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Consuegra

Don Quijote con sabor a azafrán

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El cerro Calderico de Consuegra es un libro abierto. O dos, más bien. Uno es de historia, el otro es El Quijote. Desde arriba la panorámica del pueblo resulta electrizante, pero la vista se escapa hacia los molinos de viento y hacia el castillo, fortaleza milenaria donde murió el hijo del Cid en el año 1097. Previo pago de una entrada, hoy pueden visitarse sus dependencias, aljibes, nave archivo, sala capitular y nave ermita, entre otras estancias. El billete incluye la visita al molino Bolero, uno de los 12 que siguen en pie, porque ir a Consuegra sin verlos no tiene sentido. En ese molino está la Oficina de Turismo, y para ver sus tripas (su mecanismo en perfecto estado) hay que pagar una entrada (o la tarifa conjunta con el castillo).

Protagonistas de la novela de Cervantes, perdición para don Quijote, el resto de molinos se alinean en el cerro como vigilantes del horizonte y del pueblo y regalan la sensación de encontrarse en otra época. Además, desde ellos se puede observar mejor que desde ningún sitio el pueblo, el perfil destacado de las iglesias y de otros edificios de interés. No puede faltar en la visita a la plaza de España, donde se mantiene inmutable el magnífico Ayuntamiento (construido en ladrillo y mampostería en 1670), el arco y la torre del reloj; al otro lado de la plaza, sobresale el edificio de Los Corredores, que con su bella balconada y sus soportales de madera alberga el Museo Arqueológico Municipal.

Este es el punto ideal donde empezar una inmersión en las calles del pueblo, especialmente recomendable durante las celebraciones de Consuegra Medieval (agosto) o durante la Fiesta de la Rosa del Azafrán (octubre), ambas declaradas de Interés Turístico Regional. Sea en esas épocas o en otras cualesquiera, tómese nota de lo imprescindible, que es mucho: la casa de la Tercia, la plaza de la Orden (con la iglesia de San Juan Bautista), las iglesias de San Rafael y Santa María la Mayor, los conventos de la Inmaculada Concepción, de Carmelitas Descalzas o el de Padres Franciscanos, el edificio del Alfar, cuyo patio muestra dos antiguos hornos de alfarería…

A cuatro kilómetros del pueblo, por añadidura, se encuentran la presa romana, la mayor conservada en la actualidad (800 metros), una necrópolis y restos de una villa. Y si la oferta monumental se queda corta, siempre es posible redondear el viaje con la visita a bodegas, almazaras o talleres artesanos.

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