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Dicen que la isla de El Hierro es, de las siete hermanas, la más tranquila. Por esta razón, sea quizás un destino excelente para familias. Sus charcos naturales se convierten en un plan que, por su entorno y belleza singular, hipnotizan a todos; pero, además, ofrecen un entorno acuático seguro a los más pequeños de la casa, que entre sus aguas nadan o juegan despreocupados del envite de las olas.
Aunque empecemos por una que no cumple el requisito de estar al pie del camino, que no cunda el pánico: al Pozo de las Calcosas se puede descender con calma y olvidándose de las escaleras mientras uno disfruta de las vistas. Esculpidas en la base del acantilado, la mayoría de las piscinas de El Hierro ofrece una buena panorámica desde algún mirador que las observa desde arriba. Es el caso de esta, que despierta admiración desde prácticamente el inicio de la escalera que conduce hasta sus aguas. El estanque principal está incrustado a la izquierda de un mar de ondulante lava negra, que aún pareciera correr hacia el azul del océano mientras la petrificación la pilló in fraganti. A la derecha, una apertura de las rocas ha formado una poza resguardada de las olas con una escalera metálica que invita a bajar a darse un chapuzón.
El sitio es ideal para familias porque la bajada, aunque larga, es relativamente fácil de hacer; y, además, la piscina principal tiene el fondo encementado lo que permite un baño más seguro. Aunque los niños isleños pescan desde cualquier roca del acantilado, ajenos a las alturas o a las olas embravecidas que golpean una y otra vez, sin ganas de rendirse, contra la piscina de aguas tranquilas. El Pozo de las Calcosas se encuentra protegido y rodeado por un pueblo de piedras negras volcánicas, los restos de un asentamiento originario hoy recuperado y arreglado donde viven algunos herreños. Un complemento más a una estampa única para el Instagram.
El camino para llegar al Charco Manso da buena cuenta de la diversidad herreña. Desde la carretera principal, en dirección a Echedo, la vegetación comienza a cambiar abruptamente de árboles a cactus rodeados de vegetación autóctona volcánica. Y ya bajando hacia el Charco, la carretera comienza a estrecharse y serpentear como una culebra, entre montañas que dejan ver un color negro allí donde se produjo un sesgo, mientras sus cumbres muestran un verde muy pálido, salpicado aquí y allí por un amarillo ocasional. Las pocas casas asentadas cerca del Charco Manso se mimetizan con el paisaje, como camaleones, con sus piedras oscuras.
El espectáculo desértico contrasta con las aguas del mar entrando en esa especie de bahía rocosa rodeada por caminos empedrados y escaleras para bajar a refrescarse. Aquí no se trata de un acantilado con bajada pronunciada, prácticamente donde se aparca se tiene acceso a las rocas negras y rojizas que se han abierto, en algunas zonas mostrando un dorado como si estuvieran bañadas en oro, para formar esta piscina natural. Una cueva en uno de sus laterales y puentes naturales escarpados en las piedras revelan el origen volcánico de todo esto. Completan el lugar unas aguas cristalinas con un verde mar que dejan ver un fondo impresionante.
El pueblo de Tamaduste está rodeado de montañas rojizas que caen lisas como toboganes sobre el litoral que esconde uno de los charcos más tranquilos de las piscinas herreñas. La cala está rodeada de varios senderos bien empedrados e incluso un trampolín realizado en piedra que aprovechan varios niños isleños para saltar una y otra vez mientras un abuelo entregado a la pesca los observa de vez en cuando levantando la mirada de la caña.
Agradable y de fácil acceso, es un sitio para echar el día en familia. Si uno se cansa de sus aguas apacibles y cristalinas, puede dar una vuelta por los alrededores y apreciar las rocas negras volcánicas arrastrándose al mar con sus formas puntiagudas. Los paisajes que ha dejado la lava en El Hierro no cansan nunca al visitante ávido de espectáculos diferentes.
Se trata de la zona de baño con un acceso más sencillo para mayores y pequeños. En el mismo pueblo, unas enormes piscinas creadas por el hombre están plantadas frente al mar ajenas a su bravura, que no es poca. Para los más valientes, escaleras metálicas facilitan la bajada directa al océano, muchas veces usadas por los buzos que inspeccionan los maravillosos fondos marinos de la isla.
Las aguas tan transparentes como alardean en el resto del litoral de la isla cambian de color, entre azules claros y verdes imposibles, según el lugar al que mire cada uno y la luz del sol. En un pueblo chiquitito y tranquilo, La Caleta además permite pasear por su costa recorriéndola para seguir sorprendiéndose con cada saliente de las rocas, con cada entrada del mar.