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Sóller destila un cierto sabor francés de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la recién nacida corriente modernista o art nouveau proponía la democratización de la belleza, la socialización del arte y que los objetos más cotidianos y vulgares tuvieran un valor estético.
La relación del pequeño pueblo mallorquín con el país vecino fue fruto de su orografía. Antes de que se trazara la carretera, los sollerenses vivían aislados entre montañas y la única manera de alcanzar Palma era por barco o usando un camino agotador hasta llegar al paso de montaña llamado Coll de Sóller. Así, comerciar con Francia, vía marítima, era más fácil que hacerlo con el resto de Mallorca. Al país galo se exportaban naranjas, limones, almendras, higos y aceitunas, y de allí trajeron muebles, moda y el gusto por las cosas exquisitas, que sus florecientes negocios les permitían comprar. Hasta la Guerra Civil existió un barco que hacía la ruta Sóller-Marsella y era común que los habitantes de este pueblo emigraran al país francés a hacer fortuna.
Desde Palma, los partidarios de viajar en el tiempo pueden coger el tren de Sóller para llegar a este destino, en una pequeña estación que recuerda a las de antes. Un ferrocarril de madera hace el trayecto en una hora, a la velocidad adecuada para ir divisando desde la ventanilla los campos de almendros u olivos y las partes traseras de las casas, con sus patios e imprescindibles limoneros. Sóller ostenta el récord de haber creado la empresa de ferrocarril privado más antigua de Europa.
Un tramo especialmente excitante en este itinerario es el paso por un puente, el Viaducto de los Cinco Puentes. Una vez llegados a destino, el tren comparte estación con el pequeño tranvía (también de madera) que hace el trayecto de la ciudad al puerto, y que cruza varias veces al día parte de esta pequeña localidad. Su paso por la plaza de la Constitución, llena de terrazas y turistas, constituye un pequeño espectáculo que todos celebran y fotografían.
En Sóller, la estación de tren hace también las veces de museo, ya que cuenta con dos salas dedicadas a dos grandes artistas: Joan Miró (Sala Miró) y Picasso (Sala Cerámica Picasso). La primera expone grabados originales del pintor, especialmente los vinculados a esta localidad (su abuelo materno era natural de esta villa). La segunda cuenta con 50 obras originales del artista malagueño, realizadas entre 1948 y 1971, en las que se muestran las diferentes etapas y temáticas que Picasso reflejó en sus cerámicas: faunos, rostros femeninos, tauromaquias, naturalezas muertas y animales sobre platos, jarras y jarrones.
Sóller tiene su centro en la plaza de la Constitución, donde está la iglesia de San Bartolomé y el edificio del Banco de Sóller, que ahora alberga una sucursal del Santander. Este último es obra modernista del arquitecto Joan Rubió, discípulo de Gaudí, que también firmó la fachada de la iglesia, con un rosetón esculpido en piedra.
En la misma plaza se encuentra el delicioso 'Hotel La Vila', un pequeño establecimiento de ocho habitaciones ubicado en una antigua casa modernista de 1910. El hotel ha respetado al máximo la antigua estructura: techos, paredes, suelos con sus preciosas baldosas, azulejos, lámparas o muebles.
Todo ello se encuentra presente sobre todo en el comedor y la recepción. Antiguamente, en Sóller, todas las casas tenían su jardín privado y este se convierte en terraza para cenar entre palmeras a la luz de las velas. Carta internacional donde no faltan la pasta, los arroces o las ensaladas.
Instalado en una de las casas más exquisitas de Sóller, Can Prunera es uno de los museos más interesantes y menos conocidos de la isla. Su escalera de caracol, sus cristales tallados en las ventanas, sus delicadas lámparas y sus muebles denotan un modernismo diferente al catalán. Como bien explica Antonia María Miró, encargada del museo: "este tiene influencia francesa, es más rococó y menos intelectual que el del resto de Mallorca y Cataluña".
Pero además del arte que condensa el edificio en sí mismo, Can Prunera incluye exposiciones temporales y una muestra de pintura perteneciente a la Col·lecció d’Art Serra, con obras de Joan Miró, Toulouse Lautrec, Paul Klee o Fernand Léger y cuenta con un patio con palmeras y esculturas.
En 1865 una plaga echó a perder los naranjos y limoneros del valle de Sóller. La única salida económica para muchos campesinos fue emigrar a Francia o a Sudamérica (principalmente Puerto Rico). Cuando el negocio con los cítricos se recuperó, a principios del siglo XX, muchos regresaron a Mallorca con los bolsillos llenos y edificaron casas que recordaban al art nouveau francés o a las mansiones coloniales de Cuba o América del Sur.
Can Magranet y Can Felet son dos ejemplos de casas modernistas en la arbolada calle de Gran Vía; Can Moratal, con su amplio jardín con palmeras, recuerda a una pequeña hacienda de Sudamérica; Can Bardí, en el Carrer de la Lluna, es otro ejemplo de casa señorial.
Muchas viviendas de esta localidad todavía mantienen el portal abierto y las puertas acristaladas, desde donde se ve parte del interior, del jardín o el patio. Según Miguel Mas Cocoví, vecino de Sóller, "antes las casas estaban abiertas, nadie cerraba con llave para que los vecinos pudieran entrar y el hall o recibidor era la prueba patente de que su propietario había triunfado en los negocios y en la vida".
Junto a la plaza de la Constitución se encuentra una antigua tienda de ultramarinos, 'Colmado la Luna' (Carrer de sa Lluna, 3), con su letrero de neón y su fachada que no se ha tocado desde su apertura, en 1780. Francisco Javier Forteza, el dueño, pertenece a la sexta generación de tenderos que regentan esta tienda "diseñada conforme a los colmados franceses de principios del siglo XIX", según asegura.
El interior, lleno de estanterías de madera, se reformó dos veces, siguiendo el modelo original. "Desde el inicio nos especializamos en artículos de calidad y teníamos productos imposibles de encontrar en otro lugar de Mallorca, como el champagne francés, que importábamos", cuenta su propietario. Hoy, en esta tienda de delicatessen pueden comprarse almendras de la isla, aceite de oliva de Sóller, mermeladas o embutidos; además de una amplia oferta de vinos y cavas.
Comer algo o tomar una tarta a media tarde en un ambiente modernista es posible en el 'Café Scholl' (Carrer de la Victòria 11 Maig, 9). Decorado al modo de los cafés vieneses antiguos, el lugar es famoso por sus tartas caseras, sus zumos ecológicos y sus platos vegetarianos con ingredientes frescos y locales. El patio de la antigua casa sirve ahora de terraza para las cenas nocturnas al fresco.
Pocos visitantes se acercan al cementerio de Sóller, Son Sang, pero deberían hacerlo porque este es uno de los más bonitos de la isla, que se empezó a utilizar en 1841. Un museo modernista del más allá, gracias a su variado repertorio de tumbas, monumentos funerarios y panteones, y a sus extraños adornos kitch en forma de flores de cerámica, nunca vistos en otros cementerios.
Josep Llimona (Barcelona, 1864-1934) es el escultor autor de las piezas más valiosas de Son Sang, influenciadas por su estancia en París y por el trabajo de Auguste Rodin. Las montañas son el telón de fondo a las palmeras y cipreses de este exótico lugar, que parece querer reconciliar a los antepasados, a caballo entre Francia y las Américas.