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La exposición que puede verse estos días en el espacio cultural CentroCentro, del Ayuntamiento de Madrid, que conmemora el 150 aniversario del arquitecto gallego Antonio Palacios, es una excusa idónea para visitar sus obras más emblemáticas.
Se sitúan a lo largo de tres ejes principales. El primero recorre la calle de Alcalá, Puerta del Sol y calle Mayor; el segundo a lo largo de la Gran Vía y el tercero por los Paseos de Recoletos y la Castellana. Muchas de las obras proyectadas por Palacios han desaparecido bajo la piqueta, otras no llegaron a construirse. Entre las que han llegado hasta nuestros días, en torno al medio centenar de construcciones, seleccionamos las más reseñables. Junto al carácter vanguardista que las definió, todas destacan por sus incontestables armonía y belleza.
La obra más importante de Antonio Palacios es punto de partida obligado para esta ruta urbanita y palaciega. Pocas construcciones disputan a este palacio el honor de ser considerado el edificio más emblemático y reconocible de Madrid. Bisagra que une dos de los ejes urbanos que concentran los proyectos más granados del gallego, el asombro es el mejor compañero para su visita.
Construido entre 1907 y 1919, en colaboración con su compañero de estudios Joaquín Otamendi, su proyecto ganó el concurso público convocado por el Ministerio de Gobernación para un edificio que albergase la distribución de correos, los telégrafos y los novedosos teléfonos, que a principios del siglo XX experimentaron un enorme auge. Su nombre original respondió a tales intereses: Palacio de Telecomunicaciones. Ecléctico hasta la punta de su último pináculo, este edificio de apariencia fantástica no puede adscribirse a ningún movimiento arquitectónico exclusivo. Considerado uno de los primeros ejemplos modernistas madrileños, en su diseño se combinan elementos neoplaterescos, góticos, barrocos, regionalistas, modernistas y racionalistas. La maestría de sus creadores logra, a pesar de tan divergentes ingredientes, arquitectónicos un admirable equilibrio en su conjunto.
Las recargadas fachadas, en especial la principal, abierta a la Plaza de Cibeles, están cuajadas de símbolos y referencias igual de variadas. Coronan el edificio dos torreones laterales que enmarcan al potente cimborrio central, todos ellos rematados por un bosque de recargados pináculos. Sendas fachadas laterales, en una de las cuales se sitúa la arquería con los buzones para entrega de correspondencia, resaltan la impresionante fachada de Cibeles. Criticado con vehemencia en su inauguración por su aire rompedor y discordante, con aspecto a mitad de camino entre el palacio de cuento y una sede catedralicia –el edificio era conocido como Nuestra Señora de las Comunicaciones–, es la obra cumbre de Palacios-Otamendi y la construcción más identificativa de la capital española.
Si el exterior del Palacio de Cibeles abruma, su interior no disipa el asombro. Con forma cruciforme, una amplia escalinata da acceso al vestíbulo central, la dependencia principal donde se realizaban todas las diferentes funciones de correos, telégrafos y telefónicas. Desmesurado en las dimensiones, su altura se eleva hasta las cubiertas acristaladas sobre la sexta planta. Las galerías laterales se abren al vestíbulo en una sucesión de arcos, que aportan funcionalidad y dan luminosidad a su interior. En ellas se distribuyen espacios para exposiciones temporales, sala de lectura y otros usos.
Antonio Palacios y Joaquín Otamendi no solo se ocuparon del diseño del edificio, también hicieron lo propio con la totalidad de los elementos que lo integran. Las escaleras y los azulejos que revisten sus paredes, pasamanos, tiradores, luminarias, relojes y resto de detalles muestran su extraordinaria creatividad y remiten a los estilos que fueron su inspiración.
Iniciado en 1907 lo complejo de su construcción y, sobre todo, inconvenientes políticos, demoraron su inauguración oficial hasta 1919. Adquirido el edificio en 2003 por el Ayuntamiento de Madrid, desde 2007 el edificio alberga las dependencias municipales, tras su traslado desde los históricos edificios de la Plaza de la Villa. Al tiempo, la corporación madrileña creó el espacio cultural CentroCentro, que acoge exposiciones temporales, performances, ciclos, conferencias y otras manifestaciones. En la actualidad, además de la exposición consagrada a Antonio Palacios, pueden visitarse las muestras dedicadas a Rafael Canogar, hasta el 18 de mayo; Mar Solís, hasta el 15 de junio, y Almudena Lobera, hasta el 8 de junio.
El segundo edificio emblemático de Antonio Palacios es el primer rascacielos que se levantó en Madrid, en 1921. Situado frente a la confluencia de las calles Alcalá y Gran Vía, fue excluido en principio del concurso convocado para su construcción, precisamente por superar la altura máxima permitida entonces en la ciudad, aunque finalmente se autorizó. En la muestra que CentroCentro le dedica al arquitecto, una maqueta del edificio muestra de qué manera sobrepasaba la altura de los edificios de su alrededor.
La construcción del Círculo de Bellas Artes respondió a la necesidad de dotar a Madrid de una sede cultural que representase la transformación que vivía la urbe a comienzos del siglo XX. Con clara influencia de la arquitectura estadounidense vigente en el momento, su diseño vertical se aleja de la tipología clásica de este tipo de edificios. Lejos de la organización horizontal, comúnmente estructurada en torno a un espacio central, el edificio mira a lo alto. El volumen de sus plantas se reduce a medida que ganan altura, lo que le otorga un aspecto más estilizado que culmina en el torreón final. A sus pies se abre una de las más apreciadas terrazas del centro de Madrid. Regala las mejores vistas capitalinas, presididas por la monumental estatua de la diosa Minerva, realizada por Juan Luis Vassallo, que es el símbolo de la institución.
El interior de este edificio cuenta con una escalera monumental que vertebra los espacios destinados a las más variadas actividades culturales, como exposiciones temporales, representaciones teatrales, salas de conferencias y la biblioteca. También otros que muestran el carácter vanguardista que tuvo su diseño, como las salas de billar y de juegos de mesa, gimnasio, peluquería, salón de baile e incluso una piscina cubierta. En el sector de la planta baja que da a la calle Alcalá, abre sus puertas ‘La Pecera’. Café de claras reminiscencias neoclásicas y centroeuropeas, el acogedor espacio se adorna de obras de arte entre las que destaca la llamativa escultura situada en el centro del salón principal El salto de Léucade, de Moisés de Huerta.
A escasa distancia del Círculo de Bellas Artes, en la confluencia de las calles Alcalá y Barquillo, se localiza el edificio que Antonio Palacios y Joaquín Otamendi proyectaron en 1910 para albergar al entonces poderoso Banco Español del Río de la Plata. Buscaba la entidad hispano-argentina un lugar emblemático que resaltara su solvencia y solidez económica. Sin renunciar a su estilo ecléctico, los arquitectos solventaron la solicitud con un edificio que respondía a la grandiosidad y equilibrio de los cánones neoclásicos.
La denominación popular que alcanzó de inmediato el edificio responde a las cuatro figuras que enmarcan su entrada principal, situada en la esquina de ambas calles. Junto con los capiteles de estilo jónico que rematan las monumentales columnas de las fachadas laterales, fueron obra del escultor Ángel García Díaz, habitual colaborador de Antonio Palacios. Posterior sede del Banco Central, Banco Central Hispano e Instituto de Crédito Oficial, el edificio es la sede central del Instituto Cervantes desde 2006. Es curioso señalar que en la planta baja del Palacio del Marqués de Casa-Irujo, propietario del solar donde se levantó el edificio, estaba el ‘Café Cervantes’, popular establecimiento del Madrid decimonónico, que contaba con salón de baile y teatro, siendo famosos sus bailes de Carnaval.
Fue el primer edificio de oficinas construido en Madrid, con una altura de 25 metros, los arquitectos sobrepasaron igual que en el vecino Círculo de Bellas Artes la altura máxima permitida por las normas municipales de la época en siete metros. Con una estructura de hormigón armado, se utilizaron materiales tan exquisitos como granito azul de Berrocal, mármoles italianos, bronces y maderas nobles, que respondían al deseo de la entidad bancaria. El interior se articula en torno a un espacioso patio de operaciones rematado por una espectacular cúpula acristalada, con los mostradores para las operaciones, mientras que las plantas superiores que rodean este espacio, albergaban el resto de dependencias de la entidad.
El último gran proyecto que Antonio Palacios realizó en Madrid se sitúa a escasa distancia de los anteriores, en la calle Alcalá 31. Iniciado en 1932, no se pudo concluir hasta finalizar la Guerra Civil en los años 40. Se caracteriza por el empleo de nuevos materiales constructivos en su momento, como el acero inoxidable de la fachada y el pavés de la gran bóveda de cañón.
Con una altura superior a los edificios del entorno, la llamativa fachada principal posee tres cuerpos, en el que destacan dos potentes pilastras situadas a los lados del mirador central. Sobre ello, un arco monumental de estilo neoclásico sostiene el segundo cuerpo. Un ático porticado con columnas compone el tercer cuerpo.
Satisfecho con el encargo que le hizo a Palacios en 1908 para edificar una casa de viviendas en la calle Alcalá 54, vecina del Palacio de Cibeles, el empresario Demetrio Palazuelo Redondo contrató al arquitecto para diseñar un edificio comercial en un solar disponible junto a la Puerta del Sol, con fachadas a las calles Mayor y Arenal. Palacio diseñó ambas fachadas idénticas, en las que destacan las poderosas columnatas corintias que recorren su cuerpo central. Coronan el edificio dos torreones laterales.
Un hermoso patio central, cubierto por una vidriera, articula el edificio. Dos ascensores rodeados por sendas escaleras dan acceso a las cinco plantas. Desde las superiores, se observan a la perfección el perímetro ondulado del patio, subrayado por barandillas de forja modernistas.
La implicación de Palacios con el Metro fue intensa desde los momentos en que este transporte público llegó a Madrid. Diseñó estaciones, bocas de acceso y galerías, junto con los diferentes detalles decorativos, realizando incluso el inconfundible logotipo con forma de rombo. Las sucesivas reformas realizadas en la red han hecho desaparecer la mayor parte de aquel trabajo, aunque todavía es posible encontrar rastros en algunos puntos.
Las estaciones de Tirso de Molina y de Pacífico conservan los accesos e importantes tramos de galerías con el característico recubrimiento de azulejos. En la primera, destaca un elaborado escudo de Madrid realizado en cerámica. La clausurada estación de Chamberí también conserva su estilo, aunque es en la estación de Gran Vía donde se ha resucitado su proyecto más espectacular.
Antiguamente llamada Red de San Luis, es una de las estaciones de la primera línea que se trazó en la capital en 1919. Palacios diseñó un singular templete para sus accesos. Era hermano gemelo del igualmente levantado en la Puerta del Sol, desmantelado en los años 30 por el aumento del tráfico rodado. Construido en granito con formas clásicas, para proteger a los usuarios de la lluvia y el sol, el templete de la Red de San Luis estaba coronado por una vanguardista marquesina de cristal y estructura de hierro, de inconfundible estilo Art Decó. Ambas estaciones fueron las únicas que contaron con ascensores para acceder y salir de los andenes a la calle, siendo necesario un billete específico para su uso, aparte del general del metro. Una escalera de caracol rodeaba el ascensor. Las reformas realizadas en 2018 cambiaron por completo las tripas de la estación de Gran Vía. Ascensor y escalera de caracol fueron sustituidos por modernos elevadores y escaleras mecánicas.
El templete permaneció cincuenta años en la plazuela que marca la confluencia de Gran Vía y Montera, dando servicio a 30.000 pasajeros al día. A pesar de la firme oposición del Colegio de Arquitectos de Madrid, en 1970 fue desmantelado por el Ayuntamiento de Madrid, bajo el mandato de Carlos Arias Navarro, el alcalde que más ha perjudicado al patrimonio arquitectónico madrileño después de la guerra civil. El templete fue trasladado a O Porriño, donde se conserva en el Parque Campo da Feira.
Hubo de pasar otro medio siglo hasta que, dentro de las conmemoraciones del centenario del metro madrileño, en 2021, se inaugurase una réplica del original. Con idéntica forma, medidas y los mismos materiales utilizados por Palacios, es referencia en la céntrica encrucijada madrileña donde se alza. Fue especialmente delicada la instalación de los dos grandes leones que coronan el templete. Esculpidos en granito de O Porriño, con una talla de 1,60 metros de altura y dos toneladas de peso, se necesitó una potente grúa para situarlos donde ahora lucen.
Materialización del proyecto de Palacios para la Puerta del Sol, consistente en un conjunto de edificios de estilo clásico, comunicados entre sí por galerías acristaladas, este edificio se construyó por el interés de los empresarios vallisoletanos Jacinto y Antolín Matesanz por el mismo. Construido entre 1919 y 1924, está situado en Gran Vía 47. El edificio muestra claras influencias de las corrientes de la arquitectura norteamericana imperantes en las primeras décadas del siglo XX. Uso de acero y cristal, esquinas redondeadas y arcos peraltados son sus características más evidentes.
Proyectado con fines comerciales, el sótano permitiría la instalación de amplios locales comerciales, mientras las seis plantas superiores eran diáfanas, para poder adaptarse a las necesidades de los arrendatarios, otras dos se compartimentaron en despachos con zonas comunes y las dos últimas igualmente sin paredes. El interior se articula en torno a un llamativo patio central, cuya personalidad le ha convertido en escenario recurrente de películas y series, entre ellas El día de la bestia, de Álex de la Iglesias, y la serie Los favoritos de Midas, protagonizada por Luis Tosar.
En el número 34 de Gran Vía, en la acera de enfrente de la Casa Matesanz, Antonio Palacios se hizo cargo del proyecto del edificio que había abandonado el arquitecto José Yarnoz en 1921. Encargo del empresario Martín Lago, contaba con once alturas, siendo las tres últimas para uso residencial y el resto comerciales.
En busca de monumentalidad, la fachada muestra similitudes con otros edificios de Palacios, como la Casa Palazuelo y el edificio de Las Cariátides. El zócalo de tres alturas soporta una balconada corrida sobre la que se apoyan grandes columnas jónicas que, a su vez, soportan los pisos superiores. Coronan el conjunto sendos torreones esquineros. En 1924 los seis pisos superiores albergaron el Hotel Alfonso XIII, uso que mantiene en la actualidad, después de haber sido llamado Hotel Alfonso a secas durante la II República, Hotel Avenida tras la guerra civil y hasta los años 90 y Hotel Tryp Cibeles desde su última reforma en 2000.
Desde la Plaza de Neptuno hasta los entornos de los entonces llamados Altos del Hipódromo, zona hoy ocupada por los Nuevos Ministerios, Antonio Palacios proyectó una buena treintena de edificios. De igual modo, contribuyó al desarrollo hacia el norte a donde se extendía Madrid, en las barriadas de Salamanca y Chamberí. Entre los que se conservan en el eje Paseo del Prado-Paseo de la Castellana, el más céntrico se alza en plena Plaza de Cánovas del Castillo, en cuyo centro se alza la estatua de Neptuno, la Casa del Conde de Bugallal.Encargo del aristócrata a Palacios en 1913, el proyecto busca realzar la importancia social del propietario. Edificio esquinero de chaflán curvado, cuenta con zócalo de piedra y muros de ladrillo, está coronado por un robusto torreón columnado.
En el Paseo de la Castellana esquina a la calle Marqués de Villamejor se alza la Casa para Luisa Rodríguez. Proyectada en 1914, es uno de los edificios de viviendas más hermoso entre los diseñados por Antonio Palacios. La combinación de elementos verticales y horizontales otorgan a las fachadas gran armonía, que remata un torreón hexagonal. Como es habitual en los proyectos madrileños de Palacios, el edificio tuvo problemas al rebasar la altura permitida por las normas municipales, hecho que demoró tres años la apertura del edificio. La entrada se sitúa en el chaflán y el interior se articula en torno al patio central de forma circular.
Anterior a su construcción, la vecina Casa de Tomás Rodríguez es uno de los primeros edificios residenciales proyectados por Palacios. Erigido en 1906. Situada en el número 3 de la calle Marqués de Villamejor, su fachada es de ladrillo revocado rematada por dos torrecillas. En la entrada se abre una rotonda circular, proyectada para el paso de carruajes, en cuyo centro se alza un grupo escultórico.
Si hubiera que traducir a lenguaje literario el trabajo de Antonio Palacios, este edificio sería el capítulo más destacado del realismo mágico que acompaña sus proyectos arquitectónicos. Las formas y hechuras de este conjunto de construcciones contradicen el uso para lo que fue proyectado y llevan a la ensoñación de un palacio de cuento de hadas que, irreal, se eleva junto a uno de los centros neurálgicos del Madrid actual.
Nacido como institución sanitaria, el arquitecto gallego le otorgó apariencia palaciega, refugio monumental para los más menesterosos de la sociedad para su curación. El Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula fue proyectado en 1908 por el arquitecto gallego, en colaboración con Joaquín Otamendi. La situación donde fue construido, lejana del cogollo urbano capitalino de principios del siglo XX, les permitió desarrollar con plena libertad su enorme creatividad. Construido entre 1908 y 1916 para dar asistencia sanitaria gratuita a jornaleros y obreros, fue un encargo de la mecenas y benefactora Dolores Romero Arano, viuda del notable empresario y uno de los fundadores del Banco de España, Francisco Curiel y Blasi. El conjunto de edificios se levantó en la barriada de Chamberí. Ocupa toda la manzana definida por las calles Maudes, que le ha dado su nombre actual, Alenza, Treviño y Raimundo Fernández Villaverde, muy próximo a la glorieta de Cuatro Caminos.
Palacios proyectó un edificio de cuatro naves dispuestas en forma de aspa, que confluían en un patio central. Inspirado en los hospitales reales del tiempo de los Reyes Católicos, su disposición buscaba una buena circulación de aire y luminosidad abundante en los espacios de su interior. Se utilizaron diferentes tipos de piedra, en especial la caliza obtenida en las canteras madrileñas de Valhondo. Toscamente labrada, su color blanco busca una apariencia lo más pulcra posible. Se añadieron recubrimientos cerámicos de Daniel Zuloaga y de la fábrica sevillana de Manuel Ramos Rejano. El diseño del centro hospitalario incluyó la obligada iglesia. Se enclava en el lado norte del conjunto, con acceso directo por la calle Raimundo Fernández Villaverde. Destacan sus vidrieras, fabricadas en la Casa Maumejean. En la actualidad acoge a la parroquia de Santa María del Silencio, templo para sordos y sordociegos.
En el lado opuesto de la calle Maudes estaba la entrada al complejo hospitalario. El recinto del hospital se rodeó con una alta valla, para aislarlo del exterior. El muro cobra la apariencia de muralla, lo que unido al robusto aspecto que otorga la roca de los edificios y el abigarrado conjunto de torres que rematan edificios y galerías, son responsables de su apariencia fantástica. El interior del recinto albergó todas las instalaciones hospitalarias necesarias. Consultas, quirófanos, habitaciones para los enfermos, laboratorios, servicios administrativos, sala de autopsias, depósito de cadáveres y velatorio. El patio central y los laterales estaban profusamente ajardinados, como elemento que contribuyese a la recuperación de los hospitalizados.
Declarado Monumento Nacional en 1976, antes de ello, el antiguo hospital permaneció abandonado dos décadas. Entre 1964 y 1984 fue territorio de mendigos y gatos. En aquel momento la Comunidad de Madrid comenzó su rehabilitación, prolongada hasta 1987. Desde entonces, el conjunto de construcciones alberga la Consejería de Política Territorial. Culminación del año de diferentes actividades para conmemorar los 150 años del nacimiento del arquitecto gallego, la exposición gratuita Madrid metrópoli. El sueño de Antonio Palacio, organizada por CentroCentro, que puede verse hasta el próximo 30 de junio, permite descubrir el trabajo de una figura clave en la transformación del Madrid de principios del siglo XX que llevó a la urbe a la modernidad.
A través de fotografías, planos originales, maquetas, dibujos acuarelados, libros, documentos y otras piezas, se comprende la trascendencia del arquitecto que creó muchos de los iconos de la capital. Estructurada en varias secciones, que corresponden a los ejes donde levantó sus construcciones, concluye con los proyectos que no pudo llevar a cabo y que dan muestra de su genial imaginación.
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