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Vera

Una historia de piedra y agua

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El municipio almeriense huele a tradición, se ve blancura, se siente frescura y se anda por callejuelas y avenidas con parques y edificios que nos hablan de la transformación de un pueblo en tiempos de conquista y Reconquista. Para adentrarnos en el abolengo de la ciudad, tomamos la calle Mayor, que nos conduce a la plaza homónima y su fuente romántica de hierro. Desde ella podremos observar con detenimiento el Ayuntamiento y no perder detalle de las robustas piedras que dieron forma a la iglesia-fortaleza de Nuestra Señora de la Encarnación. No muy lejos de allí, la patrona espera en la Ermita de la Virgen de las Angustias, en la calle del Mar, por la cual también se luce la casa Orozco, no sin antes hacer una parada en el Convento de los Padres Mínimos, recordatorio de que hay que ir a buscar su famoso bizcocho borracho. 

Bordeando el casco urbano, nos seguimos tropezando con rincones llenos de historia: la Fuente de los Cuatro Caños y el lavadero municipal, convertidos en Centro de Interpretación Cultural del Agua; la plaza de toros del siglo XIX y la réplica de una cabaña prehistórica de la Edad del Cobre, primeras piedras del Centro de Interpretación Etnoarqueológico ubicado en un antiguo oasis de plantación de palmeras. Una curiosa sensación nos invade cuando observamos todo lo que es hoy Vera desde el punto donde empezó: el mirador del cerro del Espíritu Santo, emplazamiento de la localidad musulmana, Bayra, con unos restos arqueológicos que se pueden comprender mejor en el Centro de Interpretación de la Ciudad Medieval de Bayra.

Rumbo al mar, nos enfrentamos a seis kilómetros de playas donde El Playazo se reparte entre naturistas y turistas en bañador, que también pueden bañarse en Puerto Rey y Las Marinas-Bolaga. En esta última conviene acabar la jornada para probar los productos elaborados en la tierra y del mar en los restaurantes y chiringuitos de su paseo marítimo. 

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