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Verea

Cuando el río suena… es que lleva truchas

Verea tiene un río cuyo nombre, pero solo el nombre, puede evocar las más míticas películas del lejano Oeste. El río Grande es una de esas gruesas venas de agua rodeadas de verdor que dan la mayor riqueza a este municipio ourensano. Los otros, afluentes del Arnoia (a su vez tributario del Miño) son el Cexo y, sobre todo, el Orille. Porque Verea es, ante todas las cosas, un paisaje de ríos cantarines y trucheros que bajan de las montañas.

Las cumbres más famosas son los montes Penagache y Lobaqueiros, separadas por un cañón. Hay constancia de la existencia de actividad humana anterior a la llegada del Imperio Romano en el Penagache y se han hallado una serie de enterramientos megalíticos en la sierra de Leboreiro. Porque Verea, que toca con Portugal en sus montañas más occidentales, siempre ha sido un lugar de tránsito. De hecho, una de las teorías más extendidas defiende que el topónimo Verea significa eso, “vereda”, senda, camino, lugar de paso. Y los vestigios antiguos lo confirman: una vía romana del entramado secundario que procedía del gran campamento militar de Aquis Querquennis, en el ayuntamiento de Bande, pasaba por Verea en el Alto do Vieiro. En Verea, además, se han localizado restos en el Castro de A Cividá que se han identificado con otro campamento de tropas legionarias. Abundando en la idea de Verea como vereda, por encima de la vía romana pasa hoy una ruta jacobea medieval que entra desde tierras portuguesas.

Próxima al asentamiento romano está enclavada la ermita de San Trocado. La leyenda cuenta que San Rosendo obró un milagro al dejar paralizados en este lugar a unos ladrones que huían con las reliquias robadas en Celanova. Los cacos no pudieron seguir corriendo en su escapatoria y allí mismo se levantó el pequeño templo.

Dentro del patrimonio eclesial, destaca, sobre todo, San Pedro de Orille, una parroquia de época barroca muy sencilla en el exterior que sin embargo alberga un retablo profusamente decorado. En uno de los muros del templo, una misteriosa figura labrada en la piedra toca la guitarra. En la iglesia de Albos, los elementos más interesantes son una serie de cruces antiguas destinadas a los oficios religiosos y al uso procesional. La más primitiva, con un cristo en majestad, se labró en cobre decorado con esmalte en el siglo XII. Tiene también gran fama por estas tierras, por la expresividad y dramatismo de su cristo, el cruceiro de Sanguñedo.

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