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Oia

Monasterio, pozas y curros con vistas al Atlántico

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Entre el Atlántico y la Serra da Groba, dieciocho kilómetros de costa granítica única en España, desde el faro de cabo Silleiro, cara a la desembocadura del Miño, con sus espectaculares puestas de sol sobre el mar.

Imprescindible el monasterio de Santa María de Oia, casi una fortaleza emplazada al borde del océano, fundado en 1137 y BIC desde 1931, con elementos arquitectónicos románicos, góticos y barrocos fruto de las reformas desde su construcción hasta el XX. Fue uno de los refugios importantes, con su hospital, en el Camino portugués de la Costa a Compostela. Al abrigo del monasterio, nació el barrio de Arrabal, con las vistas desde la plaza Centinela sobre el puerto y el cenobio. Al final del núcleo de casas se encuentra la ermita de San Sebastián.

Destacados restos arqueológicos, como los grabados rupestres de Figueiredo o Laxe da Auga dos Cebros, los más singulares de todo el arte rupestre prehistórica gallega, sobre una piedra inclinada en el cauce del río de Vilar en la parroquia de Pedornes, compuesto por 17 figuras de cuadrúpedos y una embarcación de 160 centímetros de eslora y posibles figuras de tripulantes; y los enigmáticos Petroglifos da Pedreira, en el mirador de A Riña sobre la ensenada de Oia.

En el interior del municipio, pozas de Loureza, la Pedra Escrita o Laxe Cruzada, con la representación del laberinto de mayores dimensiones de los petroglifos gallegos y las ruinas del castillo de Torroña, según los historiadores, el antiguo territorio de Turonium. Hay que asomarse al mirador de Outeiros da Cheira, con su panorámica sobre el valle de Mougás y el Atlántico.

La confluencia de dos arroyos da origen a las conocidas como pozas de Mougás, con sus espectaculares saltos de agua en épocas de lluvia, ideales para el baño en verano. Y el río Broi, con su puente medieval, los molinos restaurados y un alcornocal protegido.

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