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Mirador de Santa Catalina

A Suly -Sulayka para los no amigos- le tiembla todo el cuerpo cuando pone el pie sobre el balcón de Santa Catalina. Ni el recuerdo de sus antepasados árabes le tranquiliza lo suficiente. Y sin embargo, una vez que ha plantado las deportivas sobre la balconada del mirador, comprende por qué escogieron este lugar los suyos. La Bolera de los Moros, el otro nombre que dan en Peñarrubia al mirador de Santa Catalina, es uno de esos lugares en los que uno puede imaginar cómo sería su casa en semejante emplazamiento, seguro que escogido por la mano de varios dioses. Porque lo de que allí arriba, en los restos de ese castillo-fortaleza, hubo una bolera en la que los moros jugaban con pelotas de oro, forma parte de la leyenda para los cristianos.

Comentan los lebaniegos que no hay sitio mejor para ver la grandeza del desfiladero de La Hermida que este. Levantado hace 18 años. Pisando su barandilla sobre el abismo, se empatiza con la presencia de quien depositó la piedra barnizada, cubierta con unas palabras sobre el tiempo que alguien dedicó allí a leer y escribir. Es imposible no envidiar al ausente que gastó días u horas de disfrute. El lugar es una pasada, sin más. Y un pecado hacer el Camino Lebaniego o el desfiladero y no desviarse para sentir tal belleza. Dicen que es un sitio a visitar en días despejados. Va en gustos, es una experiencia observar las nubes que puedes tocar con la mano y como se quedan enganchadas en los picos, mientras la carretera del desfiladero es una culebra con una raya blanca continua en el centro.

Si además las nubes se han cernido sobre el lugar cuando llegas de un sol espléndido en Santa María de Lebeña, el espectáculo hechiza. Un cambio tal en menos de media hora es un subidón. O bajón. Esas cosas del Cantábrico y sus Picos de Europa.

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