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talleres conventuales soto iruz cantabria

Taller en convento de San Francisco en Soto Iruz

Y la luz de la razón se hizo en los valles pasiegos

Actualizado: 27/11/2019

Este es el plan: un fin de semana en un monasterio recóndito de Cantabria, en el de San Francisco en Soto Iruz, con un intelectual impartiendo un taller y compartiendo un ambiente eclesiástico con otras personas de inquietudes culturales similares. ¿Aburrido? Todo lo contrario.

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José María Lasalle, maestro y escritor, llega exhausto después de correr 10 kilómetros mañaneros por los prados que rodean el Convento de San Francisco, en Soto Iruz. Son las nueve. Asoma el sol. Sus alumnos de este fin de semana ya están desayunando en el comedor anejo al claustro, que hace de muro frente al mundo y donde el silencio es definitivo.

"Gente que no nos conocíamos de nada, hicimos piña", cuenta una participante.
"Gente que no nos conocíamos de nada, hicimos piña", cuenta una participante.

Lasalle se detiene a saludar. Imparte un taller de tres días sobre su último libro, Ciberleviatán (Arpa, 2019), un ensayo sobre cómo la inteligencia artificial, el big data y la hiperconectividad están transformando nuestras vidas, además de crear una economía de corporaciones sin control y de amenazar las libertades básicas del Estado de Derecho. Es decir, cómo la revolución tecnológica pone en peligro la misma democracia. Lasalle habla de estos asuntos graves y sofisticados en un monasterio de este diminuto pueblo de Cantabria de apenas 400 habitantes. Alrededor se huele la yerba, se escuchan los pájaros, te observan las vacas plácidas al pasar. Más bucólico, Disney.

"Más de cuento, y Disney".
"Más de cuento, y Disney".

Los alumnos de Lasalle, o más bien sus contertulios, son media docena de personas de toda índole y procedencia que han elegido una forma de turismo poco convencional: los Talleres Conventuales que organiza la empresa Alternative Ways. La idea es compartir un fin de semana con un intelectual en un paraje centenario, alejado del frenesí, de la urbanidad; del agobio que se come los días. Con alojamiento, 360 euros. Sin él, 280. Duermes en las antiguas celdas que aún usan los curas, aunque esa palabra, "celda", ya no responda a su comodidad real.

Lasalle se ha ido a un sitio recóndito para hablar de la revolución tecnológica. Verle además desayunando en un refectorio eclesiástico todavía le confiere a la escena más singularidad. Pero encaja. Quizá sea por el entorno de espiritualidad, por la calma rural o por los asistentes, que no se conocen pero acuden con una inquietud común: aprender. Hoy es sábado por la mañana y, después de una primera charla y de la cena de la víspera, ya se intuye la velocidad con la que se forja un grupo durante esta experiencia. Se desenvuelven a gusto, como si hubieran pasado juntos más horas de las que marca el reloj. El domingo, al despedirse, la intimidad se habrá multiplicado.

jose maria lasalle
El último libro de Jose María Lasalle es un ensayo sobre cómo la tecnología está cambiando nuestras vidas.

Espacio para la convivencia

Durante un fin de semana así, el tiempo transcurre de otro modo. Bastan tres testimonios de participantes en encuentros anteriores: "Es un espacio para la convivencia, una forma de encuentro", dice María Esther del Moral, catedrática de Tecnología Educativa en la Universidad de Oviedo. "Gente de lo más dispar, que no nos conocíamos de nada, hicimos una piña", confiesa Teresa Láinz, fotógrafa y diseñadora gráfica. "Ese claustro tiene un encanto especial de día y de noche", subraya Ana Melgosa, pintora. Las piedras, de algún modo, acercan. Algo paradójico en un lugar austero, concebido para la clausura, el Convento de San Francisco en Soto Iruz.

El claustro tiene un encanto especial.
El claustro tiene un encanto especial.

"Queremos que sean un oasis de sosiego", confirman Eva Fernández y María de Simón, las dos promotoras de los Talleres Conventuales, por los que este año han pasado también como ponentes Espido Freire y José Carlos Somoza. La escritora vasca centró su curso en la creatividad y las mujeres: "Las asistentes, el entorno, de una belleza extraordinaria, y el buen hacer de las organizadoras lo hizo particularmente placentero. Es un retiro real, un descanso de la mente y del cuerpo".

Eva y María, las anfitrionas.
Eva y María, las anfitrionas.

Somoza, psiquiatra y escritor, que realizó un taller de autoconocimiento a través de la escritura, coincide: "Es fascinante. Alumnos enormemente entregados, un entorno que ayuda a que las personas se miren hacia adentro y unas anfitrionas excelentes". Eva y María, en efecto, son parte del menú: organizan, preparan, cocinan; llevan y recogen del aeropuerto o la estación; y atienden cada detalle con la simpatía adecuada. Con la distancia justa.

El Convento de San Francisco de Soto Iruz fue edificado en el siglo XVI. Al esplendor de sus edificios, en especial de su iglesia barroca, contribuyeron las familias nobles de la zona y los indianos afortunados en la emigración. Nos encontramos en plenos valles pasiegos, la zona más pintoresca de Cantabria, un ecosistema natural con praderías, ganaderías y alimentos excepcionales (los sobaos, mismamente), cuyas gentes tuvieron antaño fama de reservadas a causa precisamente de ese aislamiento que hoy busca el visitante. "Esto es un paraíso. Yo sigo viviendo aquí, criando vacas, y no tengo ni internet en casa", dice riendo Antonio Fernández Sáinz-Pardo, vigilante de seguridad y el único pasiego que asiste al taller tecnofilosófico de Lasalle.

Al Convento de San Francisco le sobra belleza.
Al Convento de San Francisco le sobra belleza.

Otra manera de viajar

El convento, remozado por completo hace 15 años por una escuela-taller, sirve como casa diocesana de retiro, aunque alquila estancias para cursos de verano de la Universidad de Cantabria. Eva Fernández, oriunda de Iruz, propuso a los sacerdotes incluir los talleres como un beneficio añadido para el pueblo: "Queremos hacer actividades para personas con inquietudes culturales, un turismo sostenible, de interacción con el entorno y de inversión en el lugar". Iruz ofrece además reclamos para los ratos libres, como la Vía Verde del río Pas o las Cuevas de Puente Viesgo, localidad cercana en cuyo balneario descansó durante años la Selección Española de Fútbol.

De celda solo les queda el nombre.
De celda solo les queda el nombre.

Sin embargo, los talleres acaban absorbiendo felizmente a sus participantes, sin preocuparse por lo que existe afuera: "El diálogo, el intercambio de ideas, las preguntas y la curiosidad hicieron que las horas se pasaran sin sentir. De hecho, tenían que llamarnos para la hora de comer o de cenar, porque no nos dábamos cuenta de que ya era el momento", relata Espido Freire.

Las anfitrionas cuidan y a la vez dejan espacio para la experiencia.
Las anfitrionas cuidan y a la vez dejan espacio para la experiencia.

Las promotoras ya preparan los próximos talleres para esta primavera, donde repetirán Freire y Somoza junto a la neurobióloga y divulgadora Mara Dierssen. "En todas nuestras actividades ofrecemos otro tipo de turismo. También hacemos viajes de autor con un profesor de Literatura, como el que organizamos en Albania tras los pasos de Lord Byron, u otro en Trieste conociendo los enclaves de su historia literaria", incide María de Simón.

¿Nunca has pensado ir a resetearte a un convento de clausura?
¿Nunca has pensado ir a resetearte a un convento de clausura?

La cuestión es huir, en definitiva, del fin de semana frenético recorriendo la Lonely Planet a toda prisa para tachar en el plano todos los monumentos y restaurantes posibles, hasta regresar agotado con la mochila Quechua atiborrada de folletos. Viajar así es morir de viaje. "Ahora puedes viajar a cualquier parte del mundo incluso sin moverte de tu silla o de tu móvil. Pero la verdadera experiencia de cualquier viaje siempre es el viaje interior, el que haces tú. Como el que haces aquí en los talleres", remacha Somoza. Volver a lo pequeño, para redescubrir el mundo. O apagar el móvil, para hablar de internet.

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