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Bilbao

Embrujo clásico con proyección universal

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Bilbao es un ave fénix que bebe de los vientos de la modernidad. No renace por el fuego, sino por la pureza del agua de una ría en la que se refleja el Guggenheim, su verdadera alma. Es imposible saber si la urbe se mira en el museo o viceversa, pero la silueta de este reciento en el Nervión ha hecho famosa a una ciudad que dejó atrás el gris de antaño y se ha vestido con el brillo de la plata. Como buque insignia, a partir de él, se han cosido ambas orillas a través de puentes como el de Deusto o el de Zubizuri. Bajo el embrujo de este museo universal, que aparece incluso en las películas de James Bond, se articula el Paseo de la Memoria, el Palacio Euskalduna, la Campa de los Ingleses o la elevada torre Iberdrola entre arañas enormes y perros realizados con flores.

De este nuevo diseño también participa el Estadio San Mamés, catedral de los 'leones', y las originales bocas de cristal del Metro realizadas por el prestigioso arquitecto Norman Foster. Esa esencia futurista se complementa con el aire de un espíritu de metrópoli. El Ensanche tiene un aroma burgués en sus cuadrículas. En él caben los Países Bajos, Francia, Inglaterra y, más allá de sus límites, hasta Suiza. Hay edificios flamencos en la Plaza Moyúa, franceses en la Gran Vía, multiculturalidad  en el museo de Bellas Artes o La Alhóndiga y cultura alpina en el funicular que sube a los cielos en el Monte Artxanda.

Además, como toda gran ciudad, cuenta con un parque emblemático, Doña Casilda, y una Catedral, la de Santiago, que aparece enmarcada en un barrio de aroma profundamente vasco. El Casco Viejo, cuyo origen son las Siete Calles, es el alma de una ciudad que vive por la Plaza Nueva, celebra sus fiestas (como el Aste Nagusia o Santo Tomás) en el salón de El Arenal y paladea su rica gastronomía en forma de 'pintxos' en los bares del 'Botxo' con ingredientes adquiridos en el mercado de la Ribera. 

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