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En la bahía de Fornells, la belleza de la tarde se derrama sobre las balsas de las salinas rehabilitadas en 2023, pero que aún evocan una historia de hace siglos. El chef Pau Sintes, del restaurante ‘La Cocina de Cristine’ , acompaña a Guía Repsol en esta visita obligatoria para entender los platos del joven cocinero, que son puro recetario isleño. Y la flor de sal de las Salinas de la Concepción ocupan un lugar privilegiado en su menú, donde se sirve incluso como aperitivo para degustar con aceite.
“Estamos en el norte de la isla. Las salinas del norte son las que funcionan mejor desde la antigüedad por la climatología. El viento del norte es un viento seco, que nos favorece a la hora de que el agua se evapore y conseguir de esta forma que cada litro de agua concentre más cantidad de sal, que es nuestro objetivo”, explica Laura Ruiz Mercadal, directora de este proyecto comprometido con la isla y su historia salinera.
Con la concesión cedida en 2018 para 50 años la empresa comercializadora apostó por un proyecto sostenible, que respetara la flora y la fauna de la región -Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) y Área Natural de Especial Interés (ANEI)-, y que recuperara la antigua profesión de salinero. Por eso aquí, el trabajo y la sal huelen a tradiciones antiguas.
“Esto es pura magia y hay que verlo para creerlo”, sonríe Laura mientras camina entre las balsas explicando el método, siempre manual, que se sigue para la consecución de la sal. “Recogemos el agua abriendo las compuertas y dejando entrar el agua del mar, que está más alto que las balsas. El agua estará ahí un mes más o menos, dependiendo de cuánto tarde en escalfar,” y enriqueciéndose con el entorno natural donde abundan las aves y las algas marinas.
La directora muestra la siguiente zona donde se ubican las balsas calentadoras y cristalizadoras mientras explica cómo van guiando el agua con las compuertas “para que se vaya calentando y, después, traspasando hasta donde recolectaremos la sal”. El producto se cosecha de mayo a septiembre utilizando herramientas tan sencillas como unos rastrillos o palas especiales. La sal se cosecha y se seca sin ningún tratamiento más allá del viento y el sol.
La cantidad cosechada anualmente gira alrededor de las diez toneladas de sal marina y flor de sal. Se vende en la isla pero ya ha empezado a hacer sus pinitos fuera de España. Para la flor de sal, se comercializan cuatro variedades muy especiales: flor de sal natural; una con hierbas aromáticas de la isla; otra picante con chile y pimienta negra; y una más ahumada, elaborada con maderas naturales de la isla.
En las salinas, que se cuida tanto el entorno, se ha puesto una especial atención en el packaging del producto. “Está hecho en Europa, con el objetivo de ser coherentes con lo que hacemos con el resto del proyecto. No tendría sentido irnos a buscarlo a un país asiático o a Australia. Las cajas son rectangulares, emulando la forma de las balsas, y se hacen en España; tenemos unos molinillos de cerámica realizados en Francia; por ejemplo”, afirma Laura mientras muestra la variedad de cajas.
Para los más curiosos, las Salinas de la Concepción ofrecen visitas guiadas -con reserva anticipada y por un módico precio- con las que aprender mucho sobre el proceso de producción e, incluso, degustar la sal, como hacemos nosotros cuando la tarde empieza a despedirse. La primavera ha sido generosa con las lluvias y el verde estalla en los alrededores envolviendo las balsas que miran al mar. El espectáculo lo sumerge a uno en el lema que han utilizado las salinas para comercializar su producto: “Es más que sal, es el alma de Menorca”.
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