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Castillo de Peñarroya

Argamasilla de Alba, Ciudad Real

En la inmensidad Manchega un castillo alza sus muros. Presumido, mira cada día su reflejo en las enormes aguas que lo guardan -Lagunas de Ruidera-, conformadas por el Guadiana. Allí se ha mantenido asentado, en el borde de la meseta rocosa viendo pasar los siglos con zozobra por si lo destruyeran. Y es que esta tierra, tan llana como un valle, ofrece mucha ventaja a los conquistadores. Sin embargo, la belleza de sus muros ha conseguido mantenerse en pie con el paso del tiempo. Su foso, el aljibe y el humilladero en el exterior mantienen todos sus recovecos. En cuanto se cruza su portada, la sillería enluce la antemuralla, la muralla principal medieval y la extraña torre del Homenaje, cuadrada y de tres plantas. Todos ellos resisten estoicamente el paso del tiempo. Y ya es decir, ya que fue el siglo XIII quien dio a luz las primeras piedras del castillo de Peñarroya, eso sí, más como un fuerte musulmán que como castillo. Fueron después las manos cristianas las que le dieron forma un siglo más tarde, convirtiendo esta espectacular fortaleza en el centro económico más importante de la Orden de San Juan. Él coronaba todos los intercambios y toda la fuerza económica de la localidad. Actualmente, sin embargo, este bien de interés cultural ya solo ofrece su reflejo en las bellísimas lagunas de Ruidera; las mejores vistas de la localidad y su belleza a cambio de ser admirado. Las dependencias del castillo, más concretamente la ermita, son el punto de reunión de las romerías que se celebran en Argamasilla de Alba en mayo y en La Solana en septiembre.

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