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Muga significa límite o frontera en vasco. Aquí podría estar la etimología de este río de género femenino. No es la teoría con más fuerza, pero resulta muy tentadora para abrir un texto diciendo que sus aguas dividen el reino de los Pirineos del Mediterráneo. Otra hipótesis que parece más sólida apunta a que un Sambuca original derivó en Sa Muga, y así se explicaría por qué este río se declina en femenino. Los más fantasiosos dicen que solo una voz femenina podría reflejar la delicadeza con que sus aguas nos llevan de un mundo a otro.
Este viaje arranca en uno de los cascos urbanos mejor conservados de todo el Pirineo Oriental, el de Sant Llorenç de la Muga. Todavía preserva su recinto amurallado, aunque ahora con viviendas que se apoyan en la fortaleza obsoleta, así como sus portales medievales, sus calles empedradas, sus torres defensivas y una red de canales que aún hoy sigue regando los huertos que flanquean la ribera de la Muga. El nacimiento del río, sin embargo, se ubica unos 25 kilómetros montaña arriba, bajo la atenta mirada de la cumbre del mítico Bassegoda, situado justo en la frontera de las comarcas de la Garrotxa y el Alt Empordà. Durante este primer tramo de montaña, haciendo honor a su posible etimología, ejerce de frontera entre España y Francia durante casi seis kilómetros.
Sant Llorenç es la primera localidad de entidad que la Muga se encuentra después de su nacimiento. Es una joya muy escueta pero idílica, a cuyo casco viejo todavía tenemos que acceder necesariamente por una de las tres puertas construidas entre los siglos XIV y XV. Justo antes del Portal de Baix aparece un pintoresco canal de riego del siglo XVII. Ya intramuros, hay que reparar en la iglesia de Sant Llorenç, con raíces en el siglo X, y luego buscar el coqueto Portal del Mig, que se asoma a los huertos a orillas de la Muga. Saliendo por el Portal de Dalt, encontramos restos del castillo junto a una enorme noria de riego recuperada. Y de vuelta al Portal de Baix, podemos salir del pueblo por su elegante Pont Vell, de los siglos XIV y XV, para comenzar nuestro camino.
El Camino Natural de La Muga, que conecta Sant Llorenç con la bahía de Roses, nos brinda la oportunidad de recorrer con calma, a pie o en bicicleta, la ribera de este río. A lo largo de sus 40 kilómetros, pasamos de respirar el perfume de los últimos pinares del Pirineo a los aromas salinos de las marismas del Empordà, pasando por los términos municipales de Terrades, Boadella i les Escaules, Pont de Molins, Cabanes, Peralada y Castelló d’Empúries. Casi la totalidad del camino discurre por pistas de tierra en buen estado, por las que incluso circulan los vehículos de los payeses de la zona, y solo en la parte final, en el entorno de Empuriabrava, lo hace por un carril bici asfaltado.
Aunque la Muga tiene un caudal modesto y en algunos tramos está sometido al castigo de la contaminación urbana o agrícola, igualmente es capaz de dar cobijo a una gran biodiversidad en buena parte de su curso. En sus aguas nadan los barbos y las truchas, destaca la presencia de nutrias, y en su parte final se pueden encontrar incluso anguilas. También es rica su vegetación de ribera, con alisos, sauces y álamos blancos, olmos y por supuesto la flora típica de los humedales, que aparece a medida que nos aproximamos al Parque Natural dels Aiguamolls de l’Empordà.
Nada más dejar atrás Sant Llorenç, el Camino Natural arranca por una pista de tierra entre campos de cultivo que enseguida se inclina para recorrer su tramo más escabroso y montañoso hasta Boadella d'Empordà, bordeando el perímetro sur del embalse de Darnius Boadella, con algunas rampas muy inclinadas que llegan a ser de hormigón rallado. El premio a este esfuerzo son unas panorámicas elevadas a este embalse construido en 1969 para surtir de agua a los cultivos del Empordà, además de para generar energía eléctrica y, de paso, gestionar las avenidas de agua que en la zona tienen incluso nombre propio: les mugades. Cuando el caudal es bajo, asoman las ruinas de la Reial Foneria de Sant Sebastià de la Muga, una fábrica de artillería del siglo XVIII.
El paso por la modesta Boadella marca el final de la zona más montañosa del Camino Natural de La Muga, que podría ser el punto de inicio para quienes quieran evitar sofocones. En cualquier caso, todavía resta un terreno ondulado que desciende lentamente hacia el mar por una Muga que se presenta como un río alegre, con saltos de agua y remansos transparentes donde cabe darse un chapuzón, junto a los que aparecen pequeñas playas fluviales. Llama la atención la simpática caída de agua que hay tras la Resclosa del Colze, poco antes de llegar al Molí d'en Grida o Molí d'en Miquel, poco antes de que asome sobre nuestras cabezas el castillo de Les Escaules, donde podríamos cruzar a la otra orilla para ver la cascada del Salt de La Caula.
A medio camino entre Les Escaules y Pont de Molins, el paradisíaco 'Restaurant Hotel El Molí' marca una de las zonas más acogedoras del curso medio de la Muga. Sus huéspedes y comensales suelen copar las playas fluviales de esta zona, pero unos cientos de metros antes de llegar a estas, la Resclosa del Molí de Calvet es un lugar idílico para refrescarse. Finalmente, el paso por Pont de Molins, con un buen puñado de viejos molinos de piedra abandonados, marca el final definitivo del terreno ondulado y el inicio de la incursión por entre los cultivos del Empordà.
Lo más granado del patrimonio monumental que crece a orillas de la Muga se concentra en el tercio final del Camino Natural, con un tríptico urbano que es puro Empordà. La primera localidad de esta lista es Peralada, que estrictamente no está en la ruta porque se aparta un par de kilómetros de la ribera, pero que bien merece el desvío para disfrutar de joyas como el claustro románico del extinto convento de Sant Domènec. Además, su castillo, construido y reconstruido tras cada invasión desde al menos el siglo XIII, hoy alberga el restaurante con Dos Soles Guía Respol 'Castell de Peralada', mientras que en sus dominios se celebra uno de los mejores festivales musicales de la Costa Brava y se puede visitar una de sus bodegas más atractivas.
La siguiente localidad en la lista, ya sí a orillas del río, sería Vilanova de la Muga, cuya iglesia de Santa Eulàlia guarda uno de los ciclos de pintura mural románica más interesantes del Empordà, con escenas bíblicas que parecen recién pintadas pese a sus ocho siglos de antigüedad. Pero si hay que hablar de un templo a orillas de la Muga, este sería la llamada “catedral del Empordà”, o sea, la basílica de Santa María de Castelló d'Empúries, el tercer municipio del tríptico final. Cruzando el Pont Vell, que es uno de los puentes medievales mayores y mejor conservados de Cataluña, llegamos a este enorme templo gótico que destaca por su fastuoso pórtico del siglo XV con seis arquivoltas, así como por su todavía más intrincado retablo de alabastro del siglo XVI situado en el presbiterio.
Al poco de dejar atrás Castelló d'Empúries ya se puede sentir el mar. El río discurre completamente manso, flanqueado por vegetación típica de humedal. A juzgar por el olor, parece que ya tiene bastante salinidad, que seguramente le aportará la marea cuando sea más fuerte que la corriente de agua dulce. A mano izquierda, comienza a intuirse Empuriabrava, es decir, el puerto deportivo residencial más importante de Europa, con más de 25 kilómetros de canales navegables y 5.000 amarres, erigiéndose como una especie de Venecia en versión moderna y de la Costa Brava.
Por la izquierda, el Camino Natural va acariciando las marismas del Empordà, es decir, el segundo humedal catalán por orden de importancia, solo por detrás del delta del Ebro. El Parque Natural dels Aiguamolls de l’Empordà suma una superficie protegida de casi 5.000 hectáreas, acotada por el territorio que queda entre los cursos bajos del río Muga y del Fluviá. Podríamos hacer una incursión a sus dominios gracias a una pasarela de madera poco antes de la desembocadura, pero ya hay ganas de morder la zanahoria, o sea, esa lengua de arena llena de surfistas que debe salvar la Muga para convertirse definitivamente en mar.
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