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"Este lugar tiene magia ¿lo notas?". Pilar Barruetabeña mira al horizonte mientras formula esta pregunta. Tras ella, se eleva una casa de dos plantas con seis habitaciones que miran al mar buscando intimidad. Se trata de 'Haitzalde', un sueño familiar que hace ya una década vio la luz y que hoy se presenta como un rincón romántico para parejas que buscan desconectar de todo; o familias que quieren reconciliarse con sus hijos adolescentes. "No aceptamos niños menores de 14 años", señala Pilar. "Es una medida que tomamos hace tiempo para garantizar esa tranquilidad que viene buscando la mayoría de los clientes que llegan hasta aquí".
A 50 minutos de Bilbao y a otros 50 de San Sebastián, 'Haitzalde' se encuentra en la comarca del bajo Deba, en el pueblo de Mutriku. No es tarea fácil llegar hasta el recoveco donde se alza el hotel, sobre todo si te dejas guiar por el GPS. Lo mejor es llegar hasta el pueblo y, desde allí, hacer caso a los carteles amarillos que hay junto al centro médico. La carretera se adentra un poco en el bosque, pero pronto asoma hacia al mar, donde en pocos minutos se deja entrever la silueta del alojamiento.
Su estética tiene poco que ver con las tradicionales casas vascas de la zona. "Se trata de una estructura de hierro, con muros de ladrillo recubierto de cemento, madera y una cubierta vegetal de 12 m2", cuenta Izarra Ituarte, una de las hijas de Pilar, cuya vivienda está justo al lado del alojamiento. El diseño del edificio le chocó mucho en un primer momento a Pilar. "Pero qué cosa más fea estamos haciendo, decía yo cuando comenzaron las obras", recuerda esta guipuzcoana entre risas. Ahora está encantada con el proyecto que planteó un amigo arquitecto de la familia y que da la bienvenida con una escultura que simboliza el abrazo entre un hombre y una mujer.
La casa tiene dos plantas: debajo está el comedor donde se sirve el desayuno, una pequeña cocina y tres habitaciones. Todas iguales, todas mirando al mar a través de grandes ventanales y con sus hamacas sobre el césped. Arriba, otras tres habitaciones se asoman al exterior con tres balcones. Las estancias superiores tienen dos alturas que aprovechan con una escalera que sube y baja con un sistema de contrapesas. "La escalera te lleva a una pequeña sala de estar con pufs que puede convertirse en un segundo dormitorio y desde la cual se accede al balcón", cuenta Izarra, mientras resalta que la Especial es la estancia más amplia y la que mejor orientación tiene.
Mientras Izarra sale a buscar a su hija Lea a la escuela, Arantxa Askorreta atiende a los huéspedes. Esta donostiarra ayuda a la familia con la gestión del alojamiento. "Si te fijas, las habitaciones tienen una decoración muy sencilla, minimalista, donde reina el blanco. No queríamos quitarle el protagonismo al entorno, a lo que se ve a través de las ventanas", explica mientras se dirige al exterior. "Es una gozada desayunar en la terraza de madera que se eleva sobre el terreno, mirando al mar", asegura. Zumo de naranja natural, buen jamón de bodega, queso Idiazábal o croissants recién hechos forman parte de ese gran comienzo del día.
Las vistas invitan a la desconexión total (a lo que ayuda la mala cobertura de la zona). "Frente a nosotros tenemos la costa guipuzcoana. Desde la punta del acantilado, podemos ver lugares como Deba, Zumaya o Donosti. Con buen tiempo, es posible divisar las Landas francesas", explica Izarra. Su madre destaca las siete playas que hay bajo los acantilados. "Cuando baja la marea, se forman varias pozas, a las que se puede acceder por un camino en zigzag que parte desde el hotel", explica. Eso sí, la bajada no es nada fácil. Es muy empinada y hay que tener cuidado porque "no hay nada cercado y el acantilado está muy cerca", advierte Izarra.
Para Pilar, la época del año en la que está más bonita la casa es en primavera. "El campo está precioso", asegura. Esta jubilada extraña los días en los que aquí cultivaba las flores que después vendía en Mutriku. Antes de que su abuelo comprara los terrenos, "esta era una zona llena de pinares y manzanos, donde las madres del pueblo venían a pasar la tarde con sus hijos. Traían la merienda y cogían manzanas de los árboles. Hay mucha energía positiva aquí".
Pilar nació muy cerca del hotel, en el camping de Santa Elena, donde aún conservan la casa familiar. "Mi hermano heredó el camping y yo 13.000 m2 de estas tierras. Después compré 26.000 m2 más", aclara mientras observa a su nieta de seis años jugar con las hamacas. "Siempre tuvimos la idea de construir aquí un alojamiento, pero tardaron 20 años en concedernos los permisos", añade. "Ya me lo decía mi abuelo: 'Cosa que pongas aquí, va a resultar'". Y tenía razón: los clientes que visitan 'Haitzalde' siempre vuelven.
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