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“Aquí se ponía”, señala enfrente, hacia la puerta que ahora es del ‘Mesón Cumbres Mayores’ y entonces era celebérrima cervecería. “Ahí estaba cada día, sin falta, con su chaquetilla y su gorra, que más blancas era imposible. Ahí vendía sus camarones vivos o cocidos a la gente que entraba o se tomaba algo en la puerta. Esto se ponía como una feria”. El que describe la escena es Javier Mata, veterano hostelero de Cádiz que dirige ‘La Tapería’ de Zorrilla, la misma calle en la que Aurelio creó fama y prosperidad. Aquel hombre, fallecido hace dos décadas, vendió camarones durante el último cuarto del siglo XX cada día.
Su imagen sobria, pulcra y elegante encarnó un ritual casi desaparecido pero capaz de generar una sonrisa de melancolía en todo gaditano con sólo mencionarlo. Hasta que la higiene hizo prevalecer la lógica y la prevención, una treintena como Aurelio eran visibles cada día de playa, en la orilla, o en cada plaza festiva, en la puerta de los mercados y los grandes locales. El camarón para comer en la calle era un subsector hostelero propio. Aurelio perseveró tanto que acabó abriendo un local con su nombre, ya distinto, desde el que ahora se le recuerda. Algunas viviendas en la calle Zorrilla también son propiedad de su familia. Luchó y ganó.
Todo a lomos del camarón, un pequeño crustáceo decápodo -de tres a cinco centímetros como media- de la familia caridea. Para evitar tentaciones Cousteau, basta con decir que es a la gamba o el langostino lo que un gato al tigre. El mismo animal a escala. Su sabor es similar, su precio bajo, su peso, aún más. Por lo tanto, su transporte resultaba sencillo. Era un descarte, como tantas delicias actuales, pero todo sumado creó un aperitivo ubicuo y saludable (pura proteína blanca) en las playas de la provincia de Cádiz durante décadas. “Es imposible haber crecido en Cádiz, o pasado veranos, y no recordar a esos hombres mayores, impolutos, de blanco que te deslumbraban, con su gorra, con su pregón que alargaba la última vocal de la palabra camarón de forma infinita. Casi medio minuto. Parecían cantantes de ópera, se les escuchaba a un kilómetro, qué preciosidad”, relata Antonio de los Ríos, funcionario jubilado, experto pescador y gastrónomo.
Esa forma de cantar y vender pasaba de padres a hijos y nietos. Tuvo como protagonistas, entre otras, a familias gitanas que llegaban desde Jerez o El Puerto de Santa María e igual recorrían las orillas de Chiclana que de Rota, Cádiz, Chipiona o San Fernando. El impacto de esa venta típica en la memoria colectiva de gaditanos y visitantes es tal que aún se usa como reclamo publicitario. La lona que cubre todo un edificio de 15 plantas, sobre la enorme playa de la Victoria de Cádiz este verano de 2025 promocionaba a una marca de cervezas con un gigantesco bodegón del pintor local Pepe Baena y el siguiente mensaje "Para Victoria, una sombrilla aquí clavá, una neverita llena y al rico camaróóóóón".
Los camarones son conocidos por enjutos, recogidos sobre sí mismos de pura timidez biológica. De ahí que a José Monge Cruz, el mayor cantaor de todos los tiempos, le llamaran así desde niño. El sobrenombre de la leyenda flamenca da idea del peso de este modesto alimento de pobreza y superviviencia -como casi todos los más recordados- en la cultura popular de Cádiz.
La presencia en la gastronomía gaditana también conserva una potencia indiscutible. La tortillita de camarones (masa de harina frita con estos animales incrustados) puede ser sin discusión uno de los tres platos locales más representativos, de los más buscados por el visitante, ahora que cuartea el siglo XXI como en 1980, sin pausa. El imprescindible bar ‘Casa Pepe’ en la calle La Rosa, ‘La Tabernita’ en la calle La Palma (Solete Guía Repsol), la freiduría ‘Casa Manteca’ (Solete) o el infalible restaurante ‘El Faro’ (Recomendado) pueden ser locales donde probarla con enormes posibilidades de disfrute. Todos, además, están en La Viña, el barrio marinero por definición en la ciudad de Cádiz y, por tanto, el de mayor tradición camaronera con la playa de La Caleta y sus nutridas rocas como corona.
Las tortillas de camarones son un hit en 'Casa Manteca'.
Mucho alrededor de la venta del camarón es ya melancolía. “Unos años antes de la pandemia se prohibió la venta ambulante en las playas. El criterio de la poca higiene y la posible intoxicación, aunque estén cocidos, claro, se impuso a la tradición. La cadena de frío se rompía. Sólo es posible comprarlo en establecimientos de congelación o empresas especializadas que lo distribuyen”, afirma Manuel Navarro, pescador y gaditanólogo experto. Eso no impiden que aún se vean algunos vendedores, protegidos por el cariño que despiertan la melancolía y el recuerdo. Todavía se encuentra uno en la playa de Santa María del Mar, en Cádiz, y otro en La Barrosa, la imperial orilla chiclanera. “No hay cosa más pura en Cádiz que unos camarones cocidos”, dice un comprador entusiasmado en sus redes sociales mientras muestra un cartucho. Estábamos aquí sentados y ha venido Juan El Jerezano. Riquísimos, salados y frescos a 2,50 euros. No hay mejor tapita antes de comer".
Un septuagenario que dice llamarse Juan ayuda a vender todos los días camarones en el acceso al Mercado Central de Abastos de Cádiz más cercano a la legendaria churrería de La Guapa. “Estoy un par de horas, desde las ocho de la mañana o un poco más. Vendo todo lo que tengo en una hora y media o dos. Luego me voy”. En su caso, los camarones no tienen como destino el consumo humano, al menos, directo. Los que vende son muy codiciados por los pescadores que hacen cola desde el amanecer para obtener el que está considerado como “el mejor cebo del mundo”. La misma escena se reproduce en otro mercado de abastos de Cádiz, el de San José. “Eso sí, siempre que no haga Levante. Como salte fuerte ese viento -el más frecuente en número de días al año en la zona-, olvídate, los camarones se esconden de la arena y y las corrientes en la roca. Es imposible cogerlos". Si en Cádiz todo está relacionado con el mar y sus vientos, con la naturaleza y su imperio, la obtención y el consumo del pequeño camarón no iba a estar libre del mandato. Por encima del paso del tiempo y de los permisos administrativos, el camarón nunca muere.
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