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Tres coreanos, dos australianos, cinco alemanes, varios británicos, un neozelandés, media docena de mexicanos, otros tantos japoneses, una ucraniana y un holandés, más españoles… Un centenar de personas hacen cola ante dos monjas agustinas. No es un chiste, es una realidad como un templo. ¿Dónde? En la Iglesia de Santa María del Camino, la más antigua de Carrión de los Condes (levantada en el año 1130). ¿Cuándo? Una tarde del mes de septiembre, que junto con el mes de mayo es el de más peregrinaje en este pueblo de 2.000 habitantes. ¿Qué esperan gentes tan dispares? La bendición de unas monjitas tras la misa del peregrino de cada día a las siete de la tarde.
Al final de la misa esas gentes tan dispares en su físico, edades y vestimentas -les une que la mayoría llevan sandalias con los dedos al aire libre. Aunque hace fresco hay que airear unos pies machacados- esperan el momento en que las hermanas agustinas posen las manos sobre sus cabezas u hombros; si se emocionan (muchos lo hacen), les susurran palabras al oído y la frase de la hermana que traduce al inglés: “Jesús es el camino”, con otras bendiciones católicas. Da igual qué profesan todas estas gentes (católicos, protestantes, judíos, budistas, ateos, agnósticos). La gran mayoría sucumbe.
El momento empieza cuando al final de la eucaristía las cuatro monjas de las Hermanas Agustinas del Monasterio de la Conversión acompañan al párroco con su guitarra, sus voces bien entonadas y la traducción a estas gentes. El reparto de estrellas de papel pintadas en colores –“hay miles ya por todo el mundo”, dice una de las monjitas- culmina una de esas experiencias entre místicas y mágicas que un visitante de Carrión no debe perderse.
La iglesia donde las hermanas Agustinas ayudan es la primera que se encuentra al entrar en Carrión. La más antigua, sus soportales pequeños con bancos acogedores y su románico del siglo XII merecen la pena. Hay que deleitarse con la adoración de los Reyes Magos en el Pórtico Sur, observar a Sansón y al emperador Carlomagno. De noche o de amanecida, sentarse en la plaza y observar el lateral bajo la luz de las farolas es un buen final de día. Luego, puedes disfrutar del albergue de Santa María que llevan las Agustinas “desde hace veinte años”, explica la mayor de ellas, que domina más idiomas.
Hay muchos otros sitios para dormir además del albergue. Probamos uno de los que se abrieron en Carrión hace pocos años, en la calle Santa María número 12, a unos metros de la Iglesia que nos ha recibido y a dos manzanas de la visita clave de Carrión, la de la fachada de la Iglesia de Santiago que da muchas satisfacciones. El hostal es el ‘Comfort Suites’. Funciona con clave y tarjeta, no vas a ver a nadie en la recepción (lo que a veces ya es una ventaja), tiene una piscina arriba que hace las delicias del viajero en los meses más calurosos. Las habitaciones están bien. Unas almohadas buenas, el uso de blancos, grises y beiges en ropa de cama y paredes pueden resultar sosos, pero aseguran el equilibrio si estás derrengado al final del día.
La vida del turista es dura. Por eso lo mejor es iniciarse con una buena subida de la adrenalina y descubrir otros secretos menos trillados. A poca sensibilidad que tengas, la portada de la iglesia de Santiago te va a gustar. No solo el pantocrátor, más conocido. Lo más entretenido e interesante son las figuras de la arquivolta, donde aparecen diferentes tallas haciendo algún oficio. Un pañero con barba al que le falta la vara de medir, otros ocho que muestran cómo era la acuñación de moneda en la Edad Media. Una pasada si tienes un rato para adivinar quién era el fundidor, el aplanador o el recortador. Un secreto que va a gustar a todos. Dentro, la iglesia guarda el museo del Arte Sacro.
Primero fue este río Carrión, afluente del hermano mayor, el Pisuerga. A las orillas de su cauce -en tiempos no tan lejanos llevaba cangrejos ibéricos, famosos por sus patas blancas- romanos, moros y monjes cristianos establecieron sus moradas y usaron el agua para el riego de sus fincas, como La Olmeda de Saldaña. Entre esos edificios que aprovecharon sus aguas y sus vegas destaca el Monasterio de San Zoilo. En 998 d.C. habitaban el lugar unos monjes cuyo abad se llamaba Teodomiro. Nombre tan visigodo ya dice suficiente. Pasaron más de diez siglos hasta que el monasterio recibió los restos de San Zoil, llamado también Zoilo, según los apuntes del mismo Monasterio en la actualidad.
En el siglo XI el monasterio caía en la jurisdicción de los Conde de Carrión que lo pasaron a la orden del Cluny. Os suenan los condes de Carrión porque sus descendientes, según el Poema del Mio Cid, los Infantes de Carrión -unos cobardes cuentan las crónicas desde hace once siglos- eran los maridos de las hijas del Cid. Unos maltratadores de libro, se diría hoy, que azotaron y abandonaron a las hijas del Cid en Robledal del Corpes. El Monasterio fue panteón familiar para los Condes de Carrión. De ahí que guarde unos notables sepulcros románicos de los XI-XIII.
Merece la pena una visita por su claustro plateresco, de los más bonitos del Renacimiento en este país. Las telas medievales que hay en la antigua sacristía, las figuras talladas y dan testimonio de lo importante del monasterio. Y la biblioteca Jacobea, con pinturas al temple del siglo XIX, son resultonas. Está repleta de libros del Camino de Santiago. Sobre San Zoilo, hay mucho escrito, detallado en la visita, así que no hay que extenderse en describirlo. Más bien en visitarlo.
La iglesia que da vivienda a la patrona del pueblo no es de las más bonitas, pero sí de las que mejores vistas tiene sobre los campos de Castilla. No en balde Carrión de los Condes forma parte de la comarca espléndida que es Tierra de Campos, tan definitiva en Castilla y León. Sus vistas a las llanuras castellanas se merecen una visita al atardecer, donde es fácil toparse con las parejas de peregrinos que se abrazan.
Este pueblo no solo vive de románico y de peregrinos. Tiene una importante historia como cuna de gentes notables, desde el primer Marqués de Santillana nacido en el lugar en el siglo pasado, a Enrique Fuentes Quintana, el personaje clave de los Pactos de la Moncloa y trabajador incansable en la Transición española. Otras casas nobles, que puedes identificar por escudos y fachadas son las de la Casa del Águila, la Casa de los Girón o la Casa de los Lomana. Todos ellos figuras vinculadas a la historia de este pueblo.
Carrión de los Condes se apunta a las nuevas tendencias, tanto en cocina -Naturale es el más actual- como en productos de la zona. Además de nuestro favorito, La Corte, hay otros clásicos, como El Portón, que son un valor seguro. En cuanto a tiendas distintas, en el mes de junio de 2025, Carlos y Alicia decidieron vender directamente los quesos de la fábrica familiar, La oveja que bala, en un coqueto local en el corazón del pueblo. Es la tercera generación de queseros en la familia y han decidido evitar intermediarios en lo posible. Además de los quesos, tienen vinos y embutidos de la zona para que regreses a tu casa con algo distinto a los imanes o los recuerdos tradicionales.
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