades de ocio y turismo que ponen en valor tanto el agua como el canal.
El nombre del Parc de l’Agulla hace referencia a la piedra (“la aguja”) que se encontraban las aguas de la Séquia al llegar a Manresa. Esta servía de parteaguas para distribuir el caudal en acequias de menor tamaño destinadas para consumo doméstico, agrícola y, posteriormente, industrial. La balsa de agua que hay tras l’agulla se construyó en la década de 1960 a modo de depósito de agua de emergencia, con reservas para aproximadamente una semana. Está conectado directamente con la planta potabilizadora local y su flora acuática actúa como primer filtro verde. En su orilla, la antigua casa de los guardeses de la Séquia sirve ahora de restaurante, mientras que Infoséquia es un centro de interpretación sobre la historia del canal.
El primer depósito de agua potable para la ciudad data, sin embargo, de fechas muy anteriores. Los Depòsits Vells se construyeron entre los años 1861 y 1865 en la parte alta del casco viejo. Tenían capacidad para 12.000 metros cúbicos y estuvieron en funcionamiento hasta la década de 1980, cuando fueron rehabilitados para uso museístico. Ahora, sus 2.400 metros cuadrados de superficie expositiva albergan el Museo del Agua y el Textil de Manresa (MAT), con una parte dedicada a la historia de la industria textil local y otra al canal en cuestión, donde descubrimos detalles de su construcción, planos de los acueductos, descripciones de las herramientas de hidrometría y regulación del caudal.
“La gente se inventó mil y una maneras de robar el agua”, nos cuenta Gonçal Portabella, técnico de producto turístico del Parc de la Séquia, mostrándonos un sifón furtivo con el que los agricultores de las afueras de Manresa extraían un agua que no les pertenecía. Nos lo cuenta a propósito de que el agua de la Séquia es solo para los habitantes de Manresa, no de los pueblos por donde pasa, un hecho que todavía genera conflictos entre administraciones. “Cuando hay debates en la actualidad, se sigue acudiendo al documento original del siglo XIV, o sea, al permiso del rey Pere III el Ceremoniós”.
Cerca del museo, junto a la Font de les Oques, todos los miércoles se celebra un mercado de agricultores, algunos de los cuales se siguen beneficiando de la Séquia como sistema de riego. Uno de los puestos es el de Les Arnaules, donde venden frutas y verduras de temporada y proximidad bajo la sonrisa de Alba Casasayas. Esta joven agricultora pertenece a una nueva generación de payeses que apuestan por poner en valor productos autóctonos. En su caso, por ejemplo, ahora están a punto de empezar a traer una berenjena blanca local, que se ha recuperado en los últimos años, además del codiciado tomate de Montserrat, famoso por su sabor dulce y su interior hueco pero con mucha pulpa.
Les Arnaules pertenece, junto a otros productores de la misma filosofía, a la plataforma El rebost del Bages, que promueve manjares genuinos de la comarca como el requesón de Montserrat, la sal de Cardona, las judías de Castellfollit del Boix, los caracoles o embutidos de la nueva raza de cerdo local Ral d’Avinyó. Algunos participan de este mercado de los miércoles y de otro que se organiza los sábados en la Plaça Major. Aunque para eventos: la Fiesta del Tomate de julio, donde además del buque insignia del que nos ha hablado Casasayas, se homenajea a otras variedades autóctonas como el tomate rosa del Cardener, el rosa de Mura o el tomate “teta de monja”.
El Camino Natural de La Séquia es un sendero que discurre en paralelo canal entre la represa de Balsareny y el Parc de l’Agulla. El mismo que utilizaron los sequiaires para el mantenimiento del canal. Apenas suma 26 kilómetros, pero son suficientes para ofrecer paisajes bastante diversos. Al principio, transita al abrigo de un tupido bosque húmedo, luego serpentea expuesto entre campos de cultivo e, incluso, pasa junto a una enorme montaña de sal. Podríamos recorrerlo de cabo a rabo con toda la calma del mundo, y aun así lo haríamos más rápido que el agua, que se estima tarda unas 22 horas en completar la Séquia. Pero como no competimos contra nadie, mejor elegimos dos de sus tramos más sugerentes.
Uno de los tramos más bucólicos se podría acotar entre el entorno de Mas de les Coves (donde el canal presenta su mayor mina subterránea, de más de 300 metros) y el de Mas de Sant Iscle (una de las masías más antiguas del Bages), con tramos a campo abierto entre cultivos de cereal y otros entre bosque mediterráneo y de ribera, con robles, encinas, pinos, olmos, arces blancos, chopos… Para conocerlo, podemos dejar el coche precisamente frente a la montaña de sal de Sallent, en el aparcamiento del Centro de Interpretación del Geoparc Mundial UNESCO de la Catalunya Central, y es que estamos en un territorio de gran singularidad geológica, a un puñado de kilómetros de espacios como el Parque Cultural de la Montaña de Sal de Cardona.
Nada más pasar el Mas de les Coves, aparece la figura solitaria de la iglesia románica de Santa Magdalena de Bell-lloc con la montaña de sal de fondo. Este templo en ruinas, que quizá sea el punto más fotografiado de todo el Camino Natural, da paso a un tramo encantador de bosque de ribera. En él, Portabella nos hace caer en la cuenta de que, aunque el agua discurre muy lentamente, la Séquia se ha ido ensanchando por la erosión. La medida original la ofrecen los cimientos de piedra de alguno de los más de 70 puentes que cruzan la Séquia; entre uno y otro, observamos cómo el agua ha ido mordiendo este terreno de color rojo-fertilidad.
El segundo paseo lo vamos a dar por la parte inicial de la Séquia, que discurre en paralelo al río Llobregat. A pesar de su cercanía, se trata de un paraje muy distinto, con un bosque húmedo donde aparecen distintos tipos de arces (que se presumen deliciosos durante el otoño), además de otras especies como alisos, fresnos, álamos, avellanos y hasta acebos, y en el que habitan tejones y garduñas a ras de suelo, y lo sobrevuelan petirrojos, mirlos, carboneros o carpinteros verdes. Saliendo desde el puente sobre el Llobregat de Balsareny, basta caminar poco más de un kilómetro y medio junto al canal y, a veces, incluso sobre él, para alcanzar la infraestructura de captación de las aguas del río.
La represa de Balsareny o de los Manresanos mantiene su forma semi elíptica original. Se construyó sobre pilonas de madera, y así aguantó en pie durante seis largos siglos hasta que, a comienzos del siglo XXI, se reforzó con hormigón ante las dudas sobre su estabilidad; al fin y al cabo, sigue siendo una infraestructura crítica para los manresanos. Ahora, además del destino de un paseo íntimo por el bosque, es un importante refugio de aves. "La Séquia es un elemento que da mucho juego porque te puedes quedar solo con la parte hidrológica, pero también te puedes ir hacia la parte científica, histórica, etnológica, a los sistemas de cultivo... Todavía quedan muchas cosas por investigar", cuenta Portabella.
Sobre la represa de captación se encuentra el castillo de Balsareny, uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil gótica de Cataluña. Sus raíces datan del siglo X, cuando se erigió como pieza de la estrategia de la Reconquista y, posteriormente, estuvo relacionado con un grave conflicto que casi dio al traste con la construcción de la Séquia. Parece ser que al obispo de Vic no le convenía la reducción de caudal que iba a provocar esta nueva canalización en el Llobregat, donde el clérigo poseía molinos. Así, ordenó la paralización de las obras y, tras la negativa de los manresanos a obedecer, que se amparaban en el permiso del rey, excomulgó a la ciudad en bloque.
Cuenta la leyenda que el 21 de febrero de 1345, un misterioso haz de luz proveniente de las cumbres de Montserrat entró por una ventana de la iglesia del Carmen y que todas las campanas de la ciudad comenzaron a sonar. El obispo quedó perplejo y a partir de ese momento levantó el veto a la Séquia. Por eso, todos los años en esa fecha, Manresa celebra sus Festes de la Llum (Fiestas de la Luz). Desde el castillo, las panorámicas del macizo de Montserrat son más distantes, aunque todavía buenas, y uno se puede imaginar el origen de la leyenda viendo cómo se cuelan los rayos de luz entre sus crestas.
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