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Mojácar

Un blanco radiante y de altura

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Al pensar en Mojácar, lo primero que viene a la cabeza es un paisaje dominado por un remolino de radiantes casas blancas. Y eso es exactamente lo que el viajero se encuentra al llegar a este rincón de Almería, aunque resulta más impresionante todavía. Sobre el manto verde y marrón de la última estribación de la Sierra de Cabrera cuelgan y se despliegan un sinfín de viviendas de pintura nívea organizadas en torno a un laberinto de calles empinadas. Por ellas habrá que subir para disfrutar de la panorámica descrita desde el Mirador del Castillo o desde la Plaza Nueva. 

Y perdiéndose por esas mismas callejuelas se llega a la iglesia de Santa María y su porticada plaza del Parterre, de origen árabe, muy cerca del empedrado mosaico de la Plaza del Ayuntamiento. En él está representado el Indalo, símbolo de Almería pero sobre todo de Mójacar que inunda toda clase de superficies, gracias al movimiento Indaliano promovido por el pintor Jesús de Perceval. En el descenso para emprender el camino al mar, atravesando la Puerta de la Ciudad, hay una parada obligatoria en la Fuente Mora, una buena idea para afrontar los 17 kilómetros de arenales que se extienden a lo largo del creciente núcleo costero de Mojácar.

Vigiladas por la Torre del Pirulico y la ermita de San Pascual Bailón, las playas protegidas como la del Descargador y Marina de la Torre y las calas del Sombrerico o la Granatilla ofrecen descanso, aguas cristalinas y la oportunidad de echar la vista atrás y volver a impresionarse con la explosión de luz blanca que desprende el que es considerado uno de los pueblos más bonitos de España.  

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