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El agua baja con fuerza por entre las rocas.

Excursión a la Selva de Oza (Huesca)

Un día en la selva de Oza

Actualizado: 02/12/2020

Fotografía: Mónica Grimal

Hoy toca vestirse de senderista y calzarse botas de montaña. Pero que nadie se asuste, no hace falta ser alpinista para disfrutar de los paisajes del Parque Natural de los Valles Occidentales en el Pirineo aragonés. Se trata de pasear por la Selva de Oza y alrededores, alternando amenas caminatas con breves trayectos en coche. Pongámonos en marcha para conocer los atractivos de esta zona de la comarca de la Jacetania.

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Como si fuéramos a hacer una escalada, el inicio de la excursión consiste en ascender poco a poco hacia la montaña. Algo que resulta de lo más cómodo gracias a la carretera que discurre junto al cauce del río Aragón Subordán, arteria del Valle de Hecho. De esta manera la última población que atravesaremos con el coche es Siresa.

Una estampa inolvidable a orillas del río Aragón Subordán.
Una estampa inolvidable a orillas del río Aragón Subordán.

Allí destaca el Monasterio de San Pedro, una joya románica vinculada con los orígenes del Reino de Aragón (si bien el templo es anterior, ya que surgiría en tiempos visigodos). Merece la pena hacer la visita guiada a la iglesia, pero eso será otro día. Hoy hay que gozar del sol otoñal en plena naturaleza.

Monasterio de San Pedro de Siresa, una parada imperdible.
Monasterio de San Pedro de Siresa, una parada imperdible.

En pocos kilómetros vemos una casona de piedra y fachada encalada. Es la antigua casa del ingeniero forestal, que se transformó en Centro de Interpretación del Megalitismo Pirenaico. Y es que el territorio que vamos a visitar acumula gran cantidad de restos prehistóricos en forma de dólmenes, túmulos y círculos de piedra que plasman la vida y la muerte en tiempos neolíticos.

Un paseo entre las hayas.
Un paseo entre las hayas.

Se hace imprescindible entrar al centro que regentan dos hermanos, Andrés y Gema. Además de que es posible tomar un bocata o un café para templar el cuerpo, con ellos se hace la visita a la exposición, un paseo muy necesario para que los neófitos en la materia seamos capaces de reconocer posteriormente estos monumentos milenarios.

De nuevo en el vehículo, tras un par de curvas, la carretera se estrecha y se asoma vertiginosa a un barranco. No es un barranco cualquiera, es la Boca del Infierno. Pese a su nombre es preciosa. Pero mucha atención a la vía, ya que hay tramos donde solo cabe un coche. Precaución, poca velocidad y respeto a los otros conductores. Así en un momento llegamos a nuestro destino.

Otoño en cada esquina.
Otoño en cada esquina.

Un hayedo de cuento

Sabemos que hemos llegado a la Selva de Oza de inmediato. El valle se abre, los bosques de tonos verdes, anaranjados y ocres se despliegan por las laderas. Y en la parte más alta, el gris de las rocas a más de 2.000 metros ya empieza a cubrirse del blanco de la nieve. Es el momento de aparcar.

La luz dorada acompaña al senderista.
La luz dorada acompaña al senderista.

Las vacas y los caballos nos dan la bienvenida junto al río. Y tras fotografiar las impactantes vistas comenzamos el camino. Remontamos hasta el camping, que en otoño ya está cerrado, y tomamos la senda a la derecha que indica camino a Espata. Está perfectamente indicado, pero lo que no nos imaginamos es lo que nos espera dentro.

Si hay suerte, se puede topar con algún caballo pastando.
Si hay suerte, se puede topar con algún caballo pastando.

La pista queda engullida por un espeso bosque de hayas. El suelo es una alfombra de humedad, hojas, musgos y setas entre las que hay senderuelas, colibias y diversas amanitas. Las rocas y troncos se cubren de líquenes. Mientras los mil arroyos se rodean de helechos y escaramujos. Si alguien busca ambientación para cuentos de hadas, la Selva de Oza es propicia.

Vistas de postal.
Vistas de postal.

El camino es una ruta circular de unos tres kilómetros que nos llevará hasta prácticamente el sitio donde hemos aparcado. Paseando a un ritmo muy, muy tranquilo suele costar una hora el recorrido. Y eso incluyendo un pequeño desvío hasta la Corona de los Muertos.

Es un conjunto prehistórico de lo más enigmático. Son unos círculos de piedras, según piensan los arqueólogos: cabañas circulares de la Edad de Hierro. Viviendas para cazar y recolectar frutos durante el verano. Sintiendo la belleza y la dureza de este paisaje, da que pensar sobre las condiciones de vida de aquellos hombres del Neolítico.

Aquí instaló sus cabañas circulares el hombre neolítico.
Aquí instaló sus cabañas circulares el hombre neolítico.

Remontar el Valle de Guarrinza

Contemplar la Prehistoria entre las luces y sombras de la Selva de Oza es una invitación al misterio. Así que prolonguemos la ensoñación por otra zona del valle. Volvamos al auto y sigamos la pista que remonta el valle. El asfalto pronto se convierte en tierra, piedras, hoyos, charcos y las huellas más aromáticas del ganado. Pero con lentitud y paciencia recorremos la parte baja de Oza y su continuación por el valle de Guarrinza.

Un vistazo al valle de Guarrinza.
Un vistazo al valle de Guarrinza.

Unos 20 minutos más tarde se ve la indicación de dejar el coche y volvemos a caminar entre montañas. Ahora en un valle despejado, perfecto para los pastos y también para descubrir más monumentos megalíticos. Uno de ellos es el Túmulo del Salto. Una acumulación de miles de piedras formando un círculo que originalmente ocultaba una cámara funeraria subterránea.

Migas chesas y olla jacetana.
Migas chesas y olla jacetana.

Precisamente a la altura del Túmulo del Salto, cuyo nombre evoca la cascada cercana, aparece el desvío de la senda GR-11, el sendero de Gran Recorrido que recorre toda la cordillera pirenaica y que aquí nos propone una pequeña ascensión hasta subir el collado que comunica Guarrinza con el valle hermano de Aguas Tuertas.

Sin embargo nosotros vamos a descender y desandar el camino hasta el coche, a poco más de una hora de distancia de aquí. Sin darnos cuenta llevamos toda la mañana en movimiento y es hora de ir al restaurante elegido para comer: la 'Borda Bisaltico' (Carretera Gabardito, km.2. Hecho, Huesca), que se encuentra unos kilómetros más abajo, casi a la entrada de la Boca del Infierno.

Así luce 'Borda Bisáltico'.
Así luce 'Borda Bisáltico'.

Un sabroso y vistoso final de excursión

En el Pirineo aragonés las bordas son construcciones para el ganado, y para eso servía la 'Borda Bisaltico' hasta 1996. Fue entonces cuando la familia Boli emprendió la aventura del turismo. Transformaron aquel establo en un lugar donde ofrecer comidas por encargo a turistas y montañeros. El menú era simple: migas chesas y costillas de cordero a la brasa.

Se puede encontrar amanita cesarea.
Se puede encontrar amanita cesarea.

Hoy comeremos lo mismo pero en un restaurante-asador integrado en un amplio complejo turístico con camping y apartamentos. Una evolución impresionante y constante en la que hoy trabajan María y Carlos, que no pierden la ocasión de recordar cómo su padre y su tío crearon este lugar que ahora abre todo el año y es un modelo de restauración hostelera para todo el valle.

Mil tonos diferentes de marrón.
Mil tonos diferentes de marrón.

La comida se alarga, por lo sabrosa y por el disfrute del entorno. Ya es otoño, y con el cambio de hora el atardecer llega demasiado rápido. Así que volvemos al coche y seguimos por la misma carretera que nos ha llevado hasta aquí. Las curvas ascienden entre el bosque y en apenas 10 minutos llegamos a un lugar fantástico desde el que contemplar el ocaso.

Atardece en el Gabardito.
Atardece en el Gabardito.

Es el 'Refugio de Gabardito' (Carretera de Gabardito, km.7,6. Echo, Huesca), situado a 1.280 metros de altitud. Allí viven Carmen y Patxi. Desde hace más de 20 años son los guardas del refugio y atienden a montañeros que duermen aquí para ascender a picos como el Bisaurín, elevado a 2.670 metros.

Un lugar donde pararse a respirar.
Un lugar donde pararse a respirar.

También atienden gustosos a excursionistas que suben hasta este mirador natural. Fantástico para tomar algo y contemplar desde las alturas la vecina Selva de Oza. Mucho mejor si se hace mientras se pone el sol. Pero hay un peligro: quedarse prendado del enclave, que nos hará preguntar a los guardas si quedan literas libres para pasar ahí la noche y esperar ansiosos el amanecer entre montañas.

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