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Al-Ándalus regresa en Bentarique
Luce Andalucía en su vestido de casas blancas rodeadas de sierra. Demasiado andalusí, su pasado musulmán brilla por los rincones de las estrechas y empinadas calles que componen el estampado árabe y alpujarreño de la villa. Allí, en ese estilo almeriense, desfilan con soltura las leyendas moras, las tapas de los bares, las casas señoriales y los tesoros reales. Bentarique no es solo un bello pueblo blanco del valle, de esos que enamoran al turismo rural, es una pequeña ciudad de leyenda y grandeza en la que se enterraron verdaderas riquezas. No hace falta ser Alí Babá para conseguir oro y plata en este lugar. Bentarique tiene estos bienes en su código genético, en su emplazamiento serrano, en sus monumentos y en el clima mediterráneo que le trae el olor a naranjas. Incluso la tierra le devuelve tanta belleza en un tesoro compuesto por el pasado real musulmán y un collar de oro, una ajorca de plata y un brazalete. El 'tesoro de Bentarique' que se desenterró allá por 1896 y que ahora es el símbolo de la riqueza mudéjar que el pasado le legó a la localidad. Sin embargo, nada comparable a su ambiente: sus bellas calles, casas y la joya de la villa, la iglesia –Nuestra Señora de la Asunción– que asoma tímida en la localidad, o el pequeño río que la cruza y que deja una estela de huertas de colores. Es en el momento en el que se recorre el río o la villa cuando realmente se aparece Bentarique, hija de Al-Ándalus, naciendo entre vergeles del desierto junto a los pueblos del Medio Andarax, que tienen el horizonte mordido por las montañas de la sierra.